Capítulo 23

Amarte en otras lenguas

Paso 2: Volver al pasado

Amo coleccionar momentos.

Porque siempre hay un punto en tu vida donde todos los momentos felices se ven relegados por los tristes.

Siempre que un día como hoy sucede, que han sido muy pocos a lo largo de los años, me gusta almacenar cada detalle, gestos, palabras, toques...

Es como vivir una utopía.

Un sueño con los ojos abiertos.

Pienso en las palabras de Roma: vive tu vida de modo que un rayo de luz te acompañe siempre, porque cuando la oscuridad intente consumirte, necesitarás algo a lo que aferrarte si quieres sobrevivir.

Y este es uno de esos momentos a los que se aferraría por el resto de su vida.

—¿Es... eso es un tatuaje?

Art señala las letras entintadas bajo mi pecho.

Después de lanzarnos al agua fría retiramos la mayor parte de nuestras prendas de vestir.

Lleva un rato observando mi torso desnudo y definido por los ejercicios, pero mientras yo tengo el cuerpo de un kink, el es como uno de esos rudos leñadores que aparecen en la televisión.

Todo músculos fuerte y magros.

Abdominales definidos.

Piernas tonificadas.

El epítome de la perfección, al menos para mí.

—Sí.

Hay una sonrisa en mi rostro mientras recuerdo la noche en que Neith, Phebs y yo nos dirigimos a un salón de tatuajes luego de que rompieran el corazón de Phebs.

La chica que clama nunca aprender a tejer a menos que sea para usar las agujas para atravesarle los ojos a la "perra oportunista", sus palabras no mías, que le arrebató su amor.

Ella se hizo un pequeño corazón fragmentado cuyos trozos se dispersaban hasta convertirse en una especie de halo de oscuridad.

Neith jamás nos enseñó el suyo.

Y yo elegí una palabra: Sarang.

El tatuador me preguntó qué tan enamorado estaba luego de mencionarle lo que quería.

Por supuesto que sí.

El solo sonrió y me deseó suerte.

La palabra tiene un significado poderoso.

El deseo de estar con alguien hasta la muerte.

—¿Qué significa? —cuestiona, mientras sus dedos trazan mi piel.

Al sentirlo, piel con piel, calienta cada parte de mí.

Deseo acercarlo.

Depositarlo en mi regazo.

Pero me conformo, por ahora.

Su tacto despierta muchas sensaciones en mi cuerpo.

Algunas excitantes, como los latidos sordos de mi parte baja que se empeña en despertar cada vez que él se acerca.

Anhelando su contacto, fricción.

Cada roce, sin importar que tan pequeño sea, se siente como un viejo recuerdo grabado en mi piel.

Y agradezco a todas las deidades de la tierra por permitirme detenerme antes de una reacción cruda y visceral.

—Yo... es... significa... —me corto, inhalando suavemente—. No me gusta hablar de ello.

Su rodilla comienza a rebotar cuando el silencio vuelve.

Arriba. Abajo. Arriba.

He visto algunas partes de Arthur desde que regresé.

Ha sido agresivo, hosco, receloso, tímido e incluso cariñoso, pero esto..., la inseguridad que vibra a través de su cuerpo no me gusta.

Me dejo caer frente a su cuerpo, alarmado de cualquier cosa que esté pensando.

Su rostro esta fruncido en señal de preocupación.

Algunas líneas de expresión son visibles al lado de sus ojos.

Parece mayor que sus veinticuatro años.

Como si la vida se hubiese empeñado en avejentarlo.

Su familia no es la mejor. Yo lo abandoné. Y Audra..., ella nunca fue feliz a su lado.

Cuando lo vi por primera vez aquella tarde mientras hablaba con Rhett, noté algo que pocos podrían percibir.

Solo una persona que realmente te conoce.

La aceptación silenciosa de una derrota.

Como si supiese que sin importar que sucediera, cuantas batallas peleara, nunca ganaría.

Mi mano se eleva desapareciendo su ceño fruncido y acariciando sutilmente su mejilla.

El contacto lo despierta.

Sus ojos se abren al igual que sus labios regordetes y rojos.

Un tono rosado cubre sus mejillas que intenta disimular, y sin embargo, no puede cubrirlo.

—¿Qué pasa?

Sus hombros caen en señal de cansancio y levanta sus manos para enlazarlas detrás de mi cintura pegándome a su cuerpo.

Un jadeo escapa de mi al verlo tan... apagado.

Acaricio su cabello con suavidad, como en los viejos tiempos, un gesto que antes lo relajaba y que ahora parece ponerlo en señal de alerta.

Cuando intento volver a preguntarle que sucede, el habla, interrumpiendo mi balbuceo inentendible y deteniendo mi corazón por unos segundos.

—Tengo miedo. De muchas cosas. A no ser suficiente. A que mis padres jamás me amen completamente. A estar siempre solo —su voz se quiebra y una parte de mí también—. Pero también tengo miedo a perderte. Me da pánico creer que desaparecerás y nunca volveré a verte.

Sus manos comienzan un camino descendente por mi espalda baja.

Acariciando toda la piel descubierta y provocando un nido de dragones enfurecidos en mi estómago.

Siento un tirón en mi parte baja pero me niego a hacer de esto algo sexual cuando esta abriendo su corazón.

Necesito escucharlo.

Hacerle saber que estoy aquí.

Que no lo dejaré.

"Eso no lo sabes aun, ¿verdad?", callo a mi cerebro y me enfoco en Art nuevamente.

—Estudié derecho, le ofrecí un para siempre a Audra, me convertí en una sombra de lo que solía ser. Hice todo lo que sabía que mis padres y ella deseaban, pero nunca me dieron las gracias, ¿sabes? y finalmente solo dijeron que se aburrieron de mí.

Me tambaleo hacia atrás debido a la fuerza con la que sus palabras me golpean.

Él..., no puede estar diciendo eso.

Se ve decepcionado por mi reacción, como si creyera que estoy huyendo de él igual que todos, incluso sin saber los motivos.

Es solo que la fuerza con las que sus palabras me golpearon...

Desestabilizó mi mundo, así de simple.

—Te cuento esto, porque quiero que sepas que tengo mas miedos y también secretos, muchos de ellos —trago con fuerza y su mirada se fija en la mía—. Y si supieras alguno de ellos me odiarías.

—Tha gaol agam ort, mo chridhe —susurro.

Te amo, mi corazón en gaélico escocés.

Solo alguien como Phebs sabría algo de ese idioma y agradezco internamente porque mediante eso puedo confesar lo que siento sin hacerlo realmente.

Él no me escucha pero la tensión que siento desvanecerse sobre mis hombros me hace sentir mejor, liberado.

—¿Por qué nunca te marchaste de Everlake? —pregunto.

Cuando me escucha una sonrisa triste se apodera de sus rasgos.

El brillo apenas llegando a sus ojos.

—Porque si algún día regresabas quería estar aquí. Si existía una posibilidad de recuperarte, de pedir disculpas por no hablarte, necesitaba aprovecharla. Everlake es lo que soy, pero también es el lugar que alberga los únicos recuerdos felices de mi vida y si me marchaba..., sería como renunciar completamente a ti. Y jamás podría hacer eso.

Trato de desviar la vista de él, de lo que su confesión representa, pero no me lo permite.

El terco Arthur nunca lo haría.

Una de sus manos, con su piel lisa y cálida se apoya sobre mi rostro y me sonríe, una sonrisa rota y esperanzada.

Sabe lo que está haciendo.

Me arrebata la oportunidad de decidir.

Quiere que lo elija por una vez.

Algo que nadie ha hecho antes.

No sabe lo que hice años atrás, más bien no sabe porque lo hice.

Pero elegí su felicidad antes que la mía.

Eso debería contar.

Desearía gritarle, hacerle saber cuanto daño podría hacerme. Hacernos.

Pero no lo hago.

Esta es la oportunidad que he estado esperando toda la noche.

No quiero decir no, no cuando se trata de él, así que digo lo único en lo que puedo pensar en este momento.

—¿Arthur? —llamo, con la voz quebrada y el corazón latiendo enfurecido.

—¿Sí?

Mi mente salta con señales de alarma, advirtiéndome que cambie de idea.

Pero me niego a aceptarlo.

Estoy aquí.

Estamos aquí.

Necesito hacer que cada segundo cuente.

Y para ello debo revelarle una parte de mí...

—Soy gay.

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