03

•₊˚。capítulo 3
— la flecha

Nyx Hackett.

Pronto llegó el gran día. ¡Diecisiete años! Dios mío, yo pensaba que iba a morir a los diez.

—¡Cumpleaños feliz —exclamó mi tío Clinton con excesiva energía, irrumpiendo en mi habitación, despertándome—, le deseamos a la amargada!

Puse los ojos en blanco y me cubrí con las sábanas hasta arriba cuando encendió el enorme candelabro encima de mi cama. Oí su risa y me destapó con brusquedad.

—Vamos, pequeña. —Me sonrió, enseñándome un cupcake con una velita mágica, de esas que corrían alrededor del pastel para dificultar el soplarla—. Pide un deseo y sopla. Hoy será un gran día.

—¿Por qué eres tan optimista, Clint? —pregunté.

Él se encogió de hombros. Terminó contagiándome de alguna forma, así que sonreí un poco y miré la velita mágica; las odiaba, ya que nunca podía apagarlas, siempre se me escapaban.

Para ahorrarme el mal rato intentándolo, tomé la vela con una mano, esta soltó un pequeño chillido, pero antes la soplé y con eso perdió la vida. Ya apagada e inmóvil, la volví a enterrar en el pastelito. Clinton rio a carcajadas.

—Eres tan agua fiestas —dijo, sacando un poco de crema del cupcake con el dedo—. ¿Lista para tu primera celebración de cumpleaños a lo grande? —preguntó con entusiasmo.

—La verdad estoy un poco nerviosa —asumí, volviendo a cubrirme con las sábanas hasta el cuello.

—¿Por qué?

—Temo perder el control con una mínima situación —dije con la vista en el techo—. Ya sabes, como la mayoría de las veces.

—Ay, pequeña. —Apoyó una mano sobre mi cabeza y acarició mi cabello de una forma que me relajaba—. Solo recuerda que debes controlar tu respiración y pensar en cosas lindas.

—Sí, siempre lo tengo en cuenta. —Sonreí.

En ese momento se oyó un grito terrible que retumbó por las paredes del castillo. Clint, alarmado, se fue corriendo de inmediato. Me reí por lo bajo y tomé el cupcake para darle un mordisquito.

—¡UNA SERPIENTE! —chilló la voz de mi hermano en la habitación de al lado—. ¡HAY UNA SERPIENTE EN MI CUARTO!

Estallé en carcajadas y me levanté de la cama, poniéndome mis pantuflas. Necesitaba ver la cara de Naevan.

Estaba encaramado en la punta de su enorme armario, mientras Sally se bajaba de la cama de sábanas rojas para acercarse a mí. Papá y Clinton estaban intentando convencer a mi hermano de que volviera al piso.

—Es indefensa, cariño —le habló papá con calma—. Y es la mascota de Nyx... ¿Cómo lo hiciste para llegar hasta arriba?

—Me dijo... Me dijo... —susurró Naevan, tragando saliva—. Me dijo feliz cumpleaños.

—Es tu cumpleaños, ¿no? —Clint le sonrió—. También es víspera de año nuevo.

—No seas dramático —intervine, acercándome a ellos con Sally enroscada en mi brazo—. Es muy simpática y cuenta chistes buenísimos.

Me estiré para acercársela a Naevan, que chilló como loco y se agitó como si tuviera miles de arañas en el cuerpo. Papá me dio una mirada de reproche, así que me alejé, riéndome por lo bajo.

No le gusté —siseó Sally.

—A mí sí me agradas. —Le sonreí, acariciando su cabeza con un dedo—. ¿Vamos al bosque un rato?

—Sí, sí —dijo Naevan, sus mejillas estaban rojísimas—. Llévatela bien lejos.

—Hijo, baja de ahí —insistió papá.

—No, hasta que esté a salvo.

—Miedoso —murmuré—. Espero que no haya dejado algún huevo por aquí...

Naevan soltó un lloriqueo, sonreí con inocencia y bajé las escaleras para ir andando hacia el bosque con Sally. Misty, una bruja con el cabello completamente blanco, regordeta y pequeña, se acercó a mí en el vestíbulo, abriendo sus brazos con una sonrisa que hacía que las arrugas bajo sus ojos se marcaran aún más.

—Feliz cumpleaños, mi niña —dijo, dándome un rápido beso en la frente—. Ya eres toda una mujercita. Te tengo un regalo.

Me entregó una pequeña cajita de tercipelo y sonreí. Le tenía un cariño muy especial a esa mujer.

—Muchas gracias, Misty.

—Hoy prepararé de almuerzo tu comida favorita —dijo ella—. ¿Naevan ya se ha despertado?

—Sí —afirmé—. Está en su cuarto.

—Iré a verlo.

Ella se fue subiendo las escaleras mientras yo me iba hacia el bosque por la puerta trasera del castillo. Me senté bajo mi árbol y abrí la caja que me había entregado Misty.

¿Qué esss? —curioseó Sally.

—Un collar —dije, tomando la cadenita de plata para estirarla—, con un dije en forma de serpiente.

¿Qué esss un collar? —inquirió.

—Va en el cuello —respondí, sonriendo ante el hermoso regalo.

¿Qué esss un cuello?

Miré a Sally, cayendo en cuenta de que era una serpiente. Claro, no tenía cuello, ¿cómo iba a saberlo?

Me miré al espejo mientras Misty agitaba su varita mágica, que envió destellos morados e hizo que el corsé de mi vestido se ajustara a mi torso, de forma que me vi en la obligación de enderezar la espalda.

—¡Ay! —solté, ahogándome un poco—. Es muy justo.

—Exacto, porque está a tu medida, cielo —respondió Misty con obviedad.

Seguramente me apretaba un poco por repetir el plato de lasaña dos veces a la hora del almuerzo, aunque no me arrepentía de nada.

Dejé escapar un suspiro mientras observaba mi aspecto. El vestido era largo de manera que mis pies no se veían, con un escote Bardot y una cola de capilla que arrastraba un poco por el piso. La falda era muy esponjosa, el tul verde esmeralda brillaba un poco en algunas partes. Debía admitir que esas brujas preguntonas de aquel día hicieron un excelente trabajo, era el vestido más lindo que vi en mi vida.

Antes me había un maquillaje natural con sombra café y pinté mis pestañas para resaltar el amarillo de mis ojos. Mi cabello negro llevaba sus ondas naturales y en mi cabeza reposaba la bella tiara de plata con diamantes incrustados, la corona de la princesa de los brujos. Por su parte, el collar que me dio Misty combinaba a la perfección.

Mi hermano se metió al cuarto y se asomó por el espejo a mi lado, vistiendo un conjunto de color negro con hombreras plateadas y su corona de plata.

—Te ves muy linda, hermanita —dijo con cierto aire de tristeza en el rostro. Siempre se ponía un poco melancólico en esas fechas, deseaba tener a mamá con nosotros.

—No puedo decir lo mismo de ti —dije, pero me di vuelta y desordené su cabello al ver su rostro de reproche, sonriéndole—. Es broma, bobo. Te ves bien lindo.

—¿Dónde está tu bestia? —inquirió, mirando alrededor.

—Sally no es una bestia, es mi mascota y es una serpiente indefensa —respondí con el ceño fruncido—. Fue al bosque y se quedará ahí durante la fiesta.

—¡Excelentes noticias! —exclamó Naevan, y puse los ojos en blanco.

No hacía falta mencionar que mi hermano era más querido por la población de brujos que yo, por eso su montón de regalos enviados por la gente era mucho más grande que el mío.

Naevan era perfecto, tenía calificaciones excelentes en la Escuela de Magia, era demasiado guapo, educado, caballeroso, el legítimo heredero de la corona y caritativo. Por mi parte, yo no estudiaba, no me importaba quedar mal con la gente, pasaba encerrada en el castillo, mis probabilidades de ser reina eran casi nulas, y encima era pelinegra.

El tema de mi cabello siempre fue extraño, si toda mi familia era completamente rubia. Estaba segura de que tenía que ver algo con la condición con la que nací, pues varias veces intentaron decolorarlo para hacerme rubia como todos, sin embargo, al día siguiente mi pelo amanecía tan oscuro como de costumbre.

El gran salón, situado en la última planta del castillo, lucía una decoración maravillosa. Misty había transformado el espacio en una obra de arte. Los tonos dorados predominaban en cada rincón, brillando bajo la tenue luz de los candelabros flotantes del techo. Guirnaldas de hojas doradas y plateadas se entrelazaban en las columnas de mármol, mientras que en la pared principal destacaba un enorme número "17", elaborado con cientos de pequeñas luces doradas que parpadeaban como estrellas.

En el centro, un majestuoso pastel de cumpleaños se erigía sobre una mesa, de siete niveles, decorado con detalles de flores comestibles hechas de azúcar dorada y mariposas que revoloteaban alrededor gracias a un delicado hechizo.

Cuando mi hermano y yo nos presentamos en la estancia, recibí muchos «Feliz cumpleaños, princesa Nyx» de gente que era importante, como profesores de la Escuela de Magia o gente del Banco de Sarget. También estaban las costureras desagradables y un par de criaturas que no tenía idea de dónde salieron.

Me sorprendí bastante cuando el rey de los elfos, que era un buen amigo de papá, pero que yo nunca había visto en mi vida, se me acercó a saludarme con cariño. Sus orejas alargadas y su cabello anaranjado llamaban bastante la atención.

—Feliz cumpleaños, princesa Nyx. —Tomó mi mano y la soltó más rápido que cualquier otra persona, aún así sonrió—. Estás enorme, la última vez que te vi acababas de nacer.

—Ya, gracias —contesté.

Me miró un momento con unos ojos grises tan claros que por poco eran transparentes, entonces abrió la boca para decir algo, la cerró y compuso soltó una risa amistosa.

—Eres idéntica a tu madre —comentó—. Solo que... ya sabes.

—Sí, ella era rubia —lo corté, frunciendo el ceño.

Asintió con la cabeza, sonriente.

—Era una gran bruja —murmuró, sus ojos paseaban por las ondas de mi cabello negro—. Muy poderosa, muy amable, muy valiente y... Se parecía bastante a mi hija en personalidad.

—¿Su hija? —inquirí, confundida.

—Mi hija, falleció —respondió con un asentimiento, y un brillo de tristeza y algo más cruzó sus ojos—. Falleció el 31 de diciembre del 1985.

—Lo siento mucho —dije con toda la sinceridad que pude emplear—. Debió ser terrible.

—Sí. Lo fue. —Entrecerró un poco los ojos e hizo una pausa—. Te traje un regalo que sé que a tu madre, Astra, le hubiera gustado que recibieras.

Confundida, recibí lo que me estaba entregando. Se trataba de una varita mágica, era de un material muy duro y delicado, parecía mármol blanco.

—Es su varita —dijo, los ojos le brillaron—. ¿Puedes probarla?

Con su petición entré en pánico. No, no podía. Nunca había podido ocupar una varita. Claro que lo intenté muchas veces, pero siempre esta explotaba en un montón de cenizas tras no resistir mi magia. El corazón se me aceleró de los nervios y sentí un ardor en mis mejillas.

Podía enterarse de mi secreto. Y... ¿Cuál era la fecha que había nombrado? Su hija falleció el mismo día en el que nací, y había ignorado eso.

—Perdone —balbuceé—, pero si me disculpa...

Me alejé por mi bien y el de todos, yendo a refugiarme con papá. Además, odiaba hablar de mi madre. Según Naevan, ella había desaparecido, pero algo me olía tan mal en eso que prefería evitar todo lo que tuviera que ver con ella. Papá jamás la mencionaba.

Lo encontré de pie junto a Clinton en una esquina del salón, supervisando el comportamiento de un trío de centauros ataviados con chaquetas azules que miraban el enorme salón con curiosidad.

—Papi —dije en voz baja, tocándole el hombro—, como que la gente me está poniendo muy nerviosa.

—Cálmate, cielo —dijo él, acariciando mi espalda—. Si te pones muy mal, solo dime y yo los saco a todos en un segundo.

Asentí y busqué a mi hermano con la mirada entre la gente. Lo hallé conversando con un par de brujos dueños de un hogar para niños abandonados, y lucía tan emocionado y contento haciendo vida social, que me daba lástima arruinar lo que también era su fiesta, así que preferí hacer un esfuerzo por calmarme y respirar hondo mientras contaba hasta diez.

—No te preocupes —le dije a papá.

—¿Qué hablabas con Calen? —curioseó mi tío Clinton.

—¿Calen? —me confundí.

—Mi amigo —aclaró papá—. El rey elfo.

—Ah, nada —mentí agitando la cabeza—. Solo me deseó un feliz cumpleaños y...

Di un respingo al sentir un estruendo detrás de mí. Una mesa llena de cócteles había sido derribada por uno de los centauros, que soltó un chillido. Hubo un silencio incómodo en el salón producto del alboroto.

—¡Lo siento! —exclamó, levantando los brazos—. Fue mi cola. No estoy acostumbrado a espacios cerrados.

Papá puso los ojos en blanco y se acercó para ayudar con la mejor sonrisa. Agitó su varita mágica que, emitiendo destellos dorados, revirtió todo el daño en un instante.

Suspiré, empuñé la varita de mamá que seguía sosteniendo y la guardé dentro de mi corsé sin que nadie me viera, volviendo a girarme hacia Clinton.

—¿Quiénes son ellos? —le pregunté, señalando a los centauros con el mentón.

—Dean, Dunn y Domi —me respondió—. Son invitados de tu hermano. Al parecer ahora son artistas callejeros, pero en sus tiempos fueron guerreros de alto rango.

—Uy. ¿Por qué ya no lo son? —curioseé.

—Porque fueron acusados de trabajar para Singleton, así que pasaron un par de años en la cárcel de criaturas, los iban a ejecutar —me dijo en voz más baja—. Pero con el tiempo demostraron su fidelidad a las hadas y los soltaron, es solo que ya no pueden recuperar su puesto en el ejército de Sarget.

—¿Cómo que trabajaban para Singleton? —me sorprendí, añadiendo en voz baja—: ¡Eso quiere decir que ellos eran muy malos! ¿Por qué están aquí?

—Solo eran rumores, pequeña —contestó Clinton.

—Muchas veces los rumores son ciertos —respondí—. Y... ¿Desde cuándo tenemos ejército?

—Desde que los humanos empezaron a trabajar en sus tontas maquinitas raras —dijo.

—¿Maquinitas raras? —inquirí.

—Mezclas de químicos, pólvora, metales... ¡Bum! Explosiones —me explicó de forma bastante gráfica, haciendo un gesto exagerado con las manos.

—¿Y crees que puedan atacarnos algún día? —pregunté, interesada en el tema.

—Los humanos hasta se atacan entre ellos, Nyx —contestó mi tío con cara de asco—. Si nos descubren, no nos quedaría más remedio que exterminarlos. Suena divertido, ¿no?

—Puede ser —repuse, pensativa—. ¿Por qué no saben que existimos?

—Según ellos, Sarget es un país fantasma —contestó—. El lugar donde vivimos, Nyx, fue habitado por humanos, pero fue destruido hace siglos por un terremoto devastador de cerca de trece grados, rompiendo la escala máxima. Es todo un tema, deberías leerlo.

—Lo haré —afirmé con entusiasmo.

—¡Nyx! —Naevan me llamó desde el centro de la sala, haciéndome un gesto con la mano para que me acercara.

Le sonreí a Clinton y caminé hacia mi hermano. Me encontré con un grupo de tres personas que lo rodeaban, un chico de cabello crespo, alto y delgaducho, otro rubio miel más musculoso, y una chica de piel negra con contextura media. Ninguno se veía muy elegante.

—Te presento a mis amigos de la escuela —dijo mi hermano con entusiasmo, rodeando mis hombros con un brazo.

—Es un placer, princesa —dijo la chica, sonriéndome con dulzura mientras inclinaba un poco la cabeza por cortesía, al igual que el chico crespo.

El otro se acercó a mí, tomando mi mano y besando mis nudillos con suavidad.

—Princesa Nyx —dijo—, es tan preciosa como imaginaba. Mi nombre es Paul...

—¿Sí? —Lo sonreí con sarcasmo—. Suéltame ahora.

Naevan frunció el ceño y miró a su amigo.

—¿Qué te dije? —le espetó.

—Lo siento, fue inevitable —respondió el tal Paul, sin despegar sus ojos de los míos—. Eres muy linda.

Forcé una sonrisa y observé cómo el chico de pronto soltaba un gruñido de dolor, agarrándose la sien. Se tambaleó y sus amigos tuvieron que afirmarlo para que no cayera al piso.

—¿Estás bien? —se preocupó Naevan—. ¿Qué ocurrió...?

Entonces me miró, dándose cuenta de que yo había estado mirando profundamente a los ojos a su amigo.

—¿Qué le hiciste? —susurró.

—Nada. —Me encogí de hombros con inocencia—. Solo hice que le doliera un poco la cabeza. Me cayó mal.

Naevan acabó por sonreír, abrazándome de lado en el instante en que las luces del gran salón se apagaron y vi diecisiete puntos de fuego diminutos acercándose a nosotros. El enorme pastel de cumpleaños se quedó flotando justo a nuestra altura mientras los presentes empezaban a entonar la típica canción. Mi hermano me abrazó todavía más fuerte y sonreí genuinamente mientras miraba las velitas mágicas correr por el pastel.

Todo el mundo aplaudió cuando Naevan y yo soplamos y apagamos las pequeñas llamas dificultosamente, el pastel se alejó, se encendieron las luces y unos fuertes brazos nos rodearon al mismo tiempo.

—Los amo —dijo papá, una enorme sonrisa le iluminaba el rostro.

—¡Falta un minuto para año nuevo! —exclamó Clinton, acercándose con entusiasmo para unirse al abrazo.

No me pasó desapercibido que la sonrisa de papá se esfumó. Él buscó a alguien entre los invitados, vi cómo su mirada se encontraba con la del rey elfo, quien se dejó caer en una silla con expresión sombría.

—¿Cuáles son tus propósitos de año nuevo? —me preguntó Naevan, captando mi atención—. Yo quiero ganar un poco de peso para convertirlo en músculo.

Me reí, iba a responder, pero no pude porque de pronto pasaron muchas cosas al mismo tiempo.

Empezó la cuenta regresiva desde el diez, una persona gritó de terror y oí unos suaves silbidos en medio de la habitación.

—¡Diez, nueve...!

Desssconocidosss —decía—. Malosss. Arcosss.

—¿Sally? —pregunté, mirando alrededor en busca de mi serpiente. Parecía que nadie más en el lugar podía escucharla.

—¡Ocho, siete, seis...!

Desssconocidosss.

Sally llegó a mi lado cuando iban por el cuatro, subiendo por mi cuerpo en menos de un segundo, deslizándose hasta enroscarse en mi pierna derecha con fuerza, por debajo de mi vestido.

Malosss.

—¿Qué? —murmuré, aturdida.

—¡Feliz año nuevo!

Un grito general retumbó en mis oídos, al igual que la caída de la puerta del gran salón, que provocó un estruendo. Sentí que un escalofrío me recorría la espalda, y antes de que me pudiera dar cuenta todo era un alboroto.

Mi hermano me tomo de la muñeca con firmeza y ambos fuimos arrastrados por papá a lo largo del salón. Tuve que esquivar un hechizo que atravesó la habitación, luego una flecha. Se oían gritos y golpes en todas partes. Papá lucía furioso, daba miedo, y Naevan por su parte estaba pálido mientras me sostenía con fuerza. Pero mis pies se enredaron con el tul de mi vestido, me tropecé y caí de bruces al piso.

—¡Nyx! —chilló papá, dispuesto a volver por mí.

—¡No! —intervino Clinton, poniéndose frente a mí—. Yo la cuido, protege a Naevan.

Papá me dio una última mirada antes de desaparecer rápidamente para poner a mi hermano a salvo. No quedaba nadie más en la sala, todos habían escapado o desaparecido, con la presencia de los diez intrusos vestidos de negro que irrumpieron en el castillo. Diez intrusos de orejas alargadas y enmascarados que nos apuntaban a Clinton y a mí con arcos y flechas.

Te dije —susurró Sally, todavía enroscado en mi pierna con fuerza.

Me levanté con ayuda de Clint, quien me intentaba cubrir con su cuerpo. Miré con temor sobre su hombro, viendo que todos aquellos elfos, que lucían más terroríficos y malvados que cualquiera de su especie, apuntándonos con tremendos arcos de flechas.

—Entrega a la chica —ordenó el que los encabezaba.

Mi tío me abrazó, dándole la espalda a los elfos, mirándome con una expresión seria y valiente.

—En mi puta vida —respondió con rabia.

—¡Entrega a la chica! —exigió el elfo con voz más firme—. O morirás.

Sin darme cuenta, yo estaba llorando del susto. Mi mente era un torbellino poco descifrable, estaba tan aterrada que me costaba respirar y pensar, incluso no lograba entender del todo lo que estaba pasando. ¿Acaso era un sueño? Seguro que sí.

—¡Te doy tres segundos! —vociferó el elfo.

—Clint —sollocé, forcejeando con mi tío, que me abrazaba para protegerme—, suéltame. No quiero que te hagan daño.

—No, Nyx, no voy a...

—¡Uno! —gritó el elfo con una voz que me estremeció—. ¡Dos!

—Clint, por favor... —supliqué.

Me miró a los ojos un momento, soltó lentamente su agarre y vi que metía una mano dentro de su bolsillo, seguro para sacar su varita.

—Haz lo tuyo, pequeña —me dijo en voz baja.

Bien, lo entendí. Teníamos que atacar juntos. Fácil, ¿no?

—¡Tres!

Pero ellos fueron más rápidos y entonces tres flechas salieron disparadas directo a la espalda de mi tío, emitiendo un crujido que me apretó cada órgano. Dejé escapar un chillido de horror mientras veía a Clinton caer al piso con los filos atravesando su espalda.

Sentí el calor de una nube de humo formándose a mi alrededor por la ira que me invadió en ese momento, pero otra flecha cruzó la habitación como un rayo, y no pude hacer ni ver nada más.

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