El calor del hogar
Para la vieja Sandy no había logro mayor que tener casa propia, y en ese sueño hecho realidad, el más grande de los placeres consistía en sentarse frente a la estufa encendida y quedarse dormida poco a poco, arrullada por las llamas.
Todo sería perfecto de no ser por culpa de aquel muchacho.
Lo habían contratado los hijos de la anciana para que la acompañara y cuidara, pero, aunque la vieja Sandy no lo podía expresar con palabras, el hombre la maltrataba y la insultaba y con el paso de las semanas su presencia se había convertido en la de un torturadora para esta anciana que ahora se veía presa en su propia casa.
Pasaba las tardes y los días mirando su teléfono celular mientras que apenas le dedicaba alguna mirada a la señora.
Cuando tenía que hacer algo con ella, apretujaba sus brazos y la tironeaba para que se moviera, destratándola a cada paso.
Creyendo que no lo escuchaba la trataba de "inútil", de "chota" e incluso de "perra".
La vieja Sandy había llegado al punto de hacer algo que no había hecho en muchos años.
Mirando el fuego encendido en su estufa, una noche oscura del 31 de octubre, lloró.
Detrás de ella escuchó el sonido de las pisadas molestas del cuidador, que se dirigía hasta la cocina mientras hablaba por celular, y al pasar le dio un empujón sin apenas verla.
Pero entonces sucedió algo extraño.
Un ruido fuerte, un golpe. Algo, ¿un plato?, que estalló en pedazos contra el piso. Un grito ahogado seguido de minutos de tenso silencio.
Un puñado de cenizas cayeron sobre el fuego encendido de la estufa y la vieja Sandy se quedó mirando fijamente a las llamas. Más cenizas cayeron. ¿Había ruido en su techo?
La chimenea tembló levemente. Algo se deslizó dentro y ante los ojos atónitos de Sandy dos pies cayeron por el hueco de la chimenea y se mantuvieron allí, colgando sobre las llamas. La anciana iba a gritar pero entonces algo la detuvo.
Esos zapatos... los conocía.
¡Eran los del desagradable hombre que sus hijos habían contratado!
El fuego ya le mordía los cordones y devoraba la tela mientras un humo negro ascendía hacia la oscuridad. Sobre el techo de su casa sintió un fuerte golpe como si alguien o algo se hubiera lanzado al piso.
A lo lejos la anciana creyó escuchar una sonrisita y alguien que preguntaba "dulce o truco" golpeando una puerta.
Ella por su parte tomó una leña pequeña y la arrojó a las llamas.
Se recostó mejor en su vieja silla reclinable, dispuesta a dejarse adormecer. Sonriendo se dijo que no había como el calor del hogar.
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