Un libro
Las gafas, que no son mías porque nunca he necesitado llevar, me traen a la cabeza el recuerdo de una anécdota que no era mía, era de él. Y al evocarle, un terremoto emocional me sacude y culmina con un escalofrío bestial, casi eléctrico, que me zarandea de arriba abajo.
Nunca me ha atravesado un rayo, pero tiene que ser parecido.
El dolor se acumula en mi lado izquierdo e incendia un estómago ya calcinado. Las náuseas empiezan otra vez su diabólico baile, que asciende con velocidad, por el esófago.
Me pongo de pie, respirando hondo y parece que el cuerpo se calma.
Avanzo despacio por la estancia, es relativamente pequeña. No hay demasiados muebles, un pequeño escritorio con un viejo portátil y un libro. Otro torrente eléctrico me cruza el espinazo, ese era su libro favorito. Una mochila y unas deportivas tiradas en un lateral. Los ojos ya se han acostumbrado a la penumbra y me acerco a la ventana que tiene una cortina pasada.
La asgo de un extremo y me preparo para los rayos cegadores del sol a mediodía, dispuesta a sufrir todavía más. Me sorprende un cielo lleno de ópalos y naranjas mortecinos. La evanescente luz se filtra en la estancia y me martillea el cerebro, pero no me gusta estar a oscuras. Y peor sería si fuera mediodía.
¿Cuánto he dormido? ¿Qué hora es? ¿Cómo he llegado? Las preguntas se siguen acumulando con demasiada velocidad y un leve mareo se suma al regocijo de la resaca.
Entre brumas, mi subconsciente me incita a mirar el móvil para obtener algunas respuestas.
Me giro, dispuesta a ir en dirección a la bancada y entonces una voz suave me sorprende.
—¡Eh..! Ya estás despierta...
Levanto la vista, sobresaltada. ¡Claro! No estoy sola... Las gafas, el libro, la mochila, son suyas.
—¿Cómo te encuentras? ¿Quieres un analgésico? —pregunta de nuevo, ignorando mi desconcierto.
Le miro, sonríe con... ¿ternura?, una toalla blanca le envuelve el cuerpo y el pelo le gotea agua. Entonces descifro que los ruidos amortiguados que oía eran el agua caer en la ducha.
Pero mi boca se niega a abrirse y mis cuerdas vocales a vibrar. No soy capaz de hablar. Ni siquiera de emitir un ruido. El desconcierto es enorme. Pero al final, la ley del instinto se impone y como una presa que se abre, empiezo a preguntar:
—¿Quién eres? ¿Qué hago aquí? ¿Cómo he llegado aquí? ¿Qué hora es? ¿Qué día es? ¿Dónde estamos?... —Hago una breve pausa, le miro de nuevo fijamente, niego con la cabeza: no, no le había visto antes; y le repito la cuestión más importante—. ¿Quién eres?
Amplía su sonrisa, sabiendo que sabe mucho más que yo, que juega con total y absoluta ventaja. Y decide dejar de tenerme en la inopia.
—Te dije que el Bourbon va acompañado de la palabra resaca.
...ooOoo... FIN ...ooOoo...
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top