Tan solo quedaba uno en la caja. Negro era su color. Le pareció extraño pero jamás se negaría al viejo vicio de las madrugadas veraniegas.
Un cigarro negro... las palabras le hicieron recordar una vieja leyenda que había escuchado. Terminaba mal, de eso estaba seguro, aunque no recordara lo demás.
Sin demoras lo encendió. Fumó y aspiró el humo que en contraposición si era blanco cual nube de algodón. La brisa sopló más fuerte.
El cigarro se iba consumiendo de a poco, su vista se entorpecía por el humo y juzgó como una consecuencia secundaria esa leve dificultad para respirar, así como el frío sudor que le recorría la espalda.
Estaba decidido a terminar su cigarro aun con todo y no le preocupaba la repentina sensación de debilidad que asaltaba su cuerpo. La sensación de ser un papel mojado al viento que se lo llevaba como al humo y sin demoras al cigarro que lo generaba.
Ya tan solo podía resistir a lo sumo una aspiración final, y la dio.
Al suelo cayeron apenas unas pocas cenizas. Cenizas y nada más.