Y un cielo muerto fue su camino. 
La tierra devastada el espejo en que se proyectó. Allí donde tocaba la silueta solo locura, muerte y destrucción. Es decir, cambio.
Extremo, veloz, incontrolado, pero efímero. 
Es decir, arte. Solo un poco de brutal arte. 
Era todos los hombres y todas las mujeres. Todos los machos y las hembras era. Niños, ancianos, vivos y muertos. Era todos ellos, sus historias, sus pasados, presentes y futuros. 
Las posibilidades en uno que anduvo galopando eterno. 
Blanco su cuerpo, negras sus alas. 
¿Por cuánto tiempo viajó? Ni Eso mismo lo supo. 
Solo que al final de su travesía encontró una respuesta. 
Era la realidad y el sueño, lo imaginado, posible-imposible.
La cara visible del todo oculto. 
Y cuando comprendió todo se deshizo el mundo en su sueño de ojos abiertos, un huevo que se rompe y mancha con su derrame de vida evaporándose, toda la existencia, dando nueva vida mientras siglo a siglo, segundo a segundo, muere en la agónica gesta de todos los finales.