06.

•₊˚。capítulo 6
— los cuatro

Nyx Hackett.
Dos años después.

¿Era necesario aclarar que seguía encerrada en Zillagert?

Tenía clases aburridas y privadas en mi cuarto, cada comida era en mi cuarto, nunca salía del maldito cuarto. Claro, a menos que, durante mi único día libre a la semana, me dejaran ir al jardín a cuidar plantas. Sin embargo, cada vez que salía me veía obligada a usar una venda que cubriera mis ojos y unas esposas de metal iguales a las que llevaba el día que llegué al Centro.

Papá lo intentó todo para sacarme de ahí, rebuscó hasta la más mínima e insignificante brecha en la ley de la que pudiera afirmarse, pero nada dio resultado. Tuve que conformarme con la única visita mensual que me permitían para verlo a él y a mi hermano.

Dos años pasaron volando, rutinarios y cortos. Siempre soñaba con mi castillo, mi familia, sobre todo con mi tío Clint, a quien vi morir...

Cumplí diecinueve ahí. Estaba cansada, hace rato había empezado a sentir que mi vida no tenía ningún tipo de sentido. Ni siquiera había intentado escapar por la falta de motivación.

Además, todo el país ya se había enterado de que la princesa de los brujos era un monstruo fuera de control, por lo que era cierto que estaba más a salvo en Zillagert. Siendo realistas, si alguien me veía en la calle, seguramente intentaba poseerme o matarme, y ninguna era mejor que la otra.

El viento que se colaba por la ventana agitaba levemente el cabello dorado del chico frente a mí, mientras se acomodaba en la silla para inclinarse un poco hacia delante y fruncir el ceño.

—¿Así que no vas a decir nada? —Él se mantenía observándome fijamente.

No le contesté, tampoco modifiqué nada en mi postura. Mi espalda seguía recta y mis brazos cruzados. Naevan suspiró, tomando un pedazo de pan que se encontraba sobre la mesa y dándole un agresivo mordisco. Después de tragar volvió a hablar.

—Mira, Nyx, realmente hago un gran esfuerzo por venir a verte. ¿Sabes lo difícil que es entrar y salir de este lugar? Primero, hay que tener permiso de las hadas para que los elfos puedan dejarme pasar y después hacer ese conjuro tan largo que siempre se me traba la lengua y tengo que intentarlo un montón de veces. Más encima, sufro el riesgo de que me coma una sirena o que algo me envenene cada vez que cruzo el Lago de la Muerte. —Se quedó esperando una respuesta, pero como no la obtuvo, continuó—: Me preocupo por ti, bobita, y quiero saber cómo van las cosas en tu vida.

Ese «Me preocupo por ti, bobita» ablandó mi corazón. De repente recordé esos tiempos en los que jugábamos en nuestro hogar.

Apreté los labios y dejé que mi orgullo y capricho se esfumaran.

—Bien. —Me encogí de hombros.

—Oh, eso me da tantos detalles —ironizó Naevan.

—¿Qué detalles quieres, hermanito? —inquirí, entrecerrando los ojos.

—No sé, cómo fue tu semana.

—Pues, ya sabes, todos los días me tratan como el monstruo que soy. Vendas y esposas para ir a cualquier lugar. El lunes tuve clase de historia. El martes me dejaron explorar el jardín un poco. El miércoles dormí todo el día porque fingí estar enferma. El jueves tuve clases de conjuros. El viernes clases de defensa. El sábado de nuevo historia. Y como ayer fue mi día libre, me follé a mi cuidador.

Las mejillas de Naevan se enrojecieron casi al instante, dio un respingo y se estremeció como si acabara de recibir una cubeta de hielo en la espalda.

—No me jodas, Nyx...

—Querías detalles, te di detalles.

—Bueno, entonces me alegra que la pases bien —dijo el rubio con sarcasmo.

—A mí también —repliqué.

Estaba un poco resentida. Naevan no le dijo a papá que venía a visitarme, por lo que no lo pude ver y se gastó mi visita del mes. Debía esperar treinta días más para ver a mi papi.

Naevan se levantó del asiento para rodear la mesa, inclinarse y besar la parte superior de mi cabeza. Cerré los ojos. Él siempre era cariñoso y se preocupaba mucho por mí. Yo de verdad lo amaba, pero no me gustaba que me tratara como si fuera una hermana menor normal. No era normal. Y me daba miedo hacerle daño.

—Te amo, hermanita —dijo Naevan, apretando mi hombro con una mano—. Nos vemos.

No contesté y él dejó la habitación.

Tan pronto como salió, un elfo ocupó su lugar.

Se trataba de Kieran, alguien a quien ya consideraba un amigo. Como casi siempre, llevaba el cabello castaño amarrado en una pequeña cola, lo que dejaba al descubierto esas orejas alargadas con aros extravagantes. No sé en qué momento empezó a parecerme tan guapo. Tampoco sé cuando me inspiró tanta confianza que empezamos a tener esa especie de "aventura". Pero no me gustaba, sólo la pasaba bien con él.

—¿Cómo despertó la princesa? —preguntó con energía.

—Ojalá estuviera muerta —murmuré, mirando la silla que antes había estado ocupando mi hermano.

—Esos ánimos son los que me vuelven loco —repuso Kieran, acercándose.

Ya estaba acostumbrada a su excesivo sarcasmo, por lo que no me molesté en contestarle algo.

—Bien, arriba —ordenó, dando un aplauso frente a mi rostro—. Hoy es un día importante.

—¿Ah, sí?

Kieran alzó las cejas en un gesto severo, así que me levanté del asiento. No me gustaba ser una chica que pretendía ser rebelde, sino que, a pesar de mantener mis posturas, siempre obedecía a los cuidadores de Zillagert.

—¿Cree que sea posible que se ponga su uniforme más decente? —preguntó Kieran.

—¿Qué tiene de malo mi pijama? —pregunté.

—Partiendo del hecho de que es un pijama, princesa.

—Yo empezaría por el hecho de que es un uniforme de un hospital psiquiátrico para monstruos.

Kieran suspiró, poniendo los ojos en blanco.

—Usted no es un monstruo —repuso.

—Quizá no por fuera —contesté.

—Ah, claro que no. Por fuera es lo más lindo que he visto en mi vida.

No dije nada mientras me acercaba a mi armario, sacando uno de los uniformes negros que eran perfectamente de mi talla y estaban limpios. Me metí al pequeño baño y me di una ducha antes de vestirme y volver a salir al encuentro de Kieran, que se encontraba tirado en la cama con un libro en la mano.

—Este libro tiene pinta de que no ha sido tocado por nadie en su vida —comentó.

—Igual que tú cuando te conocí.

Kieran me miró con el ceño fruncido antes de palmear el lugar a su lado en la cama. Tomé asiento arrodillándome ahí. El elfo se sacó un paño negro del bolsillo y lo dejó sobre mis piernas mientras acomodaba mi cabello detrás de mis hombros con suavidad.

—Esta vez no usará las esposas —me dijo, sus ojos verdes se enredaban con los míos al tiempo que hacía una pequeña pausa y volvía a hablar tras un suspiro—. Nyx, princesa, puedo confiar en que no matará a nadie, ¿verdad?

—No haré promesas.

Kieran sonrió y bajó un poco la mirada.

—¿Te pusiste labial?

—¿Algún problema? —Fruncí el ceño.

—Eh, ¿por qué tan a la defensiva? —El elfo sonrió aún más y lo miré con la mayor seriedad del mundo—. ¿Puedo probar a qué sabe?

Ladeé la cabeza, entornando mi mirada.

—Kieran, tienes ganas de besarme desde que entraste, no seas cobarde y hazlo de una maldita vez, ¿ya?

El elfo se encogió de hombros y rodeó mi cuello con una mano para juntar nuestras bocas. Fue un beso suave, lento, que parecía querer durar mucho más que los pocos segundos que duró en realidad.

Él se apartó y entonces volvió a tomar el pañuelo negro.

—La venda va sí o sí —dijo.

—Es ilógico, ya que se me hace más fácil matar gente con el cuerpo que con los ojos —opiné.

—¿Entonces prefiere ir atada?

—Hum... No.

Kieran soltó una risa burlona y finalmente me cubrió los ojos, asegurando fuertemente la venda con un nudo. Todo se volvió oscuro.

—Creo que soy un afortunado al ser una de las pocas criaturas que han visto esos hermosos ojos —comentó en un susurro.

Sentí su respiración chocar contra mis labios, por lo que supe que estaba muy cerca de mi rostro. Dejé salir una chispa de fuego de mis dedos para lanzarla hacia el cuerpo del elfo. Oír un agudo chillido de dolor de su parte fue suficiente para hacerme reír un poco.

—Se lo perdonaré solo por ser linda —me espetó.

—Supongo que estoy en mi día de suerte —ironicé, volviendo a optar por mi semblante serio—. Y deja de coquetearme, no estás en tu momento.

—¿Cuándo volverá a ser mi momento?

—Cuando yo quiera —contesté.

Oí una risita de parte de Kieran antes de sentir cómo él deslizaba suavemente su mano entre la mía. Me ayudó a ponerme de pie y salimos juntos.

—Creo que no pregunté qué vamos a hacer —dije—. ¿Por qué hoy es un día especial?

—Porque la reina Agnetta ha programado un nuevo plan de estudio —me explicó Kieran, nuestras voces provocaban eco en los pasillos del castillo—. Ahora usted tomará clases con los compañeros de su nivel.

—¿Cómo? —Me detuve en seco.

Miré un punto en el que suponía que debía estar Kieran, frunciendo el ceño.

—¿Qué pasa? —preguntó con un tono cauteloso—. Creí que le gustaría la novedad.

—Pues creíste mal —repliqué, sintiendo el enojo apoderarse de mí—. No quiero compartir con nadie aquí, no me interesa.

—Bueno, lo siento mucho, princesa —contestó Kieran—. Pero aquí se siguen las órdenes de la reina Agnetta...

—La puta madre... —gruñí en voz baja.

—Esa boquita...

—Cállate —lo corté con brusquedad.

Kieran me hizo caso, porque no comentó nada más mientras caminábamos, ni siquiera escuchaba su respiración. Hasta que seguramente llegamos al destino, porque dijo:

—Adelante.

Me guió apoyando su mano en mi espalda baja, supe que entré a una habitación más porque era un lugar más frío. Respiré un poco y lo primero que oí fue un silbido prolongado, no supe si era una burla, una sorpresa o un tonto piropo.

—Khaos —dijo Kieran con brusquedad—. No necesitamos tu actitud.

Oí una risa ronca y vibrante.

—No, es que me la imaginaba más grande, más intimidante, no sé.

Era una voz gruesa y masculina, parecía venir desde lo más profundo de la garganta de esa criatura. Por alguna razón me puse muy nerviosa.

—¿Por qué le tapan los ojos? —preguntó otra voz, mucho más suave, femenina.

—No te importa —solté.

—Ah, listo —volvió a hablar la misma voz gruesa de antes—. Nos salió desafiante.

Palpé el aire en busca de alguna oreja que tirar. Cuando agarré a Kieran, lo jalé hacia mí.

—¿De verdad creíste que esto me iba a gustar? —solté entre dientes.

—¡Au, au! —chilló él—. Bueno, es que usted siempre ha querido estudiar.

—¡Pero no con gente tonta! —respondí.

—¿Sabe que la escuchamos, princesa? —preguntó una voz que antes no había hablado. También era masculina, pero mucho más... normal.

—Sí, qué bueno que lo sepan —respondí con rabia.

—Princesa Nyx. —Reconocí la voz severa de la reina y me quedé rígida—. Te quedarás aquí. Kieran, por favor...

La mano de Kieran rodeó mi muñeca y me obligó a avanzar por aquella habitación.

—Siéntese aquí —murmuró.

Solté un bufido y me dejé caer en una silla, cruzándome de brazos pero con la cabeza enderezada.

—Bien —empezó la reina—, ahora que la señorita Nyx se dignó a comportarse...

—Sí, ya entendimos —escupí.

Hubo una pausa en la que oí de nuevo aquella ronca risa.

—A ustedes, durante todo el tiempo que llevan aquí —continuó la reina sin inmutarse—, jamás se les ha permitido ver o convivir con algún otro internado. He decidido que basta de eso. Queremos que su estancia aquí sea de lo más agradable para que se sientan normales, se incorporen en la sociedad y que puedan convivir con criaturas de su mismo nivel... —Levanté la mano y la reina soltó un suspiro—. ¿Qué pasa, Nyx?

—¿Cómo quiere que me sienta normal si me tienen con los ojos vendados? —pregunté.

—Nyx...

—Madre —intervino la voz femenina y suave de antes—, ella tiene razón.

—No te metas, Pandora —replicó la reina—. Tú no sabes nada.

A ver, ¿la reina tenía una hija? ¿Estaba internada ahí?

—¿Debo recordarte lo que hiciste el día que llegaste, Nyx? —continuó Agnetta.

—No, no —respondí, sonriendo con sarcasmo—. Suelo recordarlo todos los días con satisfacción.

Oí una risa conocida a mi lado.

—Kieran —pronunció la reina con severidad.

—Lo siento —se disculpó mi cuidador.

Hubo una leve pausa silenciosa.

—Como iba diciendo —dijo Agnetta—. Ustedes cuatro pasarán el resto de su estadía aquí conviviendo todos los días, así que los dejaremos solos un momento para que se conozcan. Nyx, no te quites la venda, y si matas a alguien, tendremos serios problemas. Khaos, si haces llorar a alguien, te quedarás encerrado por un mes.

—Claro, reina —contestó con un deje de ironía el tal Khaos, el dueño de esa voz profunda y ronca.

—¿Escuchaste tú, Nyx? —preguntó la reina.

—No se preocupe —respondí—, no amanecí con ganas de asesinar. Quizá mañana.

La reina hace rato que había aceptado que yo era un caso perdido, por lo que no me sorprendió su silencio. Oí el portazo que lanzaron al salir, supe que Kieran también se había ido.

Sentí que se acercaba alguien a mí.

—Hola —saludó la voz femenina—. Soy Pandora Hyde, hija de la reina de las hadas. Pero no soy princesa, es que... soy una mezcla de hada y brujo. Soy como la oveja negra de la familia.

Ella dejó escapar una risita fina y suave. Ladeé la cabeza.

—Nyx —me presenté.

—Lo sé —respondió ella—. Conozco a tu hermano, fuimos compañeros en la escuela de pequeños pero, ya sabes, descubrieron lo peligrosa que es mi mezcla y mamá me trajo aquí porque no quería parecer corrupta.

—Ah —murmuré, ¿por qué hablaba tanto?

—Espero que podamos ser amigas —dijo.

—Bueno —respondí con desdén, porque la verdad no me importaba.

—Él es Auden Tempo, es mi único amigo... Ay, no lo ves —dijo Pandora—. Bueno, si quieres imaginarlo, es como de tu altura y muy lindo.

—No seas mentirosa —intervino la voz de aquel chico.

—Eres lindo, cállate —respondió ella—. Está aquí porque es mitad lobo, mitad brujo. Ambos somos mezclas raras.

—Más rara es la de Khaos —escuché susurrar a Tempo.

—Te oí igual, chiquitín —dijo la voz gruesa. Llegaba de más lejos, como si ese Khaos estuviera al otro lado de la habitación.

—Como sea —murmuró Tempo.

—Eso, ojalá nos llevemos bien —finalizó Pandora, apoyando una mano en mi hombro.

—Suéltame.

—Oh, disculpa... —Retiró la mano de un salto—. Bueno, nos veremos luego. Iré a hablar con mamá.

—Te acompaño —saltó Auden de inmediato.

Como no podía ver, mis otros sentidos se agudizaban. No me costaba sentir y oír el roce que provocaron al caminar e irse de la habitación. Creí que me había quedado sola, estuve a punto de quitarme la venda cuando el ruido de una silla arrastrándose hacia mí me sobresaltó.

—Escucha, brujita —dijo esa voz gruesa e intimidante—, me voy a presentar solo porque me enseñaron a ser educado, pero no pienses que quiero ser tu amigo como los otros dos tontos.

No voy a mentir, me sorprendió y quizá me ofendió un poco, pero no me inmuté. Me relamí los labios y dejé escapar una risita.

—Es bueno saberlo —contesté, inclinándome hacia atrás.

—Me llamo Khaos Singleton —dijo.

Separé los labios de la sorpresa.

—¿Singleton? —pregunté—. ¿Acaso eres...?

—Su hijo. El hijo de Singleton, o el desterrado, el traicionero, el mago más malvado que ha existido, hijo de puta, como quieras llamarlo —contestó, casi me quedo sin respiración con eso—. Estoy aquí porque soy la única mezcla en el mundo de un mago y un dragón.

—¿Qué mierda? —murmuré de asombro.

—Sí, mi padre se folló a una dragona. Es un ídolo —comentó con otra ronca risa—. Así que no quieres meterte conmigo.

Alcé las cejas y no pude evitar sonreír con satisfacción.

—¿Te preocupa que pueda meterme contigo? —pregunté—. Por Dios, como si me interesara.

—Solo te lo advierto —contestó—. Por cierto, ese color de labial no te combina. Te hace ver más pálida de lo que eres.

Fruncí el ceño, se me borró de inmediato la sonrisa. ¿Quién mierda se creía?

—A mi cuidador sí le gusta —respondí.

—Qué mal gusto tiene entonces —repuso—. Hasta nunca, brujita.

Y también se fue.

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