(III) Ecos de OÔöø...

Los tres príncipes

El primero gobierna sobre las ideas. Es lo que antecede al todo. Para conocerlo debes dormir con los ojos abiertos, rodeado de luz. Si correctamente lo llamas, acudirá con las sombras y, sin dejarse ver, susurrara en tu oído las palabras de aquel que todo lo sabe.
Es multitud.

El segundo comanda la materia. Suyo es todo cuanto existe. El teatro de la carne es su escenario predilecto. Para reclamar está presencia has de otorgar parte a parte, gota a gota, de tu sangre. Hasta que se nuble tu vista, hasta que las piernas no te sostengan.
Vendrá entonces, oh sí, y dejándose ver por un instante otorgará el más preciado y terrible de sus bienes.
La eterna libertad.

Al tercer príncipe jamás debes buscarlo pues su reino es aquello que excede a lo humano.
Algunos lo confunden con la locura pero, ¿acaso no hay nada más humano que eso?
Para encontrarlo, piérdete. Cuando ya no seas vendrá, su mano firme sobre tu hombro izquierdo.
Con él camina la verdad.

Pájaros de OÔöø..

Se posaron a observar con su único ojo al hombre en la tienda con la tos de perro.
Era el paciente cero que, sin saberlo, extendía por el mundo la muerte viral.
Para ese mundo posible la extinción resonaba como un eco de temblor en los pulmones enfermos, y se reflejó apenas en el informe cuerpo espantoso de los mudos observadores de negras plumas en la noche.

El bebe despertó, extrañamente, sin llorar. Había a su lado. De afiladas alas y un ojo único, el pájaro lo sostuvo entre sus garras con cuidado.
Se elevó alto. Lejos, se elevó. Más tarde alcanzaría cimas donde las distancias no existen pero ahora se sumía en la noche mientras debajo comenzaban los primeros temblores que aquel mundo le daría fin.

Huyó el pájaro tan lejos como pudo, al rincón más olvidado del más olvidado rincón. Se ocultó allí, a la sombra de la sombra más olvidada. Pero nada escapa nunca del todo y allí descubrió al mirar con su único ojo a los pájaros aguardando.
Sus dueños reclamarían por el niño, pero ya no estaba consigo.
Los pájaros no estaban solos. Un gato iba con ellos. Rasgando todo con su sonrisa de espirales, atacó. Herido de muerte el pájaro gritó y con su grito trayendo el final a está realidad.

El Mago

Solitario habita en su torre elevada. Ciego contempla la incognoscible infinidad.
El mago que antes supo ser otro, el mago que un día, otro será. 

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