Capítulo 57
Para siempre
Dos años después
Sentirse feliz es un concepto nuevo. Algo por lo que la mayoría de los seres humanos nos esforzamos y aunque muchas veces creemos que no lo somos, está ahí. Solo debes saber en qué lugar buscar.
Siempre me consideré…, satisfecho.
En la superficie era alguien cómodo con su vida. Un trabajo que me ofrecía todo lo que deseaba. Una casa hermosa. Y una familia que me ama. Pero siempre faltó algo. Se trata de esa picazón bajo mi piel, una necesidad de más, que pocas veces me permitía reconocer.
Sucede que, el amor, es como el último truco de un mago. Cuando crees que nada puede superar lo que ya viste, entonces aparece algo más y te hace cuestionar todo lo que has vivido antes de ese momento.
Tener a Arthur en mi vida se ha sentido así…, mágico.
Cada vez que veo sus ojos, también veo mis esperanzas de un futuro. Es la razón de mi felicidad la mayor parte del tiempo. Y sí, hay peleas, pero a los pocos minutos volvemos a los brazos del otro.
—¿Ro?
Su voz. También la amo. Amo cada parte de él.
—¿Sí?
—Vamos, llegamos tarde.
Está sonriendo cuando me acerco a él y envuelvo mis manos alrededor de su cuello para besarlo.
Tiene una sorpresa para mí.
Lleva semanas haciendo planes y recibiendo llamadas telefónicas cuando piensa que no lo estoy viendo. Solo que yo siempre lo veo. Todo. El. Tiempo.
Se aparta de mí y hago un puchero instantáneo.
—No. No llegaremos tarde esta vez.
Me tiende la mano y voy con ella. Claro que lo hago. Estoy seguro de que si me ofreciera llevarme al infierno lo aceptaría.
Pero a donde me lleva es al cielo.
Una enorme cabaña rodeada por acres y acres de extensos bosques y también un lago, donde los rayos del sol inciden creando pequeños destellos que simulan diamantes.
—¿Qué es esto? —murmuro.
—Nuestro futuro.
Aquí podríamos ser solo nosotros. Apartados del resto del mundo.
Le sonrío a Art entonces. Con la mirada. Con el corazón. Con el alma.
Y entonces escucho la conmoción.
Risas y música en la distancia.
—¿Hay más? —cuestiono.
—Por supuesto, ve a la parte trasera.
Salto sobre mis pies como un niño pequeño y me dirijo al lago.
Allí está mi familia.
Rhett cocinando algo en un asador.
Roma bailando con la abuela Kalea.
Mamá conversando con papá y su nueva esposa.
Están Phebs y Neith peleando con pistolas de agua.
Las personas más importantes de mi vida.
Todos me sonríen pero no se acercan.
Entonces lo siento, la presencia familiar detrás de mí que roba el aire de mis pulmones.
Me envuelve entre sus brazos y besa mi cuello y hombro.
—Gracias Art…, esto, esto es más de lo que podría haber soñado.
—Gracias a ti por no rendirte nunca conmigo.
Me giro y beso su nariz.
No me gusta que suene triste.
Y menos si es por viejos recuerdos.
—Nunca podría haberlo hecho —beso sus labios suavemente—. Creo…, todo este tiempo he creído que siempre fuimos nosotros.
Él sonríe, una sonrisa que ilumina su hermoso rostro haciendo que el dorado de sus ojos brille.
—Todos los días agradezco a mis padres, porque a pesar de todo, ellos me llevaron a ti y a las noches estrelladas.
—Y los viejos vinilos.
—Y las escapadas al lago.
—Y tú…
—Y tú…
—Y nosotros —susurramos, uniendo nuestros corazones.
A menudo he odiado al universo por todas las veces que nos ha separado.
Pero también he pensado en los ¿y si? y los quizás.
Puede que todo este tiempo el universo estuviera luchando contra sí mismo para unirnos.
Quizá, después de todo, el destino sí puede ser reescrito.
Y lo más importante, sin importar lo que sucedió, eso nos ha traído hasta aquí.
—¿Art?
Parpadea.
Una.
Dos.
Tres veces.
Entonces su rostro se rompe en una hermosa sonrisa que podría iluminar hasta el alma más oscura.
—Maldita sea, Roan —gruñe, lanzándose a mis brazos—. Te amo.
Sus labios se estrellan contra los míos y esta vez, el mundo entero se desvanece.
Mis pensamientos están en esas dos palabras. Unas que nunca pensé oír de él. No en la forma que yo quería al menos. Y ahora las recibo cada día.
Siento su lengua danzando con la mía y el sabor a menta que siempre lo acompaña.
Sus manos se envuelven en mi cintura y me pega a su cuerpo, hasta que nos convertimos en un solo ser con dos corazones que laten furiosos e implacables.
Los dedos de mis pies se encojen y mis manos se enredan en su camisa.
Hay un deseo implícito que nunca antes había sentido. Este beso está sellando algo. Un pacto con el destino.
Alguien dijo una vez que cuando un sueño se convierte en realidad, es, mayormente, una decepción, porque el universo nunca podrá conjurar aquello que tu mente creó.
Pero ahora…
Fuegos artificiales estallan en mis labios.
Solo lo siento a él.
Su tacto.
Su aroma.
Su amor.
Puedo decir, en este preciso instante, que esa persona cometió un error o nunca conoció a alguien que hizo implosionar su mundo desde el primer segundo en que lo vio. Porque cuando deseas algo, con desespero y una necesidad voraz, nada hará que te decepciones.
Supe que me había enamorado de Arthur la primera vez que lo vi. Y no, no me refiero a esa noche, la noche que nos conocimos, donde su sonrisa se convirtió en el centro de mi mundo. Hablo de aquel día, donde a las tres de la madrugada, un chico con una constelación en su rostro desnudó su alma ante mí. Me confesó sus temores y sus más grandes anhelos. Hablo del hombre que me enseñó…, tantas cosas.
A reír hasta que duela.
A amar sin miedos.
A soñar sin límites.
A atreverme a intentarlo.
A dejar huellas.
Cuando se separa de mí, siento la sonrisa en su rostro pegada a mi mejilla.
Y luego sus brazos me envuelven y prácticamente me lanza sobre su hombro.
Camina durante unos minutos y me deposita con delicadeza en el suelo.
Entonces comienza a lanzar su ropa al aire y corre hacia el agua, no pasa un segundo y ya esto imitándolo.
Cuando llego a él, me ofrece una sonrisa. Esas que solo me pertenecen a mí.
Luego…, luego comenzamos a crear nuevos recuerdos.
Lo que solo me deja pensando…
¿Qué haces cuando el sueño por el que has luchado durante años finalmente se cumple?
Creas nuevos sueños.
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