3- Las canciones que cantan los muertos

Show del pánico (Panic Show)

El hombre gritaba a todo pulmón en medio de la avenida repleta de indiferentes escuchas.
Sostenido por encima de la multitud por la altura de un casi gigante, habló por el día, por la tarde y por la noche.
Despotrico contra estos, aquellos y los otros.
Abarcó sin descanso, sin pausa alguna para comer o beber, para dormir o descansar, todos los temas que interesaban a más de uno hasta que poco a poco lo empezaron a escuchar.
Sus gritos de hombre que se vuelven rugidos de león y a todos cautiva.
Primero diez, veinte después. Cientos y, eventualmente, miles.
Para cuando las fuerzas de seguridad fueron enviadas a detenerlo, ya era tarde y los diez agentes de la ley fueron despedazados por la locura cautivada por palabras.
Alguien arrojó una piedra contra un escaparate, alguien encendió en fuego un local y luego otro. Alguien gritó llevando las mismas palabras del hombre ahogado en la masa. Alguien más lo siguió.
Así fue como todo comenzó.

El sueño de la gitana

En clara noche de luna llena caminamos hasta la fogata. Danzaban las sombras, los hombres y las mujeres. Danzaban las ramas de los árboles, las bestias y las voces.
En la multitud nos desnudamos. El calor aumentaban, las voces se hacían cacofonía de gritos, guitarra rasgada por garras hasta las entrañas de perro muerto que se arrojaron al fuego creciendo las llamas.
Su toque en la piel, ordenaba compañía.
De la mano, entramos en el fuego, sin esperar...

Cabalgando en la tormenta (Riders on the storm)

La familia se dirigía de vacaciones, ah pero ese... hombre haciendo dedo, ¿Cómo resistirse? Y lo subieron. Y papá le conversó mientras mamá sonreía incómoda tras el volante. Fue está vez el menor de los hijos, en el asiento de atrás, quien tomó el cuchillo. ¡No había matado en una semana! Apenas hubo asesinado al incauto supieron que algo iba mal. Se desató la tormenta. Truenos que ahogaban preguntas. La lluvia, ese castigo mudo. Siguieron andando en la carretera sin saberlo, sin poderlo evitar, esa carretera rumbo al infierno pues tal es el castigo por matar a un ángel. 

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