La mujer blanca (el huevo I)
Los chicos se divertían jugando cerca de una zona de construcción. El nuevo hotel de algún millonario conglomerado desconocido. Fue ahí donde la vieron por primera vez.
Estaba cerca de la entrada de un túnel que se había creado por efecto de la construcción.
Era baja de estatura, de inmensa papada y largos cabellos negros como serpientes muertas y achicharradas sobre una cabeza que hacía pensar más en un pato que en una persona.
Su boca, una raya oscura sin labios. Su nariz, dos agujeros aplastados. Sin orejas visibles.
Sonreía sin abrir los ojos y su piel era de un blanco imposible, como si sobre una hoja sin renglones hubieran dibujado los contornos de un cuerpo vagamente humano.
Llamó con uno de sus dedos a los niños con un lento pero sugerente movimiento, más estos la ignoraron e incluso retrocedieron a pesar de que ella no se acercó.
Ningún padre creyó a los niños sobre aquella misteriosa aparición y los días de juego continuaron.
Algunas otras veces la vieron en el mismo lugar, siempre parada a la sombra de aquel túnel que daba sobre su cuerpo de luna, sonriendo con los ojos cerrados y llamando con su índice del color de la leche a los chicos.
Un tal Gustavo, el más alto y flaco de todos, afirmaba con voz confiada que iría a pegarle en la barriga o robarle algunos pelos pero nunca pudieron preguntarle si al final lo había hecho pues jamás lo volvieron a ver.
"La mujer blanca" fue llamada, y en secreto "la mujer huevo", por unos chicos que afirmaban que a la luz del día podía verse, resplandeciente en el interior de su enorme barriga, la figura de un chico alto y flaco, como si se tratase de un bebe que en posición fetal descansaba mientras su madre continuaba llamando a los chicos que, por las dudas, nunca se acercaron.
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