Capítulo 1

..."Todo pre-inició en el lodo otoñal"...

Bela:

Mamá siempre decía que tenía que afrontar mis mayores miedos, aunque fuesen más grandes que yo, ella siempre me inculcó en ese camino: valores y virtudes concretos en tu vida diaria.

Todo empezó una fría tarde de otoño, cuando las hojas seguían cayendo de los árboles, cuando el verde del pasto mojado, se tiñó de un alegre amarillo, un vibrante rojo, un elegante naranja, un verde esperanza y un oscuro marrón a causa de las hermosas hojas otoñales en la ciudad de Boston.

Cursaba el cuarto grado, tenía 10 años, me encontraba sentada sobre unos fríos escalones en el patio deportivo de baloncesto, mirando como mi mejor amigo anotaba otro punto para su equipo. Verlo ensanchar esa linda sonrisa, verlo brincar como si fuese un pequeño niño de 5 años, de alguna manera me entusiasmaba.

El equipo de baloncesto de mi escuela era el mejor en la ciudad, y mi amigo se preparaba junto a otros compañeros para algún día ser parte de el.

«Cuando sea el capitán del equipo de baloncesto de la escuela, te dedicaré mi primera anotación, microbio» recordé lo que él me dijo cuando jugábamos en el lago cerca a mi casa.

Microbio, era el apodo que me puso cuando nos conocimos, pues fue en el lodo, estaba tirada en aquel barro, como un microbio.

Matthew era un chico alegre, aficionado del baloncesto. Tenía el cabello tan negro como la noche, ojos color azul zafiro, una pequeña cicatriz que posaba sobre su labio superior (específicamente en el lado izquierdo)

El chico también era un obsesionado con la limpieza, claro eso hasta que me conoció, cuando ambos teníamos 5 años.

—Bela Barnes— Escuché decir a una rubia de ojos claros que se encontraba parada a mi lado— toma, seguro que esto te va a encantar—prosiguió, extendiendo su blanca mano hacia mí, con el objetivo de que yo tomara aquel papel blanco doblado a la mitad.

Sabía que cualquier cosa que viniera de aquella chica era algo malo, menos si decía que me iba a encantar, así que sintiendo temor, tomé lo que me estaba dando con delicadeza, Joanis—la rubia que me entregó el papel— no era mi mejor amiga, es más, era mi enemiga. Se podría decir que no nos pasábamos ni con agua.

Mire su rostro antes de abrir la hoja, su cara era de burla, se veía imponente, con sus ojos azules fulminantes y su rubio cabello cayendo por sus hombros.

Dentro de aquél papel blanco perfectamente doblado a la mitad encontré dibujado con lápiz un corazón medio deforme y coloreado de rojo saliiéndose de las líneas, con los nombres Elizabela y Matthew dentro.

—¿De dónde sacaste esto?— pregunté con sorpresa y enojo.

—Eso no te importa— respondió Joanis arrancando aquella hoja de mis manos.

Mi corazón se aceleró y mis manos empezaron a sudar.

—Eso no es mío, ¿Quién te lo dio?— protesté intentando arrebatarle la hoja, cosa que ella impidió.

Siendo sincera, si tenía sentimientos hacia mi mejor amigo, si amaba a Matt, se podría decir que mi ilusión con él había comenzado cuando me ayudó a levantarme del lodo al que había caído por causa de Joanis, desde ahí también comenzó nuestra amistad, a los 5 años, en un frío otoño, en la fría ciudad de Boston. Si bien al principio no me di cuenta de lo que sentía por él, pero conforme pasó el tiempo, empecé a mirarlo con otros ojos.

Y si, también tenía ese tipo de hojas, pero solo en la parte más oculta de mi habitación, siendo exacta en un cofre sellado con llave, jamás se los mostraría a nadie y menos los sacaría del escondite en dónde los tenía. Esa no era mi hoja y estaba 100% segura.

Traté muchas veces quitarle aquel pequeño papel a Joanis, pero absolutamente todos mis intentos fueron nulos, a excepción de uno, sin embargo; cuando logré mi objetivo y tenía la hoja en mis manos y una sonrisa en el rostro, caí de boca hacia abajo, por culpa del pie de Joanis, y el papel escapó de mis manos, salió volando y flotó en el aire como una pequeña hoja de otoño, hasta llegar, y estrellarse en la cara de Matthew.

Abrí mis ojos tanto como pude, y le grité que no lo abriera, pero este sólo me miró sonriendo y abrió el papel.

Luego, miró la hoja, la observó, la analizó.

Quise evitarlo, quise detener el tiempo, pero no pude y al final cuando terminó de observar y analizar aquel papel, dirigió su inexpresiva mirada hacia mí, jamás me había mirado de esa manera, estaba decepcionado, sus hermosos ojos azules reflejan tristeza, ira.

Finalmente después de unos segundos y por la burla de sus amigos salió corriendo lo más rápido que pudo.

Son que me importase nada salí detrás de él.

—¡Matthew!— le grité, pero no hizo caso.—¡MATTHEW!— Volví a llamarle sintiendo como me desgarraba la garganta y las lágrimas salir de mis ojos.

Él volteó, pude ver cómo sus ojos, al igual que los míos, eran una cascada de lágrimas.

—¿Por qué no me lo dijiste?— preguntó a lo lejos.

—Esto no es mío— mencioné señalando la hoja que aún yacía en sus manos.

Él se rió con amargura.

—¿Entonces de quién?, ¿Qué imbécil escribiría nuestros nombres aquí?— su mirada era de decepción, mientras arrugaba la hoja entre sus dedos.

—Sabes que Joanis Wilde me odia, ella haría cualquier cosa por alejarnos, por...— no me dejó continuar.

Del bolsillo de su pantalón sacó otra hoja perfectamente doblada a la mitad, la abrió y me enseñó su contenido.

«Esa si era hoja mía»

—Entonces si dices que es Joanis, mírame a los ojos y dime qué esto tampoco es tuyo— empezó a decir.

Sentí como me volvía pálida y como mi respiración se agitaba.

Negué con la cabeza, apartando la mirada. No sabía porqué, pero siempre que quería mentir, no podía hacerlo.

—Yo...— empecé a decir, fijando mis ojos en algún otro lugar que no fueran los suyos.

—Por favor, mírame Bela— suplicó— mírame y dime que esto no es tuyo... microbio.

Mis ojos no podían detener las lágrimas que salían, volví mi vista hacia él, notando como aún había esperanza en su mirada.

—Lo siento— y eso fue lo último que pude decir antes de que él tirara aquellas hojas al lodo y las pisara.

Sentí como mi corazón era oprimido, como si me hubieran apuñalado. Podría jurar que esa fue la peor sensación que tuve en mi vida.

—Aquí se terminó todo, Elizabela.— dijo finalmente antes de darse la vuelta para irse, sin mirar atrás.

Y así como nuestra amistad inicio en el lodo de otoño, ahí también terminó.

Pasó una semana entera, luego un mes, él no me volvió a hablar, puesto que cada vez que me acercaba, salía huyendo tan rápido como el fugaz viento de invierno.

Aquel mes se convirtió en dos meses y finalmente lo vi irse con sus padres a otro lugar, no sin antes mirar desde la puerta de su ahora ex- casa, hacia mi ventana, sabía que lo estaba viendo, froté mi collar de unicornio, y el por primera vez frotó su collar de dragón, para luego quitárselo y dejarlo en aquel charco de lodo, en el que solíamos jugar desde que nos conocimos, al final sólo se dio la vuelta y se fue sin mirar atrás, sin mirarme a mí.

En ese momento no pude evitar las lágrimas que salían de mis ojos en sintonía, no las pude evitar, y las dejé salir, las dejé escapar, mi cara se empapó de aquel líquido transparente y mi nariz se encendió en un rojo carmesí.

—Matthew— dije en un sollozo.

Mi mejor amigo se acababa de ir a quién sabe dónde, sin despedirse de mí, quería ir detrás de él y decirle que me perdonara, que aunque lo amaba, podría dejar de hacerlo, pero no, era como si mis pies estuviesen pegados al piso.

Qué le podía pasar a él, y si se olvidaba de mí.

Mis ojos color avellana quedaron totalmente rojos.

Aún recordaba cuando Matt decidió dibujarlos en su cuaderno de inspiraciones que le había regalado su padre, solía decir que eran hermosos y que antes de salir a la cancha los miraría para inspirarse y ganar.

Al menos él se llevó un recuerdo mío, se llevó mis ojos, pero yo no me quedé nada de él, más que pequeñas fotos y... su collar de dragón, símbolo de nuestra significativa y ahora lejana amistad.

Cuando lo recordé, al principio sentí nostalgia, lo iba a extrañar. Pero me quedaría con el objeto que él más apreciaba.

De un momento a otro, del cielo comenzaron a caer gruesas gotas de lluvia que resonaban en el cristal de mi ventana, y sentí como si el alma hubiese vuelto a mí cuerpo, mis pies se pudieron mover, así que aprovechando la oportunidad, corrí rápidamente, salí de mi habitación, y sin importarme aquellas potentes lágrimas de las altas nubes, me escapé de mi hogar por la puerta trasera, mis ojos seguían húmedos, y lágrimas aún salían de ellos.

Lágrimas que se mezclaron con la lluvia, empapando mi cara por completo, me tiré sobre el barro, manchándo mi ropa y rostro por completo, sin embargo, me centré en buscar el collar que se había hundido por la intensa agua que caía del hermoso cielo gris.

Estaba hecha un desastre y mi cabello parecía un nido de pájaros. Pero no me importó.

Finalmente encontré lo que tanto había estado buscando, y una triste sonrisa se formó en mi rostro.

Recordaría por siempre a Matt, aún si no lo volvía a ver nunca más, aún si no alcanzaba a mirarlo llegar, aún si no podía volver a apreciar aquellos hermosos ojos en los que cualquier persona se podría perder, aquel laberinto de emociones y deseos, de sueños, que profundamente esperaba, no le fuesen arrebatados.

Mi mente divagaba entre mis pensamientos más profundos, dejando salir un Te Amo de mis labios. Sentía la lluvia en todo mi cuerpo, mezclado con el barro que había teñido mi vestido rosa, como me iba empapando por completo por aquellas pequeñas y poderosas gotas.

—¡Bela Barnes! ¡Ven aquí, ahora!— Escuché decir a la voz de mi enojada madre.

Sabía lo que me esperaba, tal vez un largo castigo o una irremediable gripe mezclada con fiebre, a lo mejor eran ambos los que me esperaban ni bien entrase por esa puerta de madera a mi hogar.

Me levanté del lodo, parecía un cerdito, la cara de mi madre tenía una mezcla de enojo, y al mismo tiempo quería reírse de mi aspecto, tan poco común en una "niña".

Entré a casa soportando los regaños de mi progenitora, y aunque me enfermé de gripe y tuve fiebre por una semana entera, no me importó, por Matthew, todo valía la pena, por Matthew, mi mundo valía la pena, incluso si eso significaba pecar.

***

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