Capítulo 4

Keyla se adentró al salón comedor que pertenecía a la confitería de la empresa con una bandeja en las manos en la que portaba el almuerzo recién comprado. Sus compañeras de pasantía al distinguirla le apartaron la mirada casi en simultáneo y se taparon la boca al tiempo que murmuraban. No cabía duda de lo nada bienvenida que era a sentarse en su compañía. Parecía revivir el primer día en la secundaria y las chicas populares le remarcaban que ella no era una del grupo, aunque con las fechorías que había hecho a cada instante para llamar la atención de un padre ausente junto con su altivez y desfachatez había logrado ser miembro, y uno importante.

Miró a un lado y al otro, no encontraba mesas vacías a pesar de constituir un lugar enorme. Era el horario del almuerzo y, como de costumbre, el edificio entero se hallaba en el sector. Se tensó y presionó el agarre sobre la bandeja, estaba apostada en medio, como una idiota, sin saber para dónde dirigirse, a punto de darse media vuelta y marcharse, justo cuando de la nada salió una voz que aclamó su nombre:

—¡Keyla, aquí!

Al girarse notó que quien la llamaba, ondeando una palma en alto y una sonrisa de oreja a oreja, era Samantha, la actual asistente de Mark. Antes lo había sido de Alex, pero cuando formalizaron el noviazgo, cambió de jefe.

La había conocido hacía unos meses en la puerta del despacho de su padre, habían compartido un par de frases y se había dado una especie de entendimiento mutuo. Luego la había visto un par de veces más, pero solo habían intercambiado algún que otro saludo, claro que Key no le había dado oportunidad de profundizar el conocimiento de la una y la otra. La nueva asistente de Mark compartía su comida con Charlie, la recepcionista del departamento, y Nick, uno de los miembros del equipo creativo.

A paso lento, se acercó a ellos.

—Siéntate con nosotros, ¿quieres? —preguntó Sam con una cálida mirada que emulaba al chocolate derretido.

Keyla la observó con extrañeza y algo de desconfianza. Acostumbraba a que las personas la usaran como un boleto de llegada a su padre, como si fuera una escalera a la fama directa y fácil. Había dado vuelta a la página de los amigos, aquellos que solo se le acercaban por su apellido, por las puertas que podría abrirles o el estado ilimitado de sus tarjetas de crédito.

—Claro, amor, vamos —insistió Nick.

Algo en ese hombre le agradó, quizás era su mirada cálida y su expresión sincera y honesta. ¿Quién sabía? Pero él le transmitía cierta cualidad fraternal, una tontería, pero por un momento parecía el tipo de persona que la abrazaría cuando estuviera transitando por un mal momento. La necesidad de algo bonito en aquel día era tan acuciante que hizo a un lado las dubitaciones, apoyó la bandeja sobre la mesa, a un lado de Charlie, el único lugar disponible, y se sentó un poco tiesa.

—Gracias —dijo con una voz algo estridente y de cabeza hueca, aquella que la escudaba de cualquier agresión futura, y sin olvidar la amplia sonrisa que no hacía más que acentuar la máscara de tonta.

—Hablábamos sobre el inminente casamiento de Charlie —sonrió Sam al explicarle—. Se está volviendo loca con tantos preparativos —comentó y estalló en carcajadas.

—¡Cómo para no hacerlo! —se excusó la recepcionista y la miró de lleno con unos hermosos ojos azules—. Tengo que decidir color de los manteles, sillas, servilletas, flores de los centros de mesa, si floreros altos o bajos, tarjetas de invitación, catering... —enlistaba mientras enumeraba cada una de las obligaciones con sus dedos con uñas pintadas en un rojo rabioso.

—Bueno, ya, amor, vas a explotar si sigues así —argumentó Nick al tiempo que acompañaba a Sam en las carcajadas y tomaba la mano de la mujer rubia en la suya, para darle un ligero apretón.

Keyla tan solo observaba a la belleza de junto, que arrugaba cada vez más el ceño ante cada tarea que se le sumaba para tomar una decisión. Era de una preciosidad clásica con aquel cabello rubio, facciones delicadas y ojos azules.

—Y ni que hablar del vestido —añadió Samantha con una risotada al ver como Charlie se escudaba el rostro entre las manos y gruñía.

—Es demasiado, y todo debe ser antes de abril.

—¿Te casas en abril? —inquirió Key mientras pinchaba una lechuga del cuenco de plástico que contenía la ensalada que había ordenado.

—Sí, el último viernes del mes, luego aumenta una barbaridad cada simple cosa y no puedo darme ese lujo. Bueno, Xav, mi prometido, dice que no es problema, pero no me quiero aprovechar de él, ya que no puedo contribuir ni en un centavo —aclaró Charlie, sin aire y roja como un tomate.

—Querida, si continuas así, vas a ser la nueva reemplazante de Andy —bromeó Nick al hacer referencia a la gran cantidad de palabras que salían de la boca femenina sin control.

—Muy gracioso —refunfuñó la futura novia.

A Andy aún Key no lo conocía, pero por el comentario suponía que no era alguien agradable, ¿o sí? No seguía muy bien las pautas en las que se relacionaban. Nunca había tenido amistades verdaderas, solo las que el dinero le había otorgado, y esas eran mejor perderlas que encontrarlas. En un mundo de falsedad y caretas podía moverse como pez en el agua, pero en el plano real... Era una total amateur.

—¿Qué estilo de boda es? —preguntó Key, interesada, al retornar al tema principal de la conversación.

Todavía no los descifraba del todo, la trataban como si no se apellidara como lo hacía, y eso la dejaba un tanto tambaleante. No tenía muchos amigos, en realidad, los únicos que entraban en esa categoría eran dos o tres personas y varios otros seres, pero de otra especie, más bien de los que tenían cuatro patas. En sus ratos libres era voluntaria en un refugio de perros de raza galgos rescatados de las carreras clandestinas. Amaba a los animales y había descubierto que se conectaba con ellos de una manera que no lograba con los humanos.

—Una por todo lo alto, amor —explicó Nick al tiempo que elevaba un tenedor con espaguetis enrollados y daba un giro en el aire—. Charlie no esperaría nada menos.

—¿Yo? —preguntó indignada—. ¿Cómo alguien como Xavier va a casarse si no lo hace por todo lo alto? —gritó no sin cierta histeria y exasperación.

—Oh, exageras. A él la fiesta le importa un comino, te rebanas los sesos tú solita, Charlie. Sabes que él se iría contigo, un par de testigos y ya —afirmó Sam y le dio una buena mordida a un extraño sándwich según observó Key.

—No puedo hacerle eso, debe casarse como es esperable para una persona de su status —dijo la mujer rubia y apartó el cuenco con ensalada Cesar con la que jugaba desde que se había sentado, sin probar ni un solo bocado.

—Una idiotez, si me permites —acotó Sam.

—No lo hago —estableció Charlie con cierto enojo.

—Pues, no me interesa, eres una idiota —argumentó Sam con una carcajada por lo que se ganó otra mirada enfadada de su amiga.

Keyla tan solo se limitó a comer la ensalada y a observar el intercambio sin interceder, no se creía capaz, apenas conocía a esas personas que la trataban como a alguien cercano, lo que era muy raro. De pronto, lo percibió. Todo su cuerpo se puso en tensión ante la cercanía, los cabellos en la nuca se le erizaron y el corazón le saltó un latido. Se aproximaba por detrás, por lo que no lo había visto, sino que sus sentidos siempre se hallaban abiertos a él.

Cómo la enfurecía que su físico la traicionara de tal manera. Era el ser más desagradable sobre la tierra, al menos con ella. Claro que tenía un poco de razón, pero vamos, había transcurrido tanto tiempo, y ella había sido una tonta recién salida de la adolescencia en esa época. Él representaba lo que ella nunca sería, una persona que su padre adoraba y de quien se sentía tan orgulloso como si fuera su propio heredero y no un simple empleado.

Debería odiarlo por ello, pero al mismo tiempo que sentía una gran envidia y enfado, no lograba que aquel oscuro sentimiento germinara contra él. Lo intentaba una y otra vez en vano. Había algo que se lo impedía, y la desestabilizaba esa situación de estar en un limbo. Ella no conseguía odiarlo, y él la aborrecía por la estupidez de cuando era una mujer recién salida al mundo. Oh, pero no podía olvidar lo que le había hecho esa mañana temprano, la forma en que la había presentado a sus compañeras. Ya le mostraría con quién se enfrentaba, no era de las que ponían la otra mejilla ante una bofetada. Eso sí que no. Era de las que devolvían el golpe y con fuerza.

—Oh, no. ¿Ahora también me robas a mis amigos? —preguntó Mark con evidente enojo al arrastrar una silla hasta la punta de la mesa y sentarse entre ella y Nick, que Keyla lo tenía de frente.

—¡Mark! —lo amonestó Sam.

—¿Qué? Ella debería estar con las otras pasantes, no con ustedes —argumentó sin percatarse de la tristeza fugaz en los ojos violáceos.

Key apretó los dientes y exprimió de tal forma el tenedor en la palma que podría haberlo quebrado.

—Me arruinaste la oportunidad, ¿recuerdas? —le echó en cara, cansada de su maltrato que casi podía afirmar que gratuito.

—¿Yo? —cuestionó con la expresión de un santo al completo y al punto que posaba una palma sobre su pecho con inocencia fingida.

Como por arte de magia parecía que Nick, Charlie y Sam hubieran desaparecido al igual que el resto de los comensales y solo restaran Key y Mark y las dagas de pura furia que disparaban por los ojos, la sangre corriéndoles por las venas y los corazones golpeteándoles como dos tambores al unísono. Un duelo entre dos adversarios sin igual.

—Sí, en el instante en que dejaste bien en claro que mi puesto estaba comprado o más bien regalado —habló entre dientes al tiempo que acercaba su rostro peligrosamente al masculino.

—Ah, ¿y me vas a decir, princesa, que no le rogaste a papi que lo hiciera? —susurró la pregunta con una sonrisa socarrona a la vez que se inclinaba hacia ella.

Los alientos se entremezclaron y por un breve instante el motivo de la discusión fue olvidado, ojos verdes y violáceos conectados en un dilema que no tenía solución posible. La energía que los recorría los envalentonaba a enfrentarse cuando uno estaba cerca, una intensidad que los vinculaba más allá de lo indecible.

—Eso no importa —argumentó Key al tiempo que apartaba la mirada y rompía el enlace.

—Porque estoy en lo cierto —soltó Mark al retomar la compostura—, le calentaste la oreja a papi hasta que ya no lo soportó más y te dio lo que tanto querías, ¿cierto? Y tú y yo sabemos que solo buscas una cosa, y desde ya te aviso que no lo lograrás —le advirtió con el índice en alto.

—¿A qué te refieres? —inquirió, desconcertada.

—¡Por favor! —escupió al tiempo que aventaba los brazos al aire y se reclinaba en el asiento—. Ya déjame de tratar como a un completo idiota. Ya lo fui una vez, pero no una segunda, princesa —dijo entre dientes ante la mirada atónita del resto de sus acompañantes—. Las caretas ya no van aquí, así que ya puedes ir abandonando la mesa —ordenó a la vez que extendía el brazo y señalaba la salida de la confitería.

—Jefe, para el carro —lo cortó Nick, tan serio que el rubio lo miró con el ceño fruncido, como si recién se percatara de que habían más personas con ellos—. Me importa una mierda qué ocurrió antes o qué sucede ahora.

—Entonces, mantente fuera —ladró, destilando fuego.

Fue entonces cuando captó la tristeza que nubló los ojos hermosos que tenía a un lado y fue tan rápido que bien podría haberlo imaginado, pero sabía que no. Ella estaba en lo cierto, le había arruinado la posibilidad de tener una buena relación con sus compañeras, que la conocieran hasta que supieran quién realmente era. ¡Es que él sabía quién era ella en verdad! Una maldita harpía sin corazón.

Sin embargo, le picaban las yemas de los dedos por acariciar su piel, por apartar esa pesadumbre que le bañó las facciones, pero apretó las manos en puños para evitarlo. En cuanto vio el ademán de Keyla de levantarse, él fue más rápido y lo hizo primero. Sin poder evitarlo, su corazón se estrujó y se maldijo por ese sentimiento que ella no merecía.

—Olvidé que tengo un almuerzo con un cliente —y sin agregar nada más, salió disparado.

—¡Qué extraño! —exclamó Nick con el ceño fruncido mientras observaba a su jefe dejar la cafetería.

—¿Qué cosa? —preguntó Charlie—. Siempre sospeché que ese querubín dorado era un tremendo idiota en el fondo —añadió a la vez que sacudía la cabeza en un breve ademán.

—No, el hecho de que no tiene ningún almuerzo pautado. Más temprano estuvimos organizando las actividades y reuniones de la semana como para designar las tareas. Definitivamente, mintió —afirmó y clavó los ojos melosos en los violáceos que le exigían que cortara el tema ahí mismo.

—Keyla, deja ya el silencio y cuenta —pidió Sam más que interesada en la historia que parecía esconderse detrás de la discusión que acababan de presenciar.

La aludida se hundió en el asiento, se había mantenido ensimismada después del altercado y un vacío la había inundado al partir Mark. En cuanto oyó que la llamaban, alzó el rostro y retomó su habitual expresión altiva.

—No hay nada que contar. Mark y yo nunca nos hemos llevado, es cuestión de piel, supongo —comentó Keyla al tiempo que se encogía de hombros y su ensalada de pronto adquiría una atención sin igual.

—Sí, como no, como si no hubiéramos notado las chispas que saltaron apenas apareció, si hasta casi tenemos que llamar a los bomberos —bromeó Sam sin que las emociones que la chica trataba de ocultar la engañaran—. Key, es solo curiosidad, no tienes que contarnos nada —aclaró la joven de mirada chocolate.

Keyla tan solo asintió y pinchó un trozo de tomate que se llevó a la boca con una expresión de total indiferencia. Ah, pero Sam no se dejaba embaucar y había visto, una vez hacía un tiempito, el verdadero rostro que Key mantenía detrás de aquella máscara con la que se escondía. Extendió la mano y la posó sobre la muñeca de la mujer de cabellos acaramelados y ojos violáceos.

—Key, en serio —sonrió—. Charlie y yo vamos seguido a almorzar al Parque Battery, hoy no queríamos dejar solito al pobre de Nick, el resto del equipo está en un almuerzo de negocios, y él no fue invitado —aclaró e hizo un frunce con los labios a manera de falsa tristeza dirigida hacia Nick—. Igual, con la nieve no sería el lugar ideal para pasar el rato.

Nick tan solo la abrazó y le dio un sonoro beso en la mejilla. Sam aceptó la muestra de cariño, hundiéndose contra el torso de su amigo y ampliando los labios en una sonrisa encandiladora.

—Gracias a ellos estoy compartiendo este riquísimo almuerzo con tres bellezas —anunció el hombre y le guiñó un ojo a Key en complicidad.

—Ah, siempre tan adulador —señaló Charlie—. Ten cuidado, Key. Nick te va a enamorar, es el chico ideal, pero lástima que mira para otro lado.

Keyla lo observó con atención y parecía evaluarlo como si no comprendiera el comentario. Era un hombre atractivo, de mirada amable y sonrisa fácil, que no era avaro con los halagos y las palabras cariñosas. Traía el pelo atado en una cola de caballo y vestía a la perfección, el hombre ideal podría decirse.

—Soy gay, amor. Eso no quiere decir que no pueda apreciar la belleza femenina.

—Tal vez eso te hace apreciarla aún más —concedió Keyla, elevando las comisuras de los labios.

—Puede ser —dijo Nick al tiempo que le sonreía—. Me gustas y mucho. Solo tienes que soltarte un poco más y estarás bien —apuntó al hacer referencia a lo tiesa que se hallaba la joven—. ¿Ya te vas? —preguntó al ver que se elevaba del asiento—. Espero que no haya sido por lo que dije.

—No —sonrió—. Es que quiero comenzar con las tareas que nos dejó Marcus.

—No te preocupes, es un tipo apacible y establece objetivos tranquilos —aseguró Nick.

—No conmigo —negó, y luego de hacer un ademán con la mano a manera de despido, partió del lugar.

En cuanto caminó delante de la entrada del despacho de Mark y lo vio de espaldas mientras contemplaba por una de las ventanas, el enfado se restableció y juró que lo haría comerse sus propias palabras. Ya que la odiaba, le daría verdaderos motivos para hacerlo. Una sonrisa un tanto pícara se le dibujo en el bello rostro, y su mente comenzó a maquinar al mejor estilo de la Keyla alborotadora de años anteriores. La que se había enfrentado a un millar de periodistas y hasta a uno le había robado su cámara y comenzado a tomarle fotografías ella misma mientras reía como una lunática. Había terminado tantas veces en la comisaria que ya ni recordaba los motivos.



Después de la hora de salida del trabajo, Mark se encontraba en las puertas vidriadas del Museo de Arte Moderno. Miraba las agujas en el reloj de su muñeca justo cuando llegó Gabe enfundado en un enorme abrigo oscuro que dejaba solo a la vista sus ojos, de un gris perlado. Realmente el tipo daba miedo con aquella mirada helada y la expresión seria.

—Hola, hombre. ¿Solo? —preguntó el recién llegado con voz inclusive más gélida que Alex, y eso era decir mucho.

—Sí, aún Alex no ha llegado —informó el rubio sin su alegría acostumbrada.

—Bien, así podrás contarme a qué venimos. Porque no es a ver una película, ¿cierto? —preguntó al tiempo que observaba las puertas vidriadas y la cantidad de personas en el interior, a la espera de una respuesta negativa.

Mark lo miró como si de pronto se hubiera convertido en un espécimen de la película Avatar. ¡Por favor, qué falta de cultura que tenían sus amigos!

—Hay una exhibición de Henri Cartie-Bresson, uno de los mejores fotógrafos de la historia. Y antes de que lo menciones, no, la fotografía titulada El beso no es de él, sino de Doisneau —aclaró ante la usual equivocación que cometían los aficionados.

Gabe lo contempló por unos segundos sin expresión alguna, hasta que formó una sonrisa que le daba hasta una expresión más dramática que su seriedad.

—Perdona, amigo —dijo al tiempo que se frotaba la nuca y mostraba cierta vergüenza—, pero no tengo ni idea de quiénes son y menos aún esa fotografía que comentas.

—Claro —expresó con enojo y apretó los puños dentro de los bolsillos del sobretodo negro que traía y que le acentuaba los dorados cabellos que resplandecían por las luminarias del local y de la calle misma.

El invierno no había dado tregua, no obstante, al menos aquella noche tan solo caían algunos copos de nieve apenas perceptibles, pero que les dejaba motitas blancas en los hombros.

—Hey, viejo. No te enfurezcas conmigo, tú propusiste esta salida, y aquí estoy secundándote, al igual que hará Alex —se defendió al tiempo que se encogía de hombros—. Si fuera por mí, iríamos por una buena cerveza negra y unas papas fritas, y quizá a disfrutar de una buena banda. Lo mío es más la música que lo visual.

Cada uno tenía una preferencia marcada, Mark adoraba las películas y las fotografías, en cambio Alex era expertos en pintores, dado que él mismo era un maestro en el arte de los óleos y las carbonillas, y Gabe apreciaba las salidas musicales. Mark se había percatado que el hombre era conocedor de las melodías como si el mismo practicara algún instrumento o descifrara el lenguaje de las notas, pero era tan reservado en cuanto a su vida que no lo sabía a ciencia cierta.

—Lo siento, no es contigo. He tenido un día de mierda y sospecho que tendré todo un semestre igual —argumentó, más tranquilo, al tiempo que suspiraba y elevaba los ojos al cielo.

—¿Qué ocurre?

—Mira, no quiero hablar de ello ahora. Solo disfrutar de unas imágenes sorprendentes y pasar el tiempo con mis amigos —sonrió con verdaderas ganas—. Al fin, hermano —aclamó al punto que aparecía Alex igual de abrigado hasta las orejas—. ¿Qué te entretuvo tanto?

—Cuestiones —contestó, como siempre tan comunicativo, a la par que se establecía frente a ellos.

Alex observó el interior del museo e hizo una expresión de desagrado al contemplar la cantidad de personas en el interior. No era de los sujetos a los que le gustaba estar rodeado de gente y mucho menos en un lugar cerrado. Una situación que aún lo ponía nervioso.

—¿Con una cierta señorita de ojos color chocolate? —inquirió Mark para luego lamentar haberlo dicho al distinguir la mirada asesina de su amigo. Se notaba que aún andaban con ciertos problemas y que, aunque habían transitado un gran camino para arribar a dónde estaban, aún les faltaba un largo tramo por recorrer.

—¿Sam aún vive con Nick? —preguntó Gabe—. ¿No te pone un poco celoso, aunque el tipo sea gay?

—Celoso, no. ¿De la cabeza porque no quiera que planifiquemos algo más de lo que tenemos? Por supuesto —aclaró Alex, sombrío, y en un tono tan bajo que los dos hombres tuvieron que hacer un esfuerzo para llegar a oírlo.

Era la herramienta que utilizaba para impedir que el tartamudeo lo atacara, descendía tanto la voz que daba una sensación de ultratumba, casi espectral.

—Chicos, una idea. ¿Podemos no hablar de ninguna mujer hoy? —sugirió Mark.

Alex lo miró con profundidad, ante lo que el rubio frunció el ceño y le hizo una morisqueta que le robó una sonrisa al moreno.

—Claro, creo que sería lo mejor. Aunque estamos esperando a alguien más —anunció Alex para total desconcierto de Mark.

—¿Alguien más? ¿A quién adoptaremos ahora? Con Gabe no tuve inconvenientes, bueno, quizá solo al principio. Lo siento, viejo, pero es cierto —confesó al darle unas palmadas al otro morocho de ojos claros y le sonreía con picardía—. Pero, por favor, ¿quién?

—Xavier.

—Al menos es una luz en la oscuridad —mencionó Mark, aliviado. Le caía muy bien el muchacho y sabía que había habido algún tipo de acercamiento entre él y Alex en los últimos meses, algo que aún lo sorprendía para ser su amigo alguien poco sociable.

Al final, parecía que él se convertía en el solitario del grupo. Alex estaba más comunicativo que de costumbre y más expresivo en sus facciones, como si Mark estuviera tomando su lugar en lo iracundo y se hundiera en la penumbra dejada por su amigo.

—¿A qué te refieres? —preguntó Gabe sin tener bien en claro de quién se trataba, no conocía el nombre de la totalidad de los hombres que trabajaban con esos dos.

—Es bueno, tranquilo y parece un santo —explicó el rubio y soltó una risotada.

—¿Insinúas que nosotros no? —preguntó, sardónico, Gabe.

—Hombre, claro que no. Somos tres encarnaciones del mismísimo diablo. Un poco de luz nos vendrá bien, el chico es ideal. Y hablando de él, allí se aproxima y por lo que veo, con cara de pocos amigos. Hey, ¿qué ocurre? —preguntó al tiempo que le extendió la mano al recién llegado.

—Charlie me vuelve loco con un listado interminable de cosas de las que hay que encargarse —respondió el blondo casi platinado con una expresión de enfado indisimulable mientras estrechaba la palma que se le ofrecía.

—Bueno, hombre, tú querías casarte —advirtió Mark.

—¿Te casas? Felicitaciones, y de paso, soy Gabe.

—Un gusto —dijo al punto que le daba la mano—. Y gracias, pero es un rompedero de cabeza, no veo la hora de que la boda acontezca y poder sacarme este embrollo de la mente —expresó, irritable como nunca lo habían visto antes sus jefes.

Alex lo observaba y por un segundo sintió una envidia terrible. El muchacho sí que tenía un futuro con Charlie; sí, podría ser que se estuvieran volviendo locos con tantas tonterías, pero al menos planeaban un mañana. Algo que él y Sam no hacían.

—Bien, ya estamos todos, ¿no, Alex?

—¿Eh? Sí —afirmó, y Gabe soltó una carcajada ante el rostro preocupado de Mark al aguardar la respuesta.

Sin más dilataciones, entraron al museo en el que Mark parecía un guía turístico al comentar cada foto y técnica utilizada por Cartie-Bresson, uno de los maestros de la fotografía analógica en blanco y negro.

Al pasar por cada imagen no lograba desembarazarse de unos ojos hipnóticos que lo perseguían como un cazador a una presa. Parecía que nada podía distraerlo y solo esperaba que el semestre terminara y sin secuelas para su salud mental.


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