Un veneno


Después del segundo Bourbon mi aspecto es inmejorable.

Si antes era lamentable, ahora es patético.

No estoy demasiado acostumbrada a beber y menos por las mañanas. El alcohol siempre me ha parecido un veneno que quema a su paso. Sabor áspero, desagradable, fuego en la laringe y en el esófago, quemazón en el estómago y un dolor de narices que dura un buen rato tras el trago.

Luego la cabeza se embota, va lenta y se distrae... Los dedos se vuelven torpes y la visión se emborrona ligeramente.

No, estar borracha no es divertido. Ni alivia una mierda.

No comprendo el placer del beber, nunca lo he comprendido. Lo mío son las birras. Y el vino si la comida acompaña, pero siempre con moderación.

Un café por las mañanas, un té si alguien más se apunta. El té es para beberlo en compañía. Igual que el fumar. Otro veneno al que no le encuentro el placer, pero al que me uno si alguien ofrece o cuando estoy cabreada.

Un cigarrillo me calma. Pero ahora, en este país, ni fumar caliente se puede. Y paso de salir a la terraza a helarme los dedos y la cara, paso de levantarme y dar constancia de lo torpe que estoy. De que me trastabille, más aun que habitualmente, el pie malo.

Mejor me quedo sentada, sintiéndome que me ahogo, y que nada tiene sentido. Regodéandome un poco más en mi propia mierda. Preguntándome en qué me equivoqué.

¿Qué fue eso tan terrible que dije o que no dije?

O quizás no fue culpa mía y estoy pecando de ególatra y egocéntrica.
Tus palabras se escriben en mi mente:

Soy tan egocéntrico que me encanta hablar de mí mismo.

¿Y por qué has dejado de hacerlo? ¿No te bastaban mis orejas?

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