Un vapor invisible ascendía desde la arena. La playa estaba atestada bajo el sol de la mañana.
Los niños reían y jugaban, no se fijaron en que algo raro le sucedía al agua donde chapoteaban.
Esta perdía el marrón oscuro fruto de la tierra y la arena. El verde de la contaminación se esfumaba de repente.
Con alegría contemplaron aquellos niños y niñas como las aguas a su lado se volvían transparentes y puras al punto que podían verse sus propias piernas e incluso más, sus propios cuerpos difuminados y el fondo de arena blanda. La piel y el músculo rojizo.
Los huesos adornados de azules y amarronados tendones. Corazones latiendo, pulmones funcionando. La enrollada cuerda oscurecida y brillante de las tripas amontonadas que les produjo asco pero no atinaron a correr.
Siguieron observando, más profundo, algo como humo de varios colores a la altura de sus pechos, estómagos y sexos. La Sustancia sin origen de la que nacían finos lazos ahora visibles que se unían a las de los demás.
Entonces el interior ahora visible se derramó sobre las aguas y la transparencia se esfumó como sombra ante la luz para perderse de una vez y para siempre en un juego de colores imposibles de observar fijamente.
La mancha que se formó entonces arremolinada sobre sí misma, siguió su curso sin que nadie lo impidiera y se alejó en las profundidades. Más los niños tuvieron que ser rescatados por los adultos cercanos, puesto que ya no flotaban y sus rostros lucían angustiados, transmutados por la muda pena de quien pierde lo más preciado.