La mujer fue arrastrada hasta el centro de la plaza.
El poste de madera rodeado de pequeños leños y algunas hierbas secas hicieron que su desesperación aumentara en cuanto lo vio. Gritó hasta rasgarse la garganta pero no evitó así que aquellas cuerdas la sujetaran con firmeza.
El coro de la multitud pedía sangre y muerte para la bruja. La inocencia murió en la piedra lanzada por un niño a la cabeza de la mujer prisionera. Las gotas de su propia sangre le nublaron la vista así como el humo ardiente que mordisqueaba ya sus pulmones castigados. Humo que ascendió al cielo. Se contagió a las nubes ahora negras. Oscureció el cielo sobre la aldea y a los pocos minutos rompió en lluvia como el llanto de un alma rota, incontenible.
"La lluvia de la bruja", fue llamada por los habitantes que a los pocos meses huyeron de su antiguo hogar transformado entonces en un pantano lodoso por la interminable lluvia.
Unos pocos miraron atrás solo para ver rayos iluminando, acompañados de un sonido que era como la demente risa de una garganta quemada.