El nido (el huevo II)

No sabía dónde estaba.
Todo lo que recordaba era levantarse en medio de la madrugada para ir al baño y encontrarse, al salir, con la figura de la mujer pálida. ¿Quién era? ¿Qué hacia en su casa? Nada pudo preguntar pues todo se tornó negro y desde entonces no importaba cuanto llorase, gritase o quisiera escapar, nada lograba y su cuerpo inmóvil en una humedad caliente se movía como si estuviera siendo transportado por algún vehículo muy veloz.
Finalmente se detuvo. Una luz fuerte lo cegó por momentos. Llamó con su voz a mamá y papá pero no le respondieron. Cayó sobre sus rodillas mojadas. Todo su cuerpo estaba de hecho empapado en un líquido amarillento.
Allí estaba ella. La mujer pálida. Gorda y deformada con la boca desencajada mientras que su estomago... al verlo comenzó a llorar, pues su estómago que estaba abierto de par en par y dejaba ver un interior viscoso y repugnante, comenzaba a cerrarse sobre sí mismo. El niño no lo pensó. Salió corriendo de allí a toda la velocidad que sus cortas piernas lo dejaron. Tropezó en seguida sin embargo, efecto del líquido que le cubría todo el cuerpo y el suelo resbaloso de piedra donde se encontraba. Sobre su cabeza y a donde mirase, un techo de roca sólida y alto sin luces.
La única fuente de luz en verdad era una extraña máquina, como esas crisálidas en que los insectos se envolvían justo antes de convertirse en mariposa. En su interior vio moverse una mano con diez dedos que de repente fueron cinco y de nuevo diez.
El niño se levantó y corrió pero ya fue tarde. La mujer pálida estaba recuperada y con su mano lo sujetó sin problemas. Su panza enorme se había vuelto a cerrar como antes y con una fuerza contra la que no podía luchar, el chico se vio arrastrado hasta aquella crisálida de luz que poco a poco se abrió dejando el suelo salpicado de un líquido humeante y de mal olor.
Los gritos y llantos del niño fueron silenciados cuando aquella crisálida lo devoró completamente y sus pulmones se llenaron del líquido, ante la silenciosa mirada de la mujer que lo había traído hasta allí. 

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