Finalizado el concierto una multitud eufórica recibió a la banda recién formada con aplausos y vítores tal que si se tratara de una banda famosa con larga historia en el mundo de la música.
Por el modo que esa noche habían tocado así lo parecieron.
—Por un momento tuve miedo de que saliera todo mal —confesó el cantante y guitarrista de la banda a su compañero en la batería en el momento en que pudieron alejarse un poco de la marabunta de gente y tener un poco de intimidad.
—No se los dije pero antes de venir revisé la guitarra y tenía partido el mástil. No se como habrá pasado, en que descuido o con que golpe del que no me di cuenta en su momento.
Su compañero lo miró por un momento sorprendido.
—¿Entonces con que tocaste?
—De repente vi pasar a un tipo con una guitarra en la mano. Pelo largo, sombrero en la cabeza. Medio raro. Cuestión que le pedí si no me la cambiaba por la mía con un poco de guita de mi parte. Le explique que tocábamos esta noche y aunque no me lo esperaba, dijo que si y me la dio sin aceptar la mía incluso —Y tras contar su pequeño periplo el muchacho se apresuró a vaciar la vejiga en el baño dejando atrás a su compañero reflexionando sobre lo que acababa de escuchar.
Él sabía de historias como esas. Se contaban de formas variadas en el submundo del rock, el punk, el metal, todos tenían aún con sus variantes un cuento como aquel.
La guitarra que aparecía en el momento justo. La que hacia sonar a la banda como nunca antes.
El instrumento maldito.
Era real que las manos sobre la que cayera darían el show de su vida pero... la historia decía que eventualmente algo atroz sucedía a quienes hicieran sonar a ese instrumento al son de la masa enfebrecida. El baterista vio interrumpidas sus cavilaciones cuando una multitud pasó corriendo a su lado desde el baño de hombres. Aunque lo buscó con la mirada no vio a su amigo.
Y la gente gritaba aterrada algo sobre "sus manos, las manos, no tiene las manos".