Capítulo 2
Cuatro años después
De nuevo estaba sentado en el patio de la escuela como acostumbraba, siempre solo y en el mismo sitio. Era uno de esos chicos que se catalogaban como extraños y hasta un poco desquiciados a los que ninguno se acercaba y trataban de esquivar. Nunca conversaba con nadie ni nadie le dialogaba, como si no existiera y solo fuera un fantasma que adornaba el lugar.
Jamás habían intercambiado ni una palabra, pero había algo en aquel chico con lo que se identificaba como no le sucedía con ningún otro, aunque no pudiera definir de qué se trataba. Posó los ojos verdes sobre él, quien observaba a los alumnos de la escuela disfrutar del estar al aire libre y charlar, bromear y jugar. Parecía que tan solo contemplaba la vida transcurrir frente a él, como un mero espectador sin intentar participar de manera alguna.
Mark miró a sus constantes compañeros que lo rodeaban y que siempre lo acompañaban, sin embargo, se sentía igual de solo que aquel otro muchacho, solitario y huraño. Ah, pero su semblante jovial y superficial no dejaba vislumbrar el verdadero interior que albergaba. Había tenido años de experiencia para erigir unos muros bien gruesos que circundaran y resguardaran su verdadero ser.
Se salió del círculo popular y avanzó, ante la vista extrañada de sus amigos, hacia Alexander Peters, el extraño de la escuela.
Se sentó a su lado en el banco desde el que se veía el patio por completo. Al principio no pronunció palabra, solo se mantuvo junto a él en perfecto silencio. Ni siquiera lo ojeó de reojo. Obviamente, Alex tampoco abrió la boca, a duras penas le dirigió una mirada de soslayo y arqueó una ceja ante la sorpresa de la cercanía de otro individuo.
Eran de la misma edad, igualados en altura y delgadez, la única diferencia eran sus aspectos, uno moreno, y el otro rubio, y sus personalidades, uno callado, y el otro gracioso y extrovertido.
—¿Por qué siempre estás solo? —preguntó, y el moreno arqueó la ceja aún más, a modo de interrogación—. Nunca andas con nadie —explicó Mark, aún manteniendo la atención al frente, y en respuesta obtuvo un encogimiento de hombros.
El sol hacía resplandecer sus cabelleras y resaltaba las diferencias en sus fisonomías y rasgos.
Mark guardó las manos en los bolsillos de su chaqueta celeste, se repantigó en el asiento y cruzó las piernas a la altura de los tobillos, en una postura de fingida despreocupación, mientras por dentro se le revolvían un millar de emociones, y más aún la incertidumbre del inminente rechazo. Se dispuso a observar al resto del alumnado como hacía su compañero de banco, con una máscara de indiferencia.
—Por cierto, mi nombre es Marcus —mencionó de improviso, lo que hizo que Alex se volteara y alzara de nuevo una ceja mientras lo escudriñaba con esmero.
—¿Qu-qu-qué quieres? —preguntó el moreno con el usual tartamudeo, por el que era burlado por sus compañeros de clase, y en sus ojos podía distinguirse el enfado que lo asaltó al momento que las palabras tropezaron fuera de sus labios al mismo tiempo que una sospecha asaltaba sus facciones.
—Nada —respondió el blondo sin apartar la vista del resto del alumnado que cuchicheaba a unos metros sin esconder que los protagonistas de los chismes eran ellos.
—Alex —comentó de pronto el moreno con una voz que parecía resquebrajar la tierra.
—Huy, sí que das miedo —anunció Mark con una sonrisa de oreja a oreja, como si hubiera logrado un imposible.
Alex se encogió de hombros y se hundió en el asiento casi como si intentara desaparecer de la vista verdosa al fundirse con el fondo, algo que parecía lograr para el resto del mundo menos para Mark.
—Confieso que ya sabía tu nombre. Hace tiempo que te observo.
—¿P-p-por qu-qu-qué?
—Me caes bien.
—Y-y-yo no le c-c-caigo bien a n-n-nadie.
—Puede ser, pero yo no soy nadie y a mí me caes bien a diferencia de a los demás —admitió al conectar la mirada clara con la oscura.
—Eres popular —argumentó Alex con la voz tan baja que era apenas audible.
—Puede ser —concedió al tiempo que se revolvía el cabello como si el comentario le hubiera disgustado—, pero me agradas y desde ahora en más somos amigos.
—Yo no tengo amigos —aclaró Alex, un tanto desorientado con la conversación.
—Pues, ahora tienes uno —dijo Mark, tajante.
Sin pronunciar ni una palabra más, Mark se elevó sobre sus pies y se acercó al grupo que conversaba en medio del patio. No miró atrás al alejarse, pero definitivamente había sentido la conexión con aquel chico raro. Había reconocido un igual, un reflejo que hacía tiempo no se permitía espiar y que emulaba al suyo propio.
Al día siguiente sucedió igual. Alex estaba sentado en el mismo banco, Mark se aproximó y se acomodó junto a él. Habló y habló a la vez que el moreno permanecía en silencio y arqueaba una ceja en alguna que otra ocasión, como extrañado ante la situación de tener a una persona interesada en él, y más aún una que le conversaba amistosa y alegremente, como si, en realidad, fueran cercanos o mantuvieran algún tipo de relación. Algo impensable para Alex.
El evento se repitió día tras día, solo Mark hablaba y se respondía a sí mismo las preguntas que dirigía a Alex, parecía no necesitar que el moreno emitiera palabra para comprenderlo. Se había percatado que, aunque su nuevo amigo no hablara, parecía sentir un dialogo interno con él, había aprendido a descifrar sus gestos, imperceptibles para los demás, más no para él.
Una tarde, el rubio permaneció raramente callado, sentado casi pegado al chico silencioso que ya consideraba un anclaje, y cabizbajo, con el cabello escondiendo su bello rostro. Tan apagado y con la mirada perdida en un horizonte inexistente que hasta Alex pareció extrañarse del cambio drástico en su actitud. Aunque Mark hablara hasta el cansancio era poco lo que decía. Era como si intentara enmascarar la realidad con aquella vomitada de palabras y esa aparente jovialidad. Ah, pero Alex había llegado a conocerlo bien y a interpretar lo que se escondía detrás de tanta palabrería.
—Ven —pidió de pronto Alex al tiempo que se elevaba del asiento.
Mark lo miró con extrañeza y, luego de vacilar, decidió seguirlo. Al cabo de un par de minutos entraron al baño de hombres de la escuela, y Alex ingresó en uno de los compartimientos.
—Entra —lo instó.
—Alex, yo no soy...
Comenzó a explicarse al creer que Alex había malinterpretado su intención al acercarse a él y que sus orientaciones sexuales fueran diferentes. Ni siquiera tenía ninguna pista de cuál era su camino sexual, aún no pensaba en chicas. Más bien, todo lo que fuera un contacto físico, por más mínimo que fuera, le producía un revoltijo en el estómago y un asco sin igual.
—Lo sé. Entra —lo apremió nuevamente.
Mark así lo hizo, con paso lento y desconfiado, aunque había algo en esa voz de ultratumba, en la mirada oscura y en él mismo que lo hizo sentirse a salvo como hacía mucho tiempo nadie lo hacía y, por más curioso que fuera, desear su cercanía. En cuanto estuvo encerrado en el pequeño box del cuarto de baño, Alex se abalanzó sobre él y lo rodeó con los brazos, sobresaltándolo.
El instinto de Mark lo hizo forcejear con fuerza y querer escapar del más mínimo toque de otro ser, pero Alex ancló los brazos a su alrededor y evitó el ansiado escape.
—Shhh, t-t-todo está bien —aseguró a la par que le pasaba una mano por el cabello dorado, como el de un querubín, y lo acariciaba con ternura.
La lucha se detuvo. Las lágrimas que ya no permitía que saltaran de sus ojos verdes desde hacía años, brotaron sin permiso y bañaron el hombro del que se había convertido en el único y verdadero amigo que poseía. Se aferró al torso como si fuera la única salida de un interminable tormento.
—Lo siento —se lamentó Mark y trató de alejarse, pero Alex no se lo permitió.
—Tranquilo —dijo con voz acerada—, déjalo salir.
—No puedo detenerme —sollozó y se apretujó aún más contra él.
—Necesitas el contacto, te hace humano todavía.
Tenía razón, el tener a una persona que lo abrazara sin perversión, que no le produjera repulsión, era tan inesperado y reconfortante que se hundió aún más en la contención que se le ofrecía.
—¿Acaso sabes...? —calló de golpe al percatarse de lo que había estado a punto de confesar. No había forma de que le contara lo que vivía noche tras noche a nadie, podía hablar de cualquier cosa, menos de eso. Poseía esa estúpida idea de que, si lo ponía en palabras, lo haría más real. Como si fuera posible otorgarle mayor realidad a la mierda que era su vida.
—Lo presiento. Sé que sufres al igual que yo, aunque noto que lo tuyo es aún peor que lo mío —susurró en el oído del rubio—. Yo tengo a Sarah conmigo, mi hermana. ¿Tú tienes a alguien?
Mark negó en un breve ademán de la cabeza. Por un segundo sintió una envidia enorme. Alex tenía a alguien más en su vida, una persona mucho más importante que el chico que le hablaba sin parar, y Mark se sintió un idiota por anhelar convertirse en esa niña.
—A mí, me tienes a mí —aseguró Alex y acentuó el agarre sobre el cuerpo tembloroso.
Las palabras más bellas que le hubiera podido decir. Mark se aseguró de atesorar ese pequeño instante de gran importancia por el resto de sus días.
Desde entonces no se separaron ni por un segundo. Mark era el que hablaba hasta por los codos, y Alex quien permanecía en silencio, aunque parecía que había alguna clase de intercambio y entendimiento entre ambos que era ajena a cualquier espectador. Gracias a esa relación impensable, Mark logró añadir algo de luz a su eterna oscuridad y pudo tolerar el contacto y la cercanía de otra persona. Alex no perdía instante de abrazarlo o pasarle un brazo por los hombros acercándolo a su costado, conductas extrañas en el moreno, aunque parecía serle fácil con él y hasta a Mark, cada día, se le hacía menos laborioso ser espontáneo.
Conoció a Sarah al poco tiempo, y ella lo adoptó como a un hermano más de inmediato. Se había efectuado entre Mark y la niña, casi tan rubia como él mismo, una conexión instantánea que parecía superar la diferencia de sangre. No se parecía en nada a su hermano; por empezar, era rubia y, además, simpática, sonriente, hasta más habladora que Mark, y pasaba de un tema a otro con una facilidad indescriptible. Sin embargo, Alex y ella compartían los ojos oscuros que eran una marca registrada de los hermanos Peters.
Sarah era muy suelta en sus demostraciones de cariño y no era avara con los besos y abrazos que perdigaba tanto a Alex como a Mark. Él no pudo más que amar a aquella chiquilla que de pronto se había convertido en su pequeña hermanita y quien lo alegraba con sus sonrisas y tonterías.
Los tres transcurrían juntos las tardes después de la salida de la escuela, a la espera de que arribara el lamentable horario en que debían retornar a sus hogares en lo más profundo del infierno. Nunca tocaban temas escabrosos, sino que charlaban de intrascendencias y reían, al menos Sarah y Mark. Alex no reía abiertamente, sin embargo, sus ojos oscuros tenían, en ciertas ocasiones, unas chispas que denotaban la alegría que ocultaban.
Los rostros se modificaban al hallarse próximos a la separación, y un vacío sin igual les inundaba el alma. Al menos Sarah y Alex transitaban juntos la acera calcinante, en cambio, Mark concurría solo a su destino.
—Alex dice que pronto nos iremos —soltó Sarah una tarde mientras se hallaban sentados a los pies de un árbol que les brindaba algo de sombra y arrancaba mechones de césped.
A lo lejos se oía el griterío de un grupo de niños jugando con una pelota y a su madre llamándolos.
El terror inmediatamente invadió a Mark, no podía perderlos, ni siquiera lograba concebir la idea de no verlos nuevamente, eran lo más cercano a una familia que poseía. Con ellos tenía la sensación de pertenencia y de estar en el lugar correcto por una maldita vez. Una piedra se le alojó en medio del estómago y la garganta se le cerró como si lo estrangularan a la vez que un sudor gélido le descendió por la columna vertebral.
—Tú vienes, ¿cierto? —preguntó la niña de ojos oscuros como la noche y cabellos rubios como el sol.
—Él vendrá —aseguró Alex ante un estupefacto y repentinamente mudo Mark.
—Bien —respondió Sarah al tiempo que daba un asentimiento con la cabeza y sonreía al asimilar la reciente información—. Sabía que te nos unirías.
A Mark se le llenaron los ojos de lágrimas y un nudo se le formó en la faringe. Los amaba tanto y no sabía si se percataban de la profundidad de sus sentimientos hacia ellos o de cómo lo habían salvado de la oscuridad que lo aclamaba a cada paso.
Se habían convertido en su familia, las únicas personas que había permitido que se escabulleran dentro de su corazón y en las únicas en las que se daba el lujo de depositar su confianza. Tres contra el mundo, el lema que los conduciría de allí en más.
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