En el cibercafé de la calle Artigas se recuerda una leyenda pronunciada a modo de advertencia.
"No usen la máquina 13 de madrugada".
El desafío perfecto para un muchacho, Elías, que aprovechando su amistad con el hijo del dueño se quedó en la casa, y cuando todos dormían robó las llaves para correr hasta el local, dispuesto a desentrañar el misterio.
Al otro día unas niñas llamaron al dueño porque su máquina funcionaba mal.
Era la trece y prendía de forma intermitente. Líneas negras le cruzaban la pantalla.
De la torre se escuchaba un ruidaje tremendo seguido de un leve ruidito, como murmullo.
Ahí no más la abrió el dueño, destornillador en mano.
Se respondió la pregunta de a donde había ido Elías.
Retorcido y quebrado en mil partes, todavía abría y cerraba la boca por la que corrió un hilo de espumosa sangre ennegrecida, como queriendo formular una advertencia o bien un pedido de clemencia.
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