Epílogo
Cinco años después...
Era raro volver después de tanto tiempo. Mi madre había estado manteniendo el apartamento durante este tiempo, así que tendría dónde dormir. Antes del funeral, quería ir a ver a Emily. Me habían comunicado unos meses atrás que estaba empezando a mejorar poco a poco, así que sentía que debía ir.
Una vez ya frente a ella, me sentí como en casa, totalmente segura
— Hola, Emily. ¿Qué tal estás?
— Hola... Bien, gracias por preguntar... ¿eras Julie, verdad? — mi chica miraba al infinito, parecía que estaba buscando algo en la pared. Me sorprendí cuando me miró al decir mi nombre. La tomé por las manos, orgullosa de ella.
— Sí, soy Julie. ¿Te acuerdas de mí?
— Mi madre ha hablado de ti todas las veces que ha venido. Me ha dicho que eres mi mejor amiga y la mejor chica con la que podría hablar en mi vida. Pero también me dijo que estabas en otro país...
— Y lo estaba, sí que lo estaba — no pude evitar llorar al escucharla. Aquella mujer era magia —, pero al enterarme de la muerte de Rosse he decidido venir para ver que tal estaba Johnny,
— Rosse y Johnny... ¿Eran el matrimonio que llevaba la tienda de comestibles?
— Sï, sí que eran... Ay, Emily... me alegro mucho por ti.
— ¿Y eso?
— Porque comienzas a ser tú de nuevo — le coloqué una mano sobre la mejilla y se la froté con cariño —, me alegro tanto.
— Gracias, Julie. La verdad es que, yo también me alegro mucho por mi.
***
***
Era raro entrar en esa calle sin ver el cartel iluminandose de Bollerías Robinson. Se veía que las cosas habían cambiado durante estos últimos cinco años. Me adentré en el interior del edificio, para así encontrarme con Johnny, sentado detrás del mostrador, mirando una foto de su mujer.
— Era una mujer encantadora, la consideraba mi madre aquí.
— Julie — se levantó de golpe al verme —, no sabía que vendrías...
— Rosse fue una de mis mejores amigas durante mi adolescencia, John, y merecía viajar más de nueve horas para despedirla como se merece.
— ¿Qué tal por allí? ¿Dónde estuviste?
— He ido por medio mundo, pero antes estaba en Costa Rica... — la miré con cariño mientras le frotaba las manos —. ¿Cuándo será el funeral?
— Dentro de unas horas.
— Bien, hasta entonces, te haré compañía.
Me quedé en aquella tienda hablando de años antiguos, donde antes éramos todos felices. Una pregunta resonó en mi mente desde la primera sílaba.
— Bueno, ¿y ahora eres feliz?
— ¿Yo? Bueno... voy por todo el mundo y he ganado varios premios.
— Eso ya lo sé, pero dime, ¿eres feliz?
— Supongo que no es algo que se conteste tan fácilmente, como si te queda o no pan en casa y tienes que ir a buscarlo aquí... — le dediqué una pequeña sonrisa —. Pero supongo que, desde que perdió a Kang, luego a Marc y después a Emily... no, ya no soy feliz...
— Te entiendo... perder a alguien que queremos puede destruirte — me tomó de las manos mientras mis ojos se llenaban de lágrimas. Ambos nos abrazamos mientras comenzábamos a ir hacía el funeral de la persona que me había cuidado durante el tiempo que había vivido allí.
***
***
Tras el funeral me di cuenta de que aún no había nevado, a pesar del frío y de los pronósticos meteorológicos. Ya había ido al apartamento, y me sorprendí al ver que todo estaba tal y como lo había dejado al irme. Sin embargo, no me había quedado mucho tiempo allí, ya que, por culpa del frío, decidí irme a una cafetería que el señor Robinson me había recomendado. Al entrar me di cuenta de que Franc seguía siendo el jefe. Me dedicó unas breves palabras antes de invitarme a un chocolate. Tras pedírmelo y escuchar a una chica de más o menos mi edad con el pelo rizado, corto y con mechas azules cantar, salí a tomármelo por las calles que tanto conocía. Pasé por la puerta de Pies Volando, para descubrir que ahora era una tienda de telas.
— «La de vueltas que da la vida...» — pensé mientras volvía al apartamento.
Sin embargo, antes de llegar a las calles cercanas, me di cuenta de que comenzaba a nevar. No pude evitar quedarme parada en medio de la calle, dando pequeñas vueltas sobre mí misma dejando que los copos cayeran sobre mi pelo y mi ropa.
— Mi copito de nieve... — pensé en mi padre diciéndome ese apodo. Sin embargo, parecía que había escuchado esa frase fuera de mi cabeza.
Me giré con una tonta sonrisa en mis labios. Y allí estaba. Tan guapo, tan feliz y con ese brillo en sus ojos. Paré de girar mientras nos mirábamos a los ojos.
— Hola, Marc
La nieve caía entre nosotros a la vez que nos acercábamos poco a poco al otro, hasta estar a pocos centímetros.
— Hola, Julie.
···
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