01

•₊˚。capítulo 1
— el origen

Con 2 años.

El castillo de los brujos estaba escondido en las profundidades de un bosque antiguo, cuya espesura protegía sus secretos. Ubicado junto a la aldea donde residían los brujos, se alzaba majestuoso y desafiante entre los árboles. Era alto, con torres que parecían rasgar las nubes y que brillaban con destellos de un azul oscuro, casi negro, que brillaba bajo la luz del sol. Las paredes estaban hechas de piedra lisa y reluciente, entretejida con vetas de cristal.

En el interior, las estancias estaban decoradas con tapices encantados, candelabros flotantes iluminaban las salas, y el aire olía a una mezcla de incienso, hierbas y carísimos perfumes que parecían impregnar cada rincón. En el salón del trono, una silla colosal, tallada en oro, junto a dos pequeñas sillas de madera, adornadas con gemas mágicas, esperaban al rey y a los príncipes. 

Se trataba de la primera vez que serían presentados al pueblo. Los bebés se miraron en medio del gran salón, ambos eran tan pequeños que las coronas de plata se tambaleaban en sus cabezas. Eso les provocó risitas a ambos.

—Linda —balbuceó Naevan.

—Bobito —pronunció Nyx.

—Oye, señorita —su padre, vistiendo las ropas más finas junto a una gran corona de oro, la señaló con el dedo, aunque sonriendo—, recuerda que eres una princesa, ¿eh?

Nyx no le entendió nada, pero mostró sus pequeños y escasos dientes con una sonrisa.

El enorme salón del trono, ubicado en el tercer piso del castillo, daba a un balcón. Hacia abajo, se podían escuchar miles de voces expectantes. Entonces las puertas se abrieron por Clinton, el tío de los pequeños, que les sonrió antes de girarse hacia la multitud que se acumulaba frente al castillo.

—¡He aquí, el rey de los magos, mi hermano, Osiris Hackett! —anunció.

El susodicho les sonrió a sus pequeños hijos y caminó hacia afuera, siendo recibido por una ola de gritos y aplausos. El pueblo de los brujos se acumulaba abajo, siendo retenido por un montón de guardias.

—¡Con su hijo Naevan Hackett, príncipe de los magos, y su hija Nyx Hackett, princesa de los magos!

Osiris se volteó para llamar a sus hijos. Ellos se tomaron de la mano y salieron juntos al balcón, tal como habían ensayado unas cien veces. Las ovaciones que recibieron fueron llenas de ternura y felicidad. Sin embargo, poco duraron.

Al segundo se dieron cuenta de que Nyx era pelinegra.

Eso no pasó desapercibido ante nadie, teniendo en cuenta que absolutamente todos los miembros de la familia real poseían cabelleras doradas. Se hizo el silencio y al instante un montón de murmullos llenaron el ambiente. Los pequeños seguían sonriendo y saludando a las personas, como su padre les dijo que hicieran.

Osiris, preocupado de que el color de cabello de su hija fuera a revelar el gran secreto, tomó a sus hijos en brazos y entró de vuelta al castillo.

Nyx no volvió a salir nunca más.

Cuando tenía 4 años.

La pequeña se estampó contra el piso del enorme patio trasero tras caer con fuerza debido a una explosión que ella misma provocó. Un pitido retumbaba en sus oídos y en cuanto pudo reponerse se levantó, aterrada, y corrió a ver si su padre estaba bien.

—¿Papi? —preguntó.

Él estaba tendido en el suelo, con brazos, piernas y ojos bien abiertos, mirando el cielo. Entonces soltó una risotada que calmó todos los nervios de Nyx.

Se suponía que la estaba entrenando para que pudiera controlar su magia, y su misión había sido romper una botella de vidrio. Sin embargo, no había rastro ni de la botella ni de la mesa donde esta estaba apoyada; en su lugar, había un montoncito de polvo en el pasto.

—¡Fue increíble! —exclamó Osiris, incorporándose un poco para sentarse. La pequeña se lanzó a sus brazos, aún asustada—. Pero, cariño, solo tenías que reventar la botella, no la mesa completa.

—Lo siento —susurró ella, temblando un poco—. ¿No te dolió?

—No, cielo, no te preocupes. —Él la tomó en sus brazos y se levantó del piso, enérgico—. Vamos a darte un baño y a descansar, ¿sí? Continuáremos otro día.

Cuando tenía 5 años.

Los dos pequeños miraban a su padre con fascinación mientras él, con cambios de voces y gestos exagerados interpretaba una de sus historias favoritas.

"El fin del Gran Singleton"

—Los reyes se unieron, y juntos, sus habilidades y poderes fueron más grandes —relató, alzando su varita mágica, apuntando a sus hijos—. Singleton estaba acabado en el piso, su fiel compañero había huido, entonces el rey elfo preguntó: ¿Realmente buscas a la pequeña para hacerte con su poder? Y el villano respondió: Lo haré, aunque muera.

—Esa voz de villano, papá...

—Shh. —Nyx hizo callar a su hermano, fascinada con la historia, sin despegar sus ojos de Osiris—. Deja que siga.

—Así que la reina de las hadas gritó: ¡Veremos si puedes seguir atormentándonos después de la muerte! Y juntos los reyes le dieron fin al Gran Singleton, que nunca más buscó a la pequeña.

Nyx aplaudió con alegría.

—¿Qué pasó con Pain? —preguntó la niña, refiriéndose al fiel compañero del villano Singleton.

—Pain fue castigado y transformado en un horrible animal salvaje con garras y unas orejas alargadas —contestó Osiris con un tono místico.

—Guauu... 

—«La pequeña» es Nyx, ¿verdad?

La pregunta de Naevan sorprendió tanto a su hermana como a su padre. Osiris, pareciendo bastante afectado, parpadeó un par de veces y dio un aplauso.

—Muy bien —dijo con seriedad—, acuéstense que ya es tarde.

Los niños protestaron, pero acabaron cediendo de todas formas. Su padre los arropó en su cama, les dio las buenas noches y dejó la habitación.

Cuando tenía 6 años.

—Cierra los ojos —susurró Osiris.

Nyx le hizo caso de inmediato. El rey tomó las pequeñas manos de su hija y las colocó sobre la cabeza de Clinton, que estaba arrodillado frente a ella.

—Solo inténtalo —le dijo Osiris con suavidad—. Tú puedes, cariño.

—No sé cómo hacerlo, papi —musitó Nyx, su voz débil por los nervios.

—Es mental —le explicó Clinton—. Si lo piensas, lo lograrás. Así que hurga en mi mente hasta llevarme a la locura.

Nyx soltó una pequeña risa ante la broma de su tío y presionó los ojos mientras empezaba a mentalizarse sobre lo que tenía que hacer.

Y de pronto simplemente ocurrió.

Nyx oyó un pitido en sus oídos y un montón de imágenes cruzaron sus ojos como si se tratase de un filme a una enorme velocidad. Lo único que pudo percibir con claridad en medio del torbellino de escenas, fue una corona, unos ojos rojos y un hada.

Y como si la niña hubiese gastado toda su energía, se desmayó.

Cuando tenía 10 años.

Tras años de entrenamiento, Nyx había aprendido por fin a tener control sobre sus poderes.

Bueno, no del todo. Aunque mientras se quedara pacífica, tranquila, y sin algún resfriado, porque cada vez que estornudaba algo terminaba encendido en llamas, no tendría problemas.

—Nyx...

—Ahora no, Naevan —lo interrumpió ella de inmediato—, estoy meditando.

La niña se encontraba sobre su cama, en posición de estrella y con los ojos cerrados. El rubio se acercó a ella, haciendo un pucherito, expresión que empleaba cada vez que quería conseguir algo.

—Es que quería jugar —dijo con un tono de voz que emplearía un perrito pateado.

—¿A qué?

—A cocinar —respondió Naevan—. Le acabo de robar un libro de cocina a Misty, y quiero ver si tu fuego es capaz de hacer que las galletas queden más ricas.

Misty era la única criada que vivía en el castillo. Una bruja de unos ochenta años que sirvió a la familia Hackett desde los padres de Osiris. Confiaban mucho en ella, sabían que no sería capaz de revelar el secreto de Nyx.

—Bueno —la pelinegra se levantó de un salto, entusiasmada—, me gustó tu idea.

Ese día Nyx casi quemó el castillo, pero al menos se divirtieron.

Cuando tenía 13 años.

Nyx, asomada por la enorme ventana de su habitación en el castillo, veía cómo su hermano se alejaba de la casa montando a caballo, hasta que se perdió en el bosque y pronto desapareció de su campo visual. Naevan iba camino a la escuela por primera vez.

En Sarget los brujos asistían a la Escuela de Magia de lunes a viernes, alojándose en la enorme institución durante la semana. Les era permitido volver a casa los fines de semana y el lunes regresaban a sus estudios por la mañana.

Nyx soltó un gruñido de rabia y salió de la habitación, caminando a paso acelerado y firme hacia la biblioteca, donde su padre se instalaba la mayor parte del tiempo.

En cuanto entró a la redonda habitación, de gigantes estanterías talladas en madera que llegaban al techo, se encontró con su tío Clinton apilando un par de libros en un escritorio.

—¿Qué ocurre? —preguntó este.

—¿Dónde está papá? —preguntó Nyx con los dientes y los puños apretados.

—Relájate, cielo —le pidió Clint con voz suave, acercándose a ella con cautela—. Tienes que calmarte...

—Te hice una pregunta —insistió la chica fríamente, tratando de no gritar.

—Lo vi despidiéndose de Naevan en el primer piso...

Nyx, hecha una furia, cerró la enorme puerta de la biblioteca con un haz de luz negro que salió involuntariamente de una de sus manos, provocando un estruendo que pareció hacer temblar el castillo. Bajó las escaleras deslizándose por la baranda hasta que encontró a su padre ante las puertas abiertas del vestíbulo, todavía mirando el bosque, donde Naevan había emprendido su camino.

—¡¿Por qué?! —escupió la chica, rabiosa. Su papá se giró para mirarla con confusión—. ¡Yo también quería ir!

—Oh, cariño... —dijo él con lástima.

—¡¿Por qué no puedo ser una niña normal?! —protestó Nyx, cuyo pecho subía y bajaba con agresividad—. ¡Llevo los trece años de mi vida encerrada en este castillo!

Osiris se acercó con lentitud, alzando un poco los brazos.

—Cálmate, Nyx, por favor...

—¡No me pidas que me calme!

—Cariño, hablo en serio —dijo Osiris, poniendo las manos sobre los hombros de su hija.

Se tuvo que apartar al instante debido al fuerte pinchazo que sintió al tocar el cuerpo de Nyx, que ardía como el fuego mientras empezaba a rodearla una espesa nube de vapor negro.

—No eres una niña normal, Nyx —le dijo Osiris con firmeza—. Y nunca lo serás.

Eso fue como un duro golpe de realidad para la pequeña. Dejó escapar un sollozo y el vapor se volvió todavía más denso, ella sintió que sus rodillas perdían fuerza y se dejó caer de rodillas al suelo.

—Así que necesito que te relajes —continuó Osiris, preocupado y apenado, arrodillándose frente a ella—. Y hablo en serio, porque no quiero que acabes explotando el castillo.

Nyx se limpió las lágrimas con los dedos y respiró hondo varias veces, tal como le había enseñado Clinton. Tras unos segundos, el vapor desapareció y ella dijo aún con la voz temblorosa.

—Yo también quería ir a la escuela —sollozó, cubriéndose la cara con las manos.

—Lo sé, cariño, lo sé —dijo su padre, acomodándole el largo cabello negro detrás de las orejas—. Pero ya hemos hablado muchas veces de esto. No puedo exponerte, no puedo permitir que pueda sucederte algo. Eres mi niña, Nyx. Si las hadas llegan a enterarse de tu condición... no quiero ni pensar en lo que podría pasar.

La chica soltó un suspiro y su padre volvió a tocarla con cautela. Al asegurarse de no morir calcinado en el intento, rodeó a su hija con sus brazos en un cariñoso abrazo.

—Lo siento mucho —susurró Osiris—. Pero es por tu bien.

Cuando tenía 15 años.

«Explosión y fuego». Así se llamaba el juego que inventaron Nyx y Naevan cuando entraron en la adolescencia. Era peligroso, y si su padre se enteraba de su existencia, seguramente los castigaría sin magia por unos meses.

Por eso se escabullían al bosque cada vez que querían jugar, ya que saber que estaba mal no los iba a detener. Siempre había accidentes y, de hecho, eso era lo que lo hacía divertido.

Consistía en que Nyx usaba sus habilidades para hacer un círculo de fuego en el suelo y ellos se metían dentro. La chica lanzaba chispas con sus manos, mientras que Naevan con su varita mágica, a quemarropa, sin ningún tipo de escudo. Tenía que ser con los ojos cerrados, el primero que caía al fuego que los rodeaba era el perdedor.

—Uno, dos, tres...

Ambos dispararon en la dirección en la que creían que estaría su hermano. De las cincuenta veces que habían jugado, cuarenta ganaba Nyx. En este caso fue diferente.

La chica soltó un chillido de dolor cuando cayó directamente en el fuego. Naevan, alarmado, se quitó la venda de los ojos y lanzó un enorme chorro de agua con su varita para apagar las llamas y salvar a su hermana.

—¡Mi cabello! —chilló Nyx de forma desgarradora, poniéndose de pie de un brinco—. ¡Me quemé el cabello!

Era cierto. Las puntas de su larga cabellera negra estaban chamuscadas, ella tenía los ojos abiertos con pánico mientas tomaba un mechón de su pelo para observarlo de cerca.

—¡Tonta! —exclamó Naevan, dándole un suave puñetazo en el brazo—. Pensé que te había pasado algo grave...

—¡No, no lo entiendes! —lloriqueó Nyx, su corazón latía desenfrenado—. ¡Ay, no! ¡Ay, mi pelito!

—Cállate. —Su hermano le cubrió la boca de inmediato, alarmado por sus gritos—. Papá nos va a pillar...

—Y no solo eso —dijo una voz gruesa detrás de Nyx. Ella se dio la vuelta de un salto—. Los dos, al castillo, ahora. Quiero que tú me entregues tu varita —señaló a Naevan—, y que los dos se pongan ropa deportiva, porque van a correr como nunca en sus vidas.

—Papi, no. —Nyx agitó la cabeza—. Fue mi culpa, Naevan no hizo...

—Silencio —ordenó Osiris—. Ya me oyeron, no escucho quejas. Diez vueltas al castillo, ahora.

Cuando tenía 16 años.

Clinton se puso de pie frente a Nyx con los puños cerrados, en posición de combate. La chica no alcanzó a reaccionar cuando un puñetazo le llegó en el brazo, dejándola sorprendida.

—¿Au? —soltó, adolorida.

—Vamos, se supone que tienes que defenderte —la animó el rubio.

—Se supone que debías contar hasta tres —se defendió Nyx.

—Si alguien te ataca —Clinton lanzó un puñetazo que Nyx esquivó de milagro—, no va a contar hasta tres antes de molerte a golpes, cielo.

—Qué tacto —dijo la chica con sarcasmo, soltando un suspiro—. ¿Por qué tenemos que hacer esto?

—Necesitas saber defenderte sin la necesidad de usar... ya sabes qué —respondió Clinton—. Ya eres lo suficientemente grande como para aprender defensa personal, así que ponte en posición y veamos si tus golpes duelen... ¡Mierda!

Nyx no controló la fuerza cuando le lanzó un puñetazo en la cara.

—¡Te estoy escuchando, Clint! —le gritó Osiris a su hermano desde algún punto en el castillo.

—¿Mierda? —preguntó Clinton, haciéndose el tonto—. Miércoles dije, bobo... ¡Joder!

Otro puñetazo.

—¿Cuándo estés peleando te vas a poner a conversar también? —se mofó Nyx.

—Bien. —Clinton volvió a ponerse en posición, sonriendo—. Ahora que te lo tomaste en serio, vamos.

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