Cinco micro relatos de horror (IV) -especial navideño-

Una noche para dar

Se calzó bien el sombrero rojo y salió al mundo con la intención de repartir, junto a su bolsa repleta.
Una por una recorrió las casas que ya conocía, la de esos padres cuyos hijos se habían perdido. Los chicos que ahora volverían a ver, al menos en partes.
De la bolsa extrajo los miembros y con cuidado, los dejó caer por las chimeneas.

Extracción de noche buena

Era navidad, lo sabía pues a lo lejos escuchaba el "feliz navidad" de algunos vecinos. Él no celebraba ni era saludado por nadie. Sabía que no lo recordarían más que como un loco, a pesar de ser el salvador de todos.
Era el Árbol. Siempre el Árbol. Se secaba y exigía ser regado.
Caminó por las transitadas calles hasta llegar al centro de la ciudad. Allí tomó la cuchilla guardada en su cinturón y con sumo cuidado se paró sobre una de sus raíces. Respiró despacio. Cerró los ojos, y se cortó el cuello desangrándose hasta la muerte.

Déjale tu cartita a papa Noel

No escribió la carta esperando nada, solo era una forma de exorcizar su interior de toda la rabia acumulada. Todo el odio y el dolor, por lo que aquel hombre le había hecho.
Total, fue su sorpresa cuando al otro día encontró cerca del árbol la cabeza decapitada del hombre, tal como había detallado en la carta.
Desde entonces celebró con renovada esperanza cada navidad.

La venganza es de ellos

Habían comprado los fuegos artificiales varias semanas atrás. No iban a perderse la chance de hacerlos explotar y poco les importaba lo que dijeran las leyes.
Todo eran risas y aplausos, hasta que los aullidos lejanos se acercaron más y más, y decenas de perros enfurecidos se lanzaron al ataque, con los hocicos espumeando roja sangre, de otros incautos que también sufrieron su venganza.

Desde el 24 nadie supo nada de él

Solo una mente tan brillante como la suya podía haber pensado en un plan así.
Se metió en el interior de la gran caja envuelta con papel de regalo, y se envió por correo directo hasta la otra parte del país, a la casa de su pareja en la distancia.
Tuvo la mala suerte de no calcular el oxígeno como un factor relevante, y se asfixió a mitad del viaje, muriendo de un paro cardiorrespiratorio sin que nadie escuchara sus suplicas.
Peor aún, quiso el destino, que la familia de su novia tuviera por tradición no abrir regalos, solo hacerlos, y así como estaban apilarlos en una gran montaña a la que prendían fuego. 

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