Un Bourbon


—Un Bourbon, por favor.

Me mira como si yo no fuera normal, como si no fuera real. Aunque bien pensado, quizás tiene razón. Una chica, a las nueve y media de la mañana de un lunes, entra en un bar y pide un Bourbon.

Muy normal no es.

Y mi aspecto supongo que tampoco. Ojos hinchadísimos, ojeras, pelo despeinado, sin pendientes, sin maquillaje... vestida casi como si acabara de salir de la cama y fuera daltónica. Una camiseta verde pino, un jersey de forro polar azul marino, unos leggins negros y mis Converse verde manzana. La bufanda y la gabardina negras reposan en la bandolera de mi bolso verde azulado.

Me da igual, hace mucho frío y hace unos días que ya no me pongo faldas. Desde el viernes.

No me apetece. Ya no me apetece.

El camarero obedece, por imperativo legal. Mientras haya dinero, supongo que nada le importa.

Antes de que traiga el vaso, ya tengo un billete de veinte en la mano. Nada más dejar la copa, se lo doy.

Jamás había probado el Bourbon en mi vida. Ahora iba a hacerlo.

Tenía la estúpida/estupenda idea de que eso me haría estar más cerca de él. Su voz, nunca escuchada, resuena en mi cabeza...

«—¿De verdad tomabas Bourbon? —pregunté.

—Es que me encanta como suena. Tiene clase.

—Sí, es un palabra bonita —confirmé.

Lamentablemente va acompañada de la palabra resaca.»

¡Oh, sí! Resaca... pero más dolor es imposible. Lleva doliéndome la cabeza más de dos días. No creo ni que lo note...

Él es así, siempre rebatiéndome. Siempre haciéndome estrujar el cerebro para contestarle. Siempre poniéndome una sonrisa en los labios.

¿Quién la pondrá ahora?

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