Micro relatos XX

Cuestión de apariencias

Editar las fotos era todo un tema. Primero retocó los ojos, aumentó el brillo cerca del rostro, luego estuvo veinte minutos modificando el tamaño de la cintura, de sus pechos, de sus caderas en pos de remarcarlas.
Observó la imagen con tanta atención que parecía no existir un mundo afuera de esa mentira que construyó sobre la base de su propio cuerpo. La miró tanto que no tardó en descubrir un pequeño grano que se notaba en su mejilla.
Fue a la función de borrado.
Deslizó la goma sobre el punto a eliminar.
Al hacerlo sintió arder la mejilla como si un millón de avispas la hubieran no picado, sino mordido. El movimiento provocó que su mano se deslizara al mismo tiempo que lanzaba un grito desgarrador al techo.
Cayó de la silla, se arrastró por el suelo mientras pedía auxilio a viva voz.
La imagen de la pantalla la mostraba como no era, pero no en el sentido de las proporciones corporales, sino en cuanto a que al deslizarse la goma había borrado más que el grano en su mejilla, pues hasta los dos ojos y parte de la nariz habían sido eliminadas por accidente.

La rebelión de las máquinas

Fue la primera vez que veíamos las carreras en vivo. Junto con mi padre y mi hermano mayor, aquella tarde iba a ser inolvidable. Los vehículos rugiendo sus motores a más de cien kilómetros por hora girando en vuelta redonda, doblando esas curvas cerradas, acelerando sin preocuparse por otra cosa que alcanzar la meta.
Incluso el campeón Paul Ernestus Magin correría ese día defendiendo su título. Yo mismo lo vi correr en verdad. Lo raro era que no lo hacía sobre su vehículo, sino sobre sus piernas, corría cruzando la pista en plena carrera e intentaba alejarse a toda velocidad saltando por las alambradas que la separaban del público, nosotros.
Al principio no entendimos porque lo hacía, pero cuando su coche apareció doblando la curva a toda velocidad, cuando avanzó sin conductor alguno y lo impactó desde atrás atravesando la valla protectora, cuando los vehículos todos se detuvieron y comenzaron a rugir amenazadoramente en nuestra dirección, acelerando y lanzándose en picada hacia nosotros, entendimos que algo malo en verdad estaba pasando.
Desde la ciudad llegaban sonidos de choques, bocinas, impactos inexplicables.
Parecía que una guerra hubiera empezado, pensé, mientras corríamos.

Aparición en la tarde

El sol se ocultaba. Refrescó. Salí a juntar la ropa que me había quedado colgada desde la mañana. Estaba terminando cuando me percaté de su presencia.
Estaba ahí, casi a mi lado. Sus ojos eran nada más que dos puntos rojos. Parecía que la luz de la tarde se la chupara ese cuerpo de pura sombra, el cuerpo inconfundible de un algo vagamente humano, salvo por la mirada.
Solté la ropa, corrí adentro.
Cuando mi madre, a quien le conté todo, salió a buscarla, me dijo que no había nada, un par de días después me enteré que me había ocultado para protegerme que una parcela perfectamente circular del pasto justo al lado de la cuerda de la ropa estaba completamente quemada. 

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