20. Verdades a medias
Advertencias: Este capítulo hace mención a temas sensibles como el suicidio. Saben que cuidar de su salud mental siempre será prioridad para mí.
—¿Margarita? — No estaba seguro si era la doncella de Elary. —Margarita, ¿es usted?
La doncella salió de la oscuridad con un frasco de cocoa, mirando a Alexander tímidamente.
—Mi lord— hizo una reverencia con la cabeza.
—¿Ha visto a Lady Elary? —preguntó.
Margarita abrió los ojos con sorpresa, su mirada se fue hacia el piso y apretó con más fuerza el frasco de cocoa.
—Ella está indispuesta, permiso mi lord.
Alexander la quiso detener, pero Margarita no le diría nada. Estaba seguro de eso, ella era demasiado fiel a su señora, por nada del mundo le diría nada y mucho menos a él. Tenía dos días sin verla, no estaba en su habitación tampoco y no había tenido la oportunidad de buscar en las habitaciones sin ser visto.
Finalmente opto por una segunda opción. Se dirigió a la habitación de Jeffrey, el empleado que había llegado a la mansión y al cual se había negado a tratar desde que le comunicó algunas de las depravadas acciones del Conde al que ursurpaba, sin embargo no podía seguir posponiendo más esa conversación por más incómoda que fuese de escuchar.
—Señor, finalmente nos vemos ¿su memoria sigue igual? —Alexander no pudo evitar poner los ojos en blancos, este tipo era un idiota y un aludador. Dos cosas que detestaba.
—¿Igual de vacía? si. Pero no es eso lo que quería hablar contigo Jeffrey, vamos a aclarar unas cosas importantes tu y yo.
Alexander se dejó caer en la silla de madera frente a la cama de Jeffrey, el tipo gordinflón trago grueso mirándolo fijamente.
—Lo primero que haremos es esto: Te encargaras personalmente de hacer una buena dote para mis hijos bastardos. —Jeffrey le miró como si se hubiese vuelto loco. —Se que no los puedo legitimar, pero los reconocerán como mis pupilos, quiero que les aseguren una buena educación, una buena vida. Si muero sin herederos, quiero que el mayor de ellos asuma el título con la condición de proveer de sus demás hermanos.
—Mi señor ¿usted está seguro de eso?
—¿Tengo cara de estar bromeando Jeffrey? —Alexander lo miró desafiante.
—No, no, lo que usted diga mi señor. Eso haré, pero si recupera su memoria ¿no se enfadara por esto después?
—Jeffrey, estoy consciente en este momento de mis decisiones. No soy idiota.
—Mi señor, pero si usted muere sin hijos, los segundos en la línea son los hijos de su prima, ya sabe la que se creía era ilegítima.
—¿Sophie? —preguntó, tratando de bloquear la sorpresa en su voz.
—Sophia, si ella— dijo Jeffrey.
—No es legítima— dijo con firmeza— ¿por qué dices que sí?
—Oh, nuevamente su pérdida de memoria… su tía, la esposa del difunto Conde había ocultado los papeles donde su tío en paz descanse, la reconocía como su hija por todas las de la ley. —Alexander casi pierde el temple frío de su actitud.
Pensó en su madre, en sus hermanos. Tal vez sería egoísta hacer que su hermano Charles perdiera la oportunidad de tener el título de Conde, pero sería más egoísta destinar a esos hijos bastardos a la decadencia de la vida que les esperaba.
—No me importa, nunca tuvo nada, no lo necesita ahora. Quiero tener esos papeles en mi poder ¿me entendiste? me haré cargo personalmente de ellos. —Joffrey apenas y pestaño, Alexander preguntó de nuevo: —¿Entendiste?
El tono de Alexander no era conciliador, era frío y amenazante. Su mirada no era para nada pacífica, era muy intimidantemente y no era para menos, sus codos estaban sobre sus piernas y se balanceaba de manera arrogante, así era como se manejaba con criminales y Joffrey precisamente parecía eso, un criminal asustadizo, una rata atrapada.
—Sí, por supuesto señor.
—Ahora quiero que toquemos otro tema— Alexander tomó el vaso de agua de la mesita de noche, se sirvió y se lo entregó a Joffrey, quien todavía lo miraba perplejo. Este lo tomó con nerviosismo, eso lo hizo sonreír.
—Si lo que usted desee hablar mi señor.
—Los diamantes— Joffrey dejó caer el vaso, Alexander no borró la sonrisa de satisfacción de sus labios. —Lo siento— dijo poniéndose de pie, mientras tomaba cada trozo de vidrio —¿usted… lo recuerda?
—No seas idiota Joffrey— Alexander paso dos de sus dedos por el puente de la nariz fingiendo una gran irritación —te lo dije, me golpee la cabeza, pero no soy un imbecil para no darme cuenta de las cosas.
—Bueno usted iba a recibir un cargamento, pero supongo que lo asaltaron y por eso perdió todo y llegó aquí sin nada.
La cabeza de Alexander comenzó a maquinar, recordaba balas, recordaba golpes, se recordaba a él y su equipo interceptando un carruaje. Sus recuerdos de ese momento eran vagos, no podía decir que de eso recordará todo a la perfección, ¿y si él era el culpable de la desaparición del Conde?
—¿Y no me lo dijiste? —Alexander le tomó por la camisa con fuerza.
—¡Si yo le iba a decir! se lo juro, pero el Duque creyó que por su sa…— Alexander lo empujo hacia la cama— ¡su salud mi señor! ¡su salud!
—Empiezo a creer que no puedo confiar en ti Jeffrey.
—¡No! yo le he sido fiel todos estos siete años, señor. —Jeffrey tenía sus manos en forma de súplica frente a él.
—No me mientas en nada Jeffrey o te vas a arrepentir, el Duque ha estado haciendo movimientos a mis espaldas y eso no me gusta ¿entiendes? —Alexander volvió a sentarse — a partir de hoy, tú y yo nos moveremos con cuidado por esta casa. Sé que hay un botín aquí, y quiero verlo.
—Señor ¿quiere decir que lo robaremos? —Alexander sonrió.
—Si el Duque no nos deja verlo, no tendremos opción. —Jeffrey le sonrió cómplice, se sentó nuevamente a la orilla de la cama.
—Ahora explicame, ¿por qué demonios pedí en mano a la señorita Bothwell? No es mi tipo de mujer.
—¡Ah señor! —Jeffrey agrandó la sonrisa —es bueno saber que realmente algunas cosas no cambian, esto ha sido una locura ¡se lo dije! muchas veces. —Alexander alzó su ceja derecha — Lo siento, mi señor, pero es que usted quería una compensación.
—¿Si? ¿Por qué? —preguntó con curiosidad mientras se relajaba en la silla de madera.
—Bueno es que usted gustaba mucho de la señorita Bothwell, la quería para usted desde que la vio por primera vez, tanto así que usted mismo ofreció el dinero al Duque con la condición de tener a su sobrina.
—Bueno—dijo Alexander suspirando— ya no me interesa Lady Elary, la liberare de ese compromiso.
—Mi señor pero… todavía no llegó a esa parte de la historia. Hablo de la señorita Aylee, su primera prometida. —Alexander se quedó estupefacto. —La hermana menor de Lady Bothwell, usted… bueno, no fue amable cuando visitó la casa de campo en compañía del Duque, ¿señor se encuentra bien?
No, no se encontraba bien.
—Continua, Jeffrey.
—La chiquilla estaba aterrorizada por un matrimonio, ella ya sabe, se cortó las muñecas con una navaja para afeitar. Usted se enojó mucho, le exigió al Duque a la hermana mayor; una forma de reparar el daño. Si no podía tener a la menor, tendría a la mayor y se lo dije —dijo Jeffrey como si fuera demasiado inteligente —le dije que no era su tipo, que no le gustaría ella, además.
—Callate— Alexander no lo soporto más. —Callate.
Se puso de pie, dio un buen azote a la puerta y se marchó.
Las manos le temblaban, el corazón le palpitaba con fuerza. ¿Qué clase de monstruo era quién fingía ser? ¿Cómo podía tocar a Elary con las manos sucias? a pesar de ser Alexander, no podía dejar de sentirse como una basura por mentirle, por dejarla pensar que había cedido a un sentimiento por un asesino, por un ser cruel que la había herido, todo el odio acumulado, todo tuvo sentido.
Ella no sabía que él era otra persona, sin embargo el dolor que la atravesaba debería estar matandola por dentro después de lo que sucedió en la cabaña. Alexander quería tomar su dolor, había vivido una vida tan feliz, que no le importaría sostener sus penas por ella, por verla feliz. Porque era un ángel, su ángel.
No podía permitirse ser el causante de más dolor en su vida, sabía lo que tenía que hacer, no mas verdades a medias.
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—Señorita Elary, por favor— le suplico Margarita, —solo coma un poco de puré y le prometo que la dejaré sola.
—No tengo hambre. —Dijo mirando la bandeja con el chocolate caliente y el puré que había preparado su doncella.
—Tiene dos días sin comer, ¿al menos ha tomado agua? —preguntó aunque sabía la respuesta.
Elary miró el jarrón de agua, apenas y había bebido la mitad de un vaso con agua la noche que volvió del baile.
—Lo hago, Margarita—dijo firmemente— dejame sola.
—Su madre no ha vuelto del viaje a casa de su amiga, pero debe saber que si llega y la ve así se va a preocupar enormemente por usted.
—Margarita— dijo con voz cansada —déjame sola, ahora mismo.
—Bien mi Lady, pero al menos debería tomar agua.
Margarita con pena, tomó la bandeja y salió de la habitación del difunto Duque, donde Elary se había encerrado desde que había regresado de aquel baile, donde se había dejado llevar por sus sentimientos.
—Te extraño padre— sollozo dejándose caer al suelo, mientras su cabeza reposaba en la orilla de la cama. —Todo sería diferente si estuvieras aquí, le falle a Aylee, te falle a ti, oh por Dios, no la cuide, no la protegí. —El llanto creció. —Tengo al culpable viviendo bajo nuestro mismo techo y no lo puedo odiar, he sido tan débil. ¿Cómo pude hacerte esto hermana? ¿Cómo le falte al respeto a tu memoria de esta manera? ¿Cómo puedo ser esta clase de persona?
Elary se había sentido mal la primera vez que lo beso, había sido algo mutuo, el no la había obligado y lo odio, porque no había podido sentir repulsión por nadie más que hacia si misma y sin embargo, la segunda vez ella había sido quien saltó a sus brazos, su corazón había sido más fuerte que su razón, más fuerte que su odio. Si él fuera alguien más, si ella fuera alguien más.
—Lo siento Aylee—sollozó— tal vez he sido más cobarde yo viviendo de esta manera.
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Margarita bajó las escaleras con la bandeja en sus manos y la mirada triste. Nuevamente cruzándose en el camino de Alexander.
—Margarita, ¿esa bandeja es de la señorita Elary? —La doncella no le miró.
—Yo, lo siento mi lord. Tengo cosas que requieren mi atención.
—¿Cuántos días lleva sin comer? Margarita —Alexander la tomó por el brazo— ella me preocupa.
La doncella le miró con sorpresa y miedo, finalmente decidió soltarla y tomar la bandeja por el mismo.
—¿Dónde está?
—Mi lord, de verdad, se lo suplico, deje a la señorita Elary tranquila.
—Necesito verla Margarita, mírame— le dijo Alexander — quiero cuidarla, quiero protegerla.
La doncella debió ver sinceridad en sus ojos, porque asintió con la cabeza.
—Lleva los mismos días que lleva encerrada en la habitación de su difunto padre, dos días enteros sin probar bocado, le he llevado sus cosas favoritas, pero se ha negado rotundamente. Se lo dije al Duque, pero él dijo que era un capricho, se negó a decírselo a la Duquesa. Todos estamos muy preocupados.
—Muy bien Margarita, me haré cargo. ¿Cuál es la habitación del difunto Duque?
—Mi lord, ella realmente no quiere verlo a usted—Alexander siguió presionando con su mirada— en el tercer piso, al norte, última habitación.
—Te prometo que ella estará bien Margarita, pero debes guardar el secreto, no es correcto que nadie sepa que visite sus aposentos ¿de acuerdo?
Margarita tenía miedo en su mirada, pero asintió. La preocupación que sentía en ese momento por Elary, era más grande que el miedo a perder su trabajo.
Alexander subió las escaleras con la bandeja en sus manos, llamó a la puerta pero nadie abrió. Puso su oído, pero no se escuchaba ni un ruido, nada al fondo. Volvió a tocar y espero a que Elary abriera pero no lo hizo. Comenzó a impacientarse, no había forma que ella supiera que era él. Tal vez estaba negándose a atender a su doncella, intentó una vez más pero nada ocurrió.
Finalmente abrió la puerta arriesgándose a ser recibido con algún objeto, tal vez un insulto, pero no fue así, Elary estaba en el piso tendida sobre la alfombra. El corazón de Alexander se detuvo por un momento, dejó la bandeja en la mesa más cercana y se acercó a ella.
—Elary— Su voz reflejaba toda su preocupación.
Colocó su mano con cuidado por debajo de su cabeza, el cabello se echó hacia atrás, estaba pálida y sus labios deshidratados agrietados.
La levantó en sus brazos, para recostarla sobre la cama.
—Lo siento, todo esto es mi culpa.
Los ojos de Alexander se cristalizaron, no había llorado desde que era un niño. Pero ahora tenía la necesidad de hacerlo, estaba asustado pero sobre todo, por primera vez en su vida, sentía que no tenía el control de nada.
Su ángel, de belleza radiante, en ese momento reflejaba una tristeza infinita.
Si estaba sufriendo, era culpa de él y de nadie más.
—Despierta— acarició su mejilla, —para que pueda explicarte todo.
Algunas lágrimas se escaparon de sus ojos antes de que pudiera detenerlas.
Qué extraño era el destino, en Londres no le había interesado nunca una señorita, no eran para él que había crecido libre, aventurero y con el alma puesta en el campo. En sus misiones nunca se involucraba con ninguna chica que pudiera robarle el corazón, solo placer y no más que eso. Elary, solo le había bastado mirarla para caer lo más profundo, ella había aparecido frente a él como un ángel, dándole sentido a todo, era tan fácil tomar un barco y marchar porque nunca había encontrado su ancla, ella era la razón. Todo ese tiempo, había esperado por ella.
Sin embargo, ella no esperaba por alguien como él.
No la merecía, —se lo repitió una y otra vez después de haberla besado la primera vez—, no la merecía.
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Hello, buenas noches.
Un nuevo capítulo.
Estamos en medio del drama de las tres historias. Lo que significa que estamos a un salto de ser felices. 💖
Espero que se encuentren muy bien y disfrutando del rico frío de diciembre.
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