II
Como dos gotas de agua
Son el hombre y el perro entiendo, en el preciso momento en que sus colmillos se clavan en mi piel. Mis manos buscan sus ojos arañando con violencia.
Me muerde y yo respondo por igual mordiendo su cuerpo hasta que nuestra sangre se confunden en una sola y yacemos moribundos los dos bajo la luna llena del campo en noviembre.
La luna se refleja en el charco rojizo y desde allí una mano brutal asciende.
Ha nacido un monstruo.
El llanto de un caníbal
Cuando aquel perro lo mordió él chico lloró a todo pulmón aun cuando ya la herida, que no era mucha, había sido bien atendida. Nadie supo jamás que no era de dolor ni miedo el llanto, sino de pena y envidia por seguir teniendo que hacer a escondidas lo que esa bestia peluda había logrado en plena luz del día.
Recuerdo inoportuno
El perro que me mordió chorreaba espuma de su hocico, recordé esta mañana cuando desperté escupiendo espuma en el suelo.
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