La putrefacción

Al principio llegó la extraña incomodidad de no tener sensaciones en el cuerpo. Como si el piso no estuviera bajo sus pies y el sol ya no calentara. 
Después llegó el terrible olor. La mezcla peor entre los desperdicios humanos cuidadosamente acumulados en un cuerpo al que ningún baño podía limpiar. 
Cuando ya apenas podía moverse fue testigo mudo de la piel que despacio se despegaba abriendo surcos como el trabajo de un campesino furioso sobre el campo infértil que era su cuerpo. 
Las uñas cayeron con menos ruido que los dientes. 
No derramó una sola lágrima. 
Cuando pareció que todo terminaría llegó un momento de alivio. 
Cerró los ojos. 
Fue ahí que las pesadillas comenzaron. 

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