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—Era hermoso antes de descubrir el All Spark.– Optimus miró hacia un lado y los láseres salieron de su óptica. Los rayos de luz se fusionaron en un mech cuyo cuerpo plateado le recordó a Mikaela a un caballero medieval. La imagen giró la cabeza y una mirada carmesí sorprendentemente familiares se inclinaron en una cálida sonrisa. Luego se desvaneció cuando Optimus apagó el holograma.

Mikaela apenas podía creer que fuera Megatron, ¡Se veía hermoso!

—Pero lo llamaste 'hermano'.

—Ese es un término bastante vago, en realidad. Dos mechs que ganan conciencia en el mismo momento a veces se llaman 'hermano'. Hace diez mil millones de años, Megatron y yo 'nacimos' uno frente al otro. Mi recuerdo más antiguo fue su rostro... Lo amaba antes de completar mi primera ingesta, Mikaela.– tembló. —Y lo amaré después de mi última exhalación.–

Sus palabras le hicieron doler por dentro. Su mente produjo una imagen clara de un Optimus maltrecho y abollado, muy gentilmente, juntando a Megatron contra su pecho y cargándolo en el portaaviones. Recordó cómo permaneció en el muelle mucho después de que el portaaviones desapareciera de la vista.

Ese día, perdió su mundo en más de un sentido.

Golpeó a Mikaela de una vez y su mente luchó por comprender la profundidad de sus palabras. Casi no podía imaginarse amar a alguien tanto tiempo.

Optimus y Megatron estuvieron enamorados por más tiempo que la vida de sus ancestros más antiguos. Amaban antes de que existiera la nebulosa responsable del sol, la luna y la tierra. Su amor casi abarcó el tiempo mismo.

—Lo siento.– Tragó saliva y le temblaron las entrañas. —Sam, él-

—No.– la interrumpió Optimus. —Sam hizo lo que yo no pude.–

Luego dio un profundo suspiro y su óptica azul se atenuó medio grado. Era fácil ver cuánto lamentaba por su compañero de toda la vida. Y lo soportó en silencio porque fue la base de los Autobots. Si se resquebrajaba, caerían. La presión tenía que ser enloquecedora.

Los indicios en el fondo de la mente de Mikaela le dijeron que esta conversación se estaba volviendo demasiado personal, pero que no podían dejarla.

—¿Ustedes pueden llorar?–

Música suave. Un balanceo. El leve zumbido de un céfiro agitando las hojas de los árboles.

—Mi gente puede llorar, sí.– susurró Optimus.

—No, quiero decir... ¿TÚ lloras?–

Levantó la cabeza y parpadeó.

—El llanto no lo traerá de vuelta.

—Quizás no, pero a veces un buen llanto hace que sea más fácil soportar tu propia piel... Armadura ... lo que sea.–

Los tristes ojos azules de Optimus se enfocaron en su rostro. Por un momento, las pupilas de sus iris brillantes parecieron temblar.

Una vez más, se dio cuenta de la carga que soportaba él. Lo que vio en Mission City ... Experimentó solo un día de lo que él soportó durante millones de años. Esa molesta sensación de papa caliente regresó a su garganta. Los recuerdos inundaron su mente. Todo el caos, Bumblebee tratando de gatear con las piernas destrozadas, Jazz partido por la mitad, gente muriendo, recibiendo disparos y cómo encontró los medios para regresar a todo eso para que Bumblebee pudiera ayudar a sus compañeros de equipo.

A menudo tenía pesadillas en las que Bumblebee no sobrevivía. Las pesadillas sobre como la sangre de Sam permanece goteando de las garras de Megatron. Pesadillas de la All Spark convirtiendo sus electrodomésticos en robots asesinos que disparaban a todos los que amaba.

Su visión se nubló. Era demasiado tarde para detener las lágrimas, que se desbordaron en senderos calientes.

—Mierda.– murmuró, lo que provocó que Optimus dejara de bailar con ella. Frunció el ceño o hizo algo que se parecía notablemente a un ceño fruncido.

—¡Tus ojos están goteando! Mikaela, ¿Necesitas asistencia médica?

—No.– ella desvió los ojos de su expresión cómica preocupada. —Así es como lloran los humanos.–

Por un momento, los únicos sonidos fueron música y los pequeños chasquidos de sus ojos parpadeando.

Mikaela miró a uno de los cristales en el pecho de Optimus, y para su alivio no tenía largas rayas negras en sus mejillas.

"Al menos mi rímel está aguantando", pensó con pesar. Le dio poco consuelo.

Optimus guió su rostro hacia él con dos dedos suaves.

—¿Y por qué...– habló aún más suave. —...Estás llorando?–

Por Dios, ¿Por qué su voz tenía que ser tan atractiva?

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