Capítulo 41
La lista de Roma
Había olvidado algunas cosas en el tiempo que llevábamos juntos.
La lista que Roma me había entregado, por ejemplo.
Pero decidí que ya era momento de volver a ella.
Leí varios puntos y ahora quiero cumplirlos todos.
Eran opciones clichés, pero, ¿Qué en el amor no lo es?
Casi todo está visto o hecho.
Y lo importante no es lo que hagas sino la forma en que lo haces.
Así que, si la naturaleza estaba de mi lado, los cumpliría en un mismo día.
1. Un beso bajo la lluvia.
2. Una cita romántica.
3. Una declaración de amor.
4. Confesarle la verdad.
Pheobe y Neith se marcharon más temprano en la mañana, tuvieron que adelantar su viaje debido a un asunto de el padre de Neith.
Así que, me ayudaron a organizar nuestra "cita" en el lago.
Ahora, Arthur y yo caminamos por las calles de Everlake, él aún no sabe de qué se trata nuestra escapada, y no se lo diré por muchos pucheros que me haga.
—Espera aquí —digo, cuando llegamos a un negocio conocido.
Los chicos encargaron unos postres para ambos, no faltaron las bromas de sexo con comida de Phebs y la repetición de Neith sobre poner glaseado en mi pastel.
Art está junto a la puerta cuando me acerco al mostrador.
Opal sonríe cuando me nota y me acerco para besar su mejilla.
—¿Todo bien cariño? —pregunta con esa voz de madre que tanto adoro.
—Sí, Oppa, ¿tienes mi orden? —susurro como si se tratase de un secreto de estado.
—Sí, esos amigos de ciudad tuyos pasaron por aquí —comenta con una expresión curiosa en su rostro—. Son un poco raros.
Sonrío por eso.
Porque, realmente son raros, Neith lanzó a su mejor amigo al suelo en una carrera cuando tenían siete años solo porque no quería perder. El chico tiene una cicatriz en su mano debido a que cayó sobre una especie de ladrillo.
Cuando alguien le dice algo sobre ese tema, su respuesta es siempre la misma, "yo no coloque ese ladrillo allí, hubiese caído en otro lugar."
En su mente podemos elegir como caer cuando alguien nos intenta lanzar al suelo.
Oppa desaparece por la puerta que da a la cocina cuando una presencia familiar se detiene a mi lado.
—¿Roan? —grita mi nombre como si no estuviésemos uno al lado del otro.
—Hola, Noah.
No hay calidez en mi voz cuando hablo.
Solo un nerviosismo que no me gusta.
Sucede que Noah es gay. Siempre lo fue. Y nunca tuvo miedo de decirlo. Me gustaba eso de él. No dejar que el miedo o el qué dirán lo frenaran.
Pero no me gusta cómo me observa ahora.
Él sabía mi secreto.
Que me gustaba Arthur cuando éramos más jóvenes.
Y de alguna forma creyó que eso podría significar que tendríamos una oportunidad en ese entonces.
No la tuvo.
Y no la tendrá.
—¿Cuándo regresaste? —pregunta, su sonrisa es coqueta.
—Hace unos meses.
Asiente, aunque quiere saber más pero no pregunta sobre ello.
—¿Estarás aquí por mucho tiempo?
Observo a Arthur y el lugar donde estaba, no se ha movido, simplemente observa al hombre frente a mi como si pudiese asesinarlo con su mente.
—Sí, por unos meses.
Tampoco aclaro nada, comienzo a rebotar de un pie a otro y él no nota que estoy incómodo.
Que no quiero que esta conversación continúe.
Sigue haciéndome preguntas, ¿Qué tal la vida en la ciudad? ¿Tienes pareja? ¿Quieres quedar una noche?
Y las respuestas serian: Genial, No, Definitivamente no.
Sin embargo opto por emplear la educación que mis padres me han inculcado y despacharlo sutilmente.
Ahora..., si él no entiende que no quiero quedar eso es otra cosa.
Toma una tarjeta de su billetera con su número y dirección, porque los jóvenes usan esas cosas, y sin mi permiso la coloca en el bolsillo trasero de mis jeans.
—Nos vemos por ahí —susurra cerca de mi rostro.
Su aliento es una mezcla entre huevos y tocinos que me revuelve el estómago.
Me provoca escalofríos su contacto y cuando se retira, Arthur sigue en la puerta impidiéndole el paso, comienza a caminar en mi dirección, chocando con él "sin darse cuenta" y provoca que la pobre camarera derrame algo de café sobre su camisa.
Oh, que triste.
Si fuese yo, pusiera sus manos directamente en un lanzallamas.
—¿Qué mierda fue eso? —cuestiona en cuanto me alcanza.
Su grito llama la atención de varias personas pero no lo nota.
—Hablaremos cuando estemos fuera de aquí.
—A la mierda si lo haremos.
Está molesto.
Y puedo comprobar el porqué.
Pero, en serio, ¿Por qué me pasa esto a mí?
Es como: hola dios, soy yo otra vez, te pedí que lloviese, ya sabes agua, no capullos.
Cinco minutos después estamos caminando por las calles adoquinadas con edificios bajos que permiten a los rayos del sol incidir sobre los cristales de algunas ventanas haciendo ese efecto hermoso que simula un arco iris.
Llegamos al bosque y atravesamos los terrenos inestables por las lluvias de días anteriores, la hierba crujiendo con nuestro paso.
Todo está en orden cuando llegamos al lago.
Así que el paso número 2 está completado.
Varias mantas están extendidas sobre el suelo, hay cojines y almohadas mullidas colocadas estratégicamente sobre las mismas.
Algunas cestas de picnic, a lo que sumaré las donas y los cafés que he comprado.
Y mi toque especial..., luciérnagas.
No de las reales, porque esas no aparecen mucho por aquí.
Cuando éramos pequeños, papá un día decidió regalarnos una simulación de las mismas, dijo que ellas cumplían una función en la naturaleza como todos los animales y no debíamos capturarlas solo porque nos gustaba su brillo.
Porque apagaríamos esa luz.
Así que compró varias tiras de esas luces que se iluminan en la oscuridad, las cortó en pequeños trozos, las colocó dentro de unos frascos y luego las ubicamos en las ventanas de nuestras habitaciones.
Cada cierto tiempo, cuando la luz se gastaba, había que cambiarlas.
Uso eso como ejemplo de porque no debíamos capturar a las luciérnagas.
Y lo entendimos.
Desde ese día cada vez que veíamos un animal en cautiverio lo liberábamos y tal vez fuimos demasiado lejos, cuando, una noche, entramos a la casa de nuestra vecina, la señora Robinson y liberamos a su canario.
Resulta que habíamos cometido un delito, allanamiento de morada, y además el animal pertenecía a la veterinaria local y ella lo cuidaba debido a que estaba herido.
Fue difícil deshacernos de ese problema.
—¿Qué es todo esto? —pregunta Arthur, apagando mis pensamientos.
Señala todo el lugar, las luces que inciden sobre todas las superficies de diversos tonos, anaranjado, violeta, índigo, rojo, como el atardecer.
Le gusta, lo noto por la sonrisa en su rostro, pero aún está molesto.
Y quizás este sea el momento que tanto esperaba.
El paso número 4, confesar un secreto.
—¿Art? —llamo.
—¿Sí? —murmura mientras mueve un frasco en su mano.
—Ohm, creo..., tengo que confesarte algo.
—¿Sobre ese chico? —gruñe— ¿Estuviste con él? Dijiste que nunca habías estado con un hombre.
—Exacto, y eso tiene un motivo.
Se acerca a mí, con algo duro parpadeando en su rostro.
—¿Y cuál es ese motivo?
—Tú.
Mi confesión lo toma desprevenido, quizá, porque no entiende lo que significa, quizá, porque sí lo hace y acabo de arruinarlo todo.
—¿Yo?
Bien, esto escala demasiado rápido, pero..., ahora podré cumplir el paso número 3.
—Sí, no he estado con ningún hombre porque todo este tiempo he estado enamorado de ti.
Su mirada quema, mi vergüenza quema, el latido furioso de mi corazón también.
Mis párpados caen por la emoción que amenaza con consumirme, así que miro el suelo cubierto de telas sobre el que ahora estamos parados.
—¿Cuándo lo supiste?
La emoción contenida hace mella en mi interior ante el vacío en su voz.
—¿Por qué quieres saberlo? ¿Qué cambiaría eso? —exijo, con ira burbujeando en mi interior.
—Todo, Roan, lo cambiaría malditamente todo.
Me froto los dedos por el cabello, toda la energía abandonándome.
Estoy molesto y me siento atrapado.
Sin salida.
—No te va a gustar la respuesta.
—Respóndeme.
—Solo..., prométeme, prométeme Arthur que no te enfadarás —suplico—. Sin importar lo que sientas, por favor, Star.
—Yo... solo quiero saberlo.
Hay más en su declaración de lo que admite pero no puedo exigirle nada sabiendo que yo tengo mis propios secretos.
Con un suspiro silencioso, apoyo mi frente contra la suya, no es hasta que lo hago que me doy cuenta de que quizás..., él no quiera mi tacto. Sin embargo no me aparta. El salto en mi estómago y mi corazón me marean, pero también me ayudan a mantener los pies en la tierra.
Él quiere esto.
Me quiere a mí.
—¿Recuerdas aquella vez que saltamos juntos del acantilado por primera vez?
Sonríe contra mí, su nariz rozando la mía.
—Sí, pasaron tres días antes de poder dormir sin sentir que caía y caía sin poder parar. Fue la peor semana de mi vida.
Nuestras sonrisas permanecen al recordarlo.
Él peleaba porque supuestamente lo había traumatizado de por vida, yo porque con quince años había descubierto el amor y no sabía cómo racionalizarlo.
Aunque, ahora veo que cometí un error, el amor debe sentirse no buscarle un sentido, porque no lo tiene.
—¿Cómo lo supiste?
—Por algo que dijo mamá una vez. Era..., como que amar a alguien es como saltar de un precipicio, sabes que la caída puede matarte pero cuando descubres como sería vivir sin ese amor entonces decides que quizá, morir por ello, vale la pena.
El asiente, pensativo durante unos segundos.
Y cuando habla no es lo esperaba escuchar.
—Te lanzaste.
—Lo hice —afirmo, algo que ambos sabemos.
—¿Valía la pena morir por mí, metafóricamente?
—Sí Art —susurro, arrastrándonos al suelo, hasta que caemos sobre las mantas—. Metafóricamente o no, moriría por ti.
Sonríe, y me gusta verlo, pero aún mas ser el causante de ello.
Jamás me cansaré de hacerlo sonreír.
—No quiero que mueras por mí. Sé que muchos creen que de eso se trata el amor, estar dispuesto a morir por alguien, pero no es así. Amor es estar dispuesto a vivir por alguien, junto a alguien. Porque sabes que tu perdida puede doler mucho más que cualquier cosa que hubiese sucedido. Jamás haría sentir así a alguien a quien amo.
Aunque entiendo lo que dice, él me hizo sentir así.
No como si la persona de la que me enamoré profundamente haya muerto, fue algo como un luto en vida, sabes que sigue caminando por ahí, que hará feliz a alguien más, que sus palabras cambiarán la vida de otra persona, que su sonrisa ya no te pertenece, pero no puedes tenerlo, verlo o sentirlo.
Y creo que ese dolor es incluso peor.
☆☆☆
Nos sentamos allí durante horas.
Hablando de todo y de nada a la vez.
Me siento realmente a gusto estando aquí, en el que siempre ha sido nuestro lugar seguro.
Siempre me he considerado...., satisfecho.
Una carrera que prospera a medida que el tiempo pasa.
Una casa hermosa, la mejor familia que alguien podría pedir.
Pero..., debajo de mi piel había un deseo de más, una necesidad, un anhelo de algo que aunque me permiti reconocer creí que nunca podría tener.
—¿Ro? —llama él.
Mi mente se silencia para dar paso a su presencia.
A lo que me hace sentir.
Y espero que el sienta algo similar por mí.
Que eso es lo que quería decir cuando me susurraba en las noches que me ama, no solo ese cariño de mejores amigos.
Pero al final del día creo que no importa si nuestras ideas de amor no coinciden.
Será suficiente siempre y cuando ambos sintamos lo suficiente para elegirnos al otro cada mañana, todos los días, por el resto de nuestras vidas.
—¿Sí? —respondo finalmente.
Me giro sobre las mantas para quedar de frente a él.
Su sonrisa es tenue pero esta ahí.
—Yo también he estado enamorado de ti durante mucho tiempo —susurra—. Creo que desde el momento en que descubrí que..., sin importar que suceda siempre has sido la única persona que me ha amado tal y como soy. No quieres que cambie y agradezco eso. Solo me ayudas a mejorar. Cada día. Quiero ser la mejor versión de mi mismo para estar contigo, para merecerte.
Le oigo aspirar una pequeña y temblorosa bocanada de aire, pero ya me estoy moviendo hasta quedar sobre su cuerpo, necesitando acercarme para poder decir mis próximas palabras.
—Aunque no sientas lo mismo que yo... —beso sus mejillas—. Creo que eres perfecto, sin importar lo que otros digan. No necesitas cambiar ni ocultar ninguna parte de ti solo porque alguien mas cree que deberías.
Creo que dirá algo más cuando algo salpica su rostro y mi ropa.
Algunas gotas de agua caen sobre nosotros mientras nos observamos.
Gotas que pronto se convierten en una intensa lluvia.
Recogemos todo con rapidez y buscamos la salida mas fácil del bosque sin hundirnos en la tierra húmeda.
—Corre —grito.
Su risa me persigue todo el camino de vuelta a casa.
☆☆☆
Estamos uno frente al otro.
Lluvia cayendo sobre nosotros.
Lo que me lleva a pensar en el paso 1.
Cuando los segundos pasan y permanecemos inmóviles, le sonrío antes de acercar mis labios a los suyos.
El beso se abre paso en mi alma, me arrebata la oportunidad de pensar el algo que no sea él, su tacto, su sabor.
Lo consume todo.
Y lo quiero.
Lo deseo.
Anhelo que no se detenga nunca.
Pero segundos después lo hace.
Entierra su rostro en mi cuello, cubriéndose de la lluvia.
—Ya te echo de menos —siento su sonrisa contra mi piel.
Asiento, con mi propia sonrisa que es solo para él.
—Yo también te echo de menos. Luché mucho para no volverme adicto a ninguna droga, pero después de todo..., no creo que pueda pelear contra nada cuando se trate de ti.
—No quiero que lo hagas.
Beso sus labios, sus mejillas, su frente, su nariz, su barbilla.
Porque sí, yo tampoco quiero hacerlo.
No quiero que el miedo, el temor a no ser nunca suficiente, destruya esto que creamos.
Pero...
Hay algo negativo en tener por fin algo que siempre has deseado.
Durante años anhelas a una persona.
Durante años solo quieres estar con ellos.
Durante años sueñas con que eres correspondido.
Y en el momento en que lo tienes, de alguna manera, duele más que cuando vivías sin él.
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