Vivir de noche
El criminal fue sentenciado a muerte. En plena madrugada su juicio corto terminó y la sentencia se ejecutó en ese mismo momento. Encapuchado, esposado de pies y manos, pero aún así sujeto por dos grandes guardias, fue llevado hasta las afueras del complejo de sobrevivientes y encadenado con firmeza a un poste de luz en la devastada ciudad.
Allí lo dejaron y él mismo hombre gritó hasta desgarrarse la garganta y enmudecer. Se quebró una muñeca incluso tironeando con sus cadenas pero sin éxito alguno en el escape.
Así dormitó apenas.
Las horas pasaron. Los primeros rayos del sol atravesaron su capucha y supo que el día comenzaba. El día comenzaba y él estaba afuera.
Desde la lejana protección del complejo completamente a oscuras los sobrevivientes de un mundo que ya no era, observaron y más que eso, escucharon, los gritos del criminal.
Para los líderes era un buen ejemplo, además de un recordatorio de aquello que acechaba afuera.
La mañana de ese día comenzó entonces con un coro de brutales pedidos de ayuda, transformados en gritos incomprensibles hasta que poco a poco se apagaron cuando la vida fue arrancada de la garganta que los profería.
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