Capítulo 4
..."Lodo, ¿Lo recuerdas?"...
Bela:
El carro manchado de algunas gotas de un líquido rojo y espeso llamado sangre y dos jóvenes asesinos, eran los espectadores del show de estrellas que se daba en el cielo.
Matthew se encontraba en el piso sentado, mientras hundía su cabeza entre sus piernas, y se agarraba los cabellos con fuerza, como queriendo arrancárselos de su cuero cabelludo.
Yo solo podía llorar en ese momento, mientras que mi mente divagaba, pensando en la corta vida de aquella desdichada joven. En ese momento recordé cuando mi pequeño perrito un vez, atravesó la pista, y un mal conductor lo arrolló, matándolo al instante.
Ese día lloré mucho, demasiado, fue el un dolor incomparable, aquel animalito era como mi hijo, sin embargo, lo perdí para siempre.
Mis lágrimas empezaron a salir con más fuerza, ahora acompañadas de frágiles sollozos, que llamaron la atención de Matthew, quien se levantó y caminó hacia mí, aparté la mirada, pero él la levantó.
—¡Tranquila, microbio!— intentó consolarme— no llores, yo estoy aquí para protegerte, siempre, incluso si tengo que dar mi propia vida por tí.
Me envolvió en un fuerte abrazo, pegándome a su pecho, aunque no estaba segura de aquello, hice que mis brazos lo rodearan y seguí llorando.
¿Cómo pudo pasar esto? ¿Cómo pudimos haber matado a alguien?
—Escucha, tomaremos a esa chica y la tiraremos en el lodo que se mezcló con el agua del río, cerca de aquí.— propuso después de un rato, rompiendo el abrazo y mirándome a los ojos fijamente, mientras acunaba mis rostro entre sus grandes manos.
En ese instante, pude notar como las pupilas de sus hermosos ojos azules se dilataron al extremo, sus labios se volvieron más rojos de lo normal, y su piel recuperó su tono natural.
Su voz, al mismo tiempo, sonó más áspera, más seria.
No pude pensar en nada más, mi mente, simplemente, no daba, mis ojos aún estaban húmedos y rojos.
—Pero...— de mis ojos no paraban de salir lágrimas.
—Bela, es nuestra única opción.— susurró.
—No estoy segura, nos pueden descubrir, si lo hacen...
—Bela, ¿confías en mí?
No respondí y bajé la mirada.
—Bela, necesito que confíes en mí, soy yo... Matthew, tu mejor amigo, ¿cómo pudiste olvidarme?
—Tú me rompiste el corazón, te fuiste sin siquiera despedirte de mí.
—Pero te quiero... te quiero más que a mí mismo o a todos los que me rodean, tú... eres mi única esperanza.
No entendía, se supone que el tenía a Betty, sus padres, yo debería ser la última rueda del coche para él. Su última opción.
—¿Qué hago para que vuelvas a confiar en mí? Dime y lo haré.
No sabía qué hacer o decir.
Si la dejábamos en la carretera, ahí tirada, no... No podría ser, Matthew ya la había tocado para tomarle el pulso, dejó sus huellas, lo llevarían a él y tal vez a mí también.
Su propuesta era buena, si la llevábamos lejos y al río, podrían decir que fue un suicidio o que se cayó...
¡Dios! ¿En qué estaba pensando? Me sentía como una loca, psicópata.
—Ha-haremos lo que dices— las palabras salieron de mi boca entrecortadas.
Ni siquiera supe cómo hice para hablar.
—Está bien, está bien.— decía Matthew mientras tomaba a la chica entre sus brazos para subirla a la carrocería de su camioneta Peugeot Pick-Up negra.
Sabía que esto era malo, muy malo, pero no pude decir que no, en una parte del cuento, Matthew tenía razón, si le hablábamos a la policía, nuestra encarcelación, era segura.
Al mismo tiempo que lo pensaba, mi cuerpo reaccionó, para ayudar a el chico de ojos azules a acomodar aquel cadáver en el lugar donde de iba a ir.
La tapamos con un plástico, mismo que hace instantes cubría aquella parte de la fuerte lluvia.
Ambos nos subimos a la camioneta rápidamente hasta que finalmente llegamos al lugar, bajando sin decir nada, y bajando también el cuerpo para tirarlo al río.
Aquel río que se mezclaba con el lodo y que sin duda, nos traía muchos recuerdos a ambos.
Al tirarlo no pude evitar sentir como mi estómago se revolvía, haciendo que arrojara todo lo que había comido en el día.
—¡Bela!— llamó el ojiazul— ¿estás bien?
Asentí levemente limpiando con mi boca con mi muñeca derecha.
—¡Genial!— exclamó.
Saqué mi teléfono de la camioneta, notando que este no tenía batería.
—Lodo, ¿Lo recuerdas?— preguntó él.
—Si— respondí aún con lágrimas en los ojos.— como olvidar al lodo, recuerdo que solíamos jugar por aquí, tirando nuestros juguetes a este lugar. Éramos tan pequeños en es entonces.
Mi semblante era pálido, sin expresión alguna, aún seguía en shock.
—Si— dijo y luego rió.
No lo entendía, ¿Cómo es que podía estar tan normal, si habíamos matado a alguien?.
—Matthew, ¿cómo es que puedes tranquilizarte tan rápido?
Dirigió su vista hacia mí, mientras del bolsillo trasero de sus jeans sacaba un cigarrillo y lo encendía.
Se encogió de hombros ante mi pregunta.—No lo sé, supongo que... es mi forma de reaccionar, mi estado de... shock.
No pregunté nada más.
Los minutos pasaron, mientras veíamos hacia la nada, mi mente estaba perdida, había cometido un delito y un pecado al mismo tiempo.
Yo, la niña de mamá, la chica que no se atrevía ni siquiera a matar un bicho, la que lloraba cada vez que miraba un animalito sin dueño en la calle.
Estaba empezando a sentir la presión de mi conciencia en todo mi cuerpo, mi estómago se revolvía y empezaba a sudar de manera sobrenatural.
Decir que mis nervios estaban por los cielos era poco, habían atravesado la capa de ozono y ahora estaban por Júpiter.
—Bueno, creo que debemos lavar estas manchas— mencionó el pelinegro señalando unas gotas rojizas que se encontraban sobre aque auto negro y sacándome de mis pensamientos.
Asentí y lo ayudé a lavarlo.
Las gotas de sangre no eran muchas, ni tan grandes como para decir que cubrían gran parte de la camioneta, sólo eran unas pequeñas y cuantas gotas, pero suficientes como para hacer que mi conciencia empezara a pellizcar mi alma otra vez.
No me di cuenta cuando accidentalmente terminé salpicando un poco de agua con sangre al polo de Matthew.
—Lo siento— me disculpé.
Había manchado una pequeña parte, pero al ser un líquido se fue extendiendo hasta hacer que aquella pequeña mancha se hiciera grande.
—No te preocupes microbio— respondió él, con una sonrisa— de todas maneras me tendría que cambiar.
Luego se quitó el polo que llevaba y lo tiró al piso, dejando a mi vista su perfecto torso, ¡Por Dios! Podría jurar que era un maldito ángel caído, sus abdominales estaban claramente marcados y sus brazos bien trabajados, su piel estaba bronceada.
Mis ojos se abrieron y se cerraron muchas veces, ¿desde cuando el flacucho Matthew, se había convertido en el ángel que estaba viendo?
Agarró la vestimenta y la tiró al suelo.
De pronto dirigió su mirada hacia mí, y yo rápidamente aparté mis ojos.
Maldición, va a pensar que no he visto un chico nunca de esa manera.
Esperaba ahí parada a que lanzara un comentario de burla hacia mí, sin embargo; nada pasó, solo se quedó callado, se fue para la parte trasera del coche y de ahí sacó un poco de gasolina, la cual tiró al polo, y con su encendedor lo quemó.
En ese momento terminamos de lavar el auto, dejándolo completamente limpio.
Eran las 7:00 de la noche, según el teléfono de Matthew y como de costumbre el aire empezaba a hacerse presente, cubriendo mi cuerpo por completo, causándome escalofríos, pues no llevaba nada más que una delgada blusa.
Antes de entrar al auto, Matthew sacó su suéter plomo del coche y cuando pensé que se lo iba a colocar él, puesto que no llevaba nada para cubrir su marcado torso, no lo hizo, me lo dio a mí.
—Toma, hace frío, póntelo.—me ofreció.
Yo obviamente no iba a aceptar así por qué sí.
Él se iba a enfriar, además faltaban unos pocos kilómetros para llegar a casa.
—No, tú lo necesitas más que yo, póntelo tú— contradije. Pero el aire empezó a ser más fuerte, haciendo que mis manos me jugaran una mala pasada. Y es que la verdad si tenía mucho frío, tanto que juraría que en cualquier momento me convertiría en hielo, pero mi orgullo, obviamente, era más potente que cualquier otra cosa.
Él al ver esto, no se quedó callado.
—¡Maldición Elizabela! ¿Que no ves que te vas a congelar? ya póntelo y deja de protestar, microbio.— empezaba a frustrarse.
—Soy Bela, Bela Barnes, Matthew, así que deja de llamarme Elizabela o ponerme apodos.
—¡Oye! No me culpes por decite microbio, que tú misma te lo ganaste.— empezó a decir con una sonrisa «Como odio su bipolaridad» — Además, tú nombre es Elizabela, no puedes reclamar a alguien por llamarte por tú nombre.
Agh, como odiaba que me llamaran por mi nombre, y él lo sabía más que nadie.
—No seas idiota, sabes que no me gusta mi nombre.
—Que se hayan equivocado en colocar tu nombre, no es mi problema.
Era verdad, se supone que me tendría que llamar Elizabeth Anabella, pero por algún motivo, no fue así, y esta vez no fue la culpa de mis padres.
—Como sea. No voy a aceptar el suéter.
—Entonces alguien tendrá que abrigarte, porque no pienses que te quedarás así.— empezó a acercarse más a mí hasta que nuestros cuerpos quedaron demasiado cerca, por instinto empecé a retroceder, pero no contaba con que la camioneta estuviese detrás.
—Está bien, dame el maldito suéter.— mi respiración estaba agitada y mi cara como un tomate.
Me coloqué su suéter, que obviamente me doblaba el tamaño.
Lo que más me gustó fue su olor, olía a Matt, su delicioso perfume, y a cigarrillo, me brindaba calidez, protección.
—Bien, ahora sube, ya es tarde.
Obedecí y me subí a su camioneta.
Después de unos minutos viajando me quedé dormida, hasta que Matthew me despertó, avisándome que ya habíamos llegado.
Bajé de la camioneta, no sin antes agradecerle.
—Muchas gracias por traerme— mi cara no tenía expresión, a diferencia de la suya que se distinguía por su radiante sonrisa.
—No te preocupes, microbio.
Y sin más, se marchó conduciendo en la oscuridad de la noche, mientras yo me daba media vuelta caminando hacia mi casa.
Cuando llegué, observé que dentro me esperaba una mujer de cabello ondulado y facciones que notaban enojo.
—Saliste de la escuela a las tres de la tarde, y regresas a las ocho de la noche, Elizabela Cristel Barnes Robert, ¿Dónde estabas?, tuve que decirle al jefe que llegaría tarde por tí— reclamó mi molesta madre.
Mi cara cambió por completo a una de terror.
—Buenas noches mami— empecé a decir, era muy mala con las mentiras, pero esta vez obligué a mi mente a trabajar rápido en una excusa —mira, primero tenemos que empezar por las tres horas que pasé parada en la escuela, esperando a que al menos un auto pasará porque Andrés no me podía llevar, y pues luego, un viejo amigo, llegó, y se ofreció a traerme, obviamente acepté, pero el tráfico nos jugó una muy mala pasada, y pues...— terminé de excusarme.
Una parte era verdad: lo de Matthew y el largo, no tan largo tráfico de la ciudad.
Mi casa quedaba casi a las afueras.
Mamá suavizó solo un poco su expresión— bien, te voy a creer— dijo— pero sólo porque eres mi hija, y confío en ti, sumado a que Linda, una compañera tuya me avisó de las horas que estuviste esperando fuera de la escuela, Bela, confío en tus buenos valores que yo misma te inculqué, Por eso esta vez estás perdonada— finalizó— aunque, me queda una duda ¿y el teléfono? ¿por qué no contestabas?, ¿por qué no me llamaste al ver que ningún auto pasaba?
—Se me acabó la batería— me apuré a contestar.
—Bien, ahora sube a tu habitación que ya es tarde y debes descansar.
—Está bien mamá, muchas gracias— dije para luego subir a mí habitación y recostarme en mi cómoda cama, a pensar en todo lo que había pasado, en todo lo que había hecho, en el pecado y el crimen que había cometido con Matthew.
***
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