Micro relatos XV
El poder de Dios protege
—Y si camino por el valle de las sombras, no temeré mal alguno pues Tú estás conmigo. Amen —dijo el padre desde su pulpito mientras las cabezas gachas de los fieles terminaban la oración y respondían.
—Amen —en un solo coro de fe.
Las puertas de la iglesia temblaron, como empujadas por una fuerza guiada por pura ferocidad. Las tablas que la trancaban chirriaron, algunas se partieron.
—No teman hermanos, pues esta es la casa del señor y aquí no hay lugar para el mal que acecha las calles —intentó tranquilizar el cura, pero su voz parecía poco más que un murmullo ante el golpeteo constante que empujaba la puerta, ante las maderas quebrándose y cayendo al suelo, tabla a tabla.
La puerta se abrió de par en par cuando su protección cedió.
Todos se giraron a mirar la multitud de figuras en la entrada. Por un segundo estas permanecieron de pie, inmóviles, emitiendo un sonido torpe y olisqueando al aire. Tenían los ojos blancos, restos de sangre en sus mandíbulas, las prendas de ropa destrozadas.
Del otro lado llegaban gritos, explosiones, sonidos de caos puro.
Pareció que no podrían pasar, al menos eso pensaron los creyentes.
Cuando se adentraron por decenas en la "casa del Señor", sus murmullos de esperanza se trocaron en gritos de puro horror descarnado.
El caudal
Cuando desaparecieron algunos niños, ese vecino fue quien mayor apoyo y consuelo brindó a los padres desesperados.
Tras unos meses infernales se desató una gran tormenta, la lluvia ininterrumpida provocó inundaciones en todo el barrio, las bocacalles y los desagües se vieron superados.
De su interior surgieron entonces los cuerpos mutilados, putrefactos, de aquellos niños.
Salieron a flote, exactamente en el jardín de aquel buen vecino.
Con el fin de la tormenta el horrendo crimen salió a la luz del nuevo sol, pero para entonces el hombre se había dado a la fuga.
La mano
Era de noche y navegaba por internet, viendo unos videos de historias y leyendas antiguas muy interesantes. En determinado momento mi abuela se levantó al baño, me tocó el hombro y me dijo que me fuera a dormir (o eso creí por que no escuché sus palabras debido a los auriculares).
Le dije que sí, que me diera unos minutos.
Cuando terminé apagué la máquina y vi que mi abuela venía al baño. La miré algo sorprendido. Pregunté si se sentía bien y me dijo que sí, le expliqué que me resultaba llamativo que fuera tan pronto de nuevo al baño y me aseguró que no había ido antes. Que apenas se estaba despertando.
Me quedé mudo.
Haciendo memoria no recordaba haber visto a mi abuela en verdad, pero si sentir su mano y unas palabras difusas. Al mirar sobre mi hombro pude ver con espanto que la camisa tenía las marcas pegajosas de una enorme mano, cuyo dueño agradezco con toda el alma no haber visto.
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