Cinco micro relatos de horror (II)
Tornillos en la carne
El hombre del parque la llevó a rastras sin que pudiera ofrecer ninguna clase de resistencia. Fue por la aguja, pensó, pero hasta formar palabras en su cabeza era un esfuerzo demasiado intenso. Solo sabía que el brazo le dolía, se figuraba apenas el cuerpo grande del hombre y la pregunta con que la había hecho acercarse: "¿tenes fuego?"
Se despertó ya sintiéndose otra persona. No era solo por el dolor, que de su brazo hubiera viajado ahora por todo el cuerpo, sino que se trataba de algo más profundo como el foso más lejano de su alma. Algo había cambiado.
Lo entendió (mejor dicho, lo pudo ver) a medida que sus ojos se aclaraban a lo que tenía rodeando su cuerpo suspendido en el aire. Su cuerpo que ahora era parte de... eso.
Restos de otros cuerpos desnudos, hombres, mujeres y niños. Reventados contra las paredes de aquella enorme casona, vivos aún, suplicantes. Locos por el dolor como quizá ya lo estaba ella que gemía y balbuceaba inentendibles frases sin sentido.
Miraba ya sin ver, sin comprender si era casa, cuerpo, máquina o una mezcla horrenda de todo eso, con las rodillas molidas, los hombros perforados, las muñecas, las manos y los tobillos, atravesados de lado a lado y sujetos firmemente a la pared, con alambres, tuercas y tornillos.
Sale con la lluvia
Hoy es un día triste pues está lloviendo y él debe salir. Son estos los días en que puede hacerlo, abandonar la protección que disfruta bajo tierra, y acercarse al mundo que lo rechazó tanto tiempo atrás.
Debe hacerlo pues necesita comer, así me lo ha dicho en esas largas conversaciones en las que me habla adentro de la cabeza.
Yo lo escucho. Tanto es lo que sabe, los conocimientos de siglos enteros y creo que incluso más, pues sospecho que se trate de algún dios olvidado y creo que tal vez viviera incluso cuando la ciudad no era más que bosque.
Pero hoy es un día triste. Ha llovido demasiado seguido y la gente comienza a sospechar. Demasiadas desapariciones nunca son buena cosa. No es mi culpa que a él le guste la carne joven, pero es tanto lo que me ha dado con su saber, y todo por llevarle alimento viv... fresco.
Ya no puedo negarme. Incluso a este costo.
Tomo a mi hermanito de la mano. Apenas tiene tres años, no entiende qué sucede.
Mejor así.
Caminamos rápido bajo la lluvia, la poca gente que hay en las calles no se fija en nosotros.
Nadie ve que nos acercamos al límite del parque que se extiende hasta convertirse en bosque. Allí está la cueva, y mientras las gotas de lluvia borran mis lagrimas, puedo escuchar en mi mente su ansia, pues ya está cerca, esperándome.
A mí, y a su alimento.
Sangre nuestra
La joven muchacha sube al púlpito, los fieles aguardan el inicio de la música. Está desnuda, pálida como el reflejo de la pureza. Aún así canta como nunca, hasta derramar lágrimas. Cerca del final alguien se le acerca, tiene ahora en una mano el micrófono y en la otra el puñal. Sabe lo que debe hacer, se lo han dicho al detalle. Eleva una plegaria entre su canto y corta en un tajo perfecto la piel de sus muñecas, primero una, luego la otra.
La canción llega a su punto máximo, ella gira sobre sí misma moribunda, salpica a unos pocos afortunados que luego dirán la historia.
Su cuerpo muerto cae al suelo y la congregación enmudece, se acerca en ordenada fila, y allí donde cayó muerta en un charco de sangre se arrodillas, uno por uno, y mojan con el líquido escarlata sus labios, mientras elevan una silenciosa plegaria a su dios.
Caer en la trampa
Regresaba a mi habitación después de que una inexplicable sed me despertara, alumbrandome con la pantalla de mi celular. Estaba cerca de la cama cuando me detuve.
Algo brillaba debajo.
Me puse de rodillas, acercandome.
Sostuve las sábanas y despacio las levanté para poder ver qué era lo que producía aquel brillo inexplicable.
Apareció ante mis ojos como flotando en la nada. Era un globito de luz imposible que se mantenía casi inmovil iluminandose desde su interior. Estaba ahí, muy cerca de mi rostro.
Se me ocurrió entonces usar la linterna de mi celular para alumbrarlo en su totalidad, despejando las sombras.
La encendí. Fue por esto que se hizo visible el resto, los contornos de aquella cosa que la oscuridad ocultaba. La criatura deforme de largas extremidades desde cuya cabeza repleta de dientes y con ojos grises surgía el globo de luz que me había atraído hasta allí. Atraído, comprendí entonces, para hacerme caer en una trampa.
Intenté retroceder a los gritos pero ya era muy tarde pues las extremidades largas de la criatura se movieron con increíble velocidad y alcancé a ver por el reflejo de mi visión afectada por la noche, que me abrazaban y con lentitud tiraban de mi cuerpo hacia el profundo abismo de abajo de mi cama.
El piquete
Me despertaron unos golpecitos sobre la frente. Medio adormilado aparte la mano y me di media vuelta. Creo que ahí terminé de caer en la cuenta de que vivo solo. No he vuelto a dormir desde entonces, pero tampoco reúno el valor suficiente para darme la vuelta y encender la luz.
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