Sin prejuicios
Isaías lleva por lo menos veinte minutos sin articular palabra, supongo que sumido en sus pensamientos. Ojalá pudiera hacer cómo él y escuchar todo lo que tiene ahí arriba, eso haría las cosas más equitativas. No es como si fuera muy justo que alguien pueda saber todo de ti concentrándose un poco y tú no tengas ni idea ni de cual es su color favorito.
–Isaías. –Digo tumbada mirando el techo y aún con mi mano agarrada a la suya.–
–¿Sí?
Se encuentra tumbado a mi lado con un brazo doblado detrás de su cabeza, como si no tuviera una herida desgarradora en su torso.
–¿Cuál es tu color favorito?
Él se ríe y me mira, haciendo que me encoja de hombros porque no sé realmente qué es lo que le provoca tanta gracia de mi pregunta.
–Amm... supongo que nunca me lo había planteado. –Parece pensativo.–
–No creo que eso sea algo que debas plantearte, simplemente lo sabes. –¿No?.–
–El blanco. –Dice decidido, haciéndome fruncir el ceño.–
–Pero Isaías, el blanco es la ausencia de color.
–¿Como puedes definir el blanco como la ausencia de color cuando ni siquiera sabes de dónde provienen los colores como el azul, el amarillo, etc? –Dice pensativo.–
–Bueno, el azul es, lo mismo que el amarillo; son colores en su definición.
– Eso me suena a prejuicio. Cada cosa es sin importar si son puros o el resultado de una combinación.
– ¿A qué te refieres?
– ¿Qué colores tienes que mezclar para conseguir el color azul? –Me reta.–
–No puedes, simplemente existe.
–¿Y para el blanco?
–Tampoco puedes.
–Por lo tanto es un color.
–No entiendo cómo de una pregunta tan trivial hemos pasado a algo tan complejo. –Le digo en tono jocoso.– Iba a preguntarte algo más, pero tal vez otro día.
Él ríe y sé que debe estar negando con la cabeza.
–De ahí vienen los prejuicios, ¿lo sabías? –Le miro, alentándole a que prosiga.– Vosotros los humanos le ponéis definición a todo, a cada cosa que véis; como si todo pudiera explicarse mediante palabras, y no sabéis el poco alcance que tenéis con ellas. Cada vez que definís algo estáis etiquetando, haciendo que esa sea la verdad absoluta y que cualquier cosa que se salga de su definición no sea correcto; de ahí vienen los prejuicios.
Frunzo el ceño, intentando entender todo lo que me está diciendo. Tiene razón, en todo lo que dice. Su manera de expresarse y la claridad con la que parece encontrar cada palabra me abruma, ojalá tuviera esa facilidad con las palabras; los trabajos de historia me irían genial.
–Quería llegar a esto, Abi. Quería llegar a tener esta conversación contigo.
Ha dejado de recostarse y ahora se encuentra sentado frente a mí, sacándose la sudadera de cremallera que llevaba puesta, haciendo que me incorpore yo también. Puede que mis ojos hayan estado más de lo debido en sus torneados brazos y puede que yo deba callarme antes de que se de cuenta de lo que estoy pensando.
Suspira un segundo, pasando sus manos por su pelo y yo solo puedo esperar a que se digne a hablar. Necesito saber a qué se refiere. ¿A dónde quiere llegar? ¿Por qué parece que tenga una piedra atascada en la garganta que le impide hablar?
–Cuando nos conocimos... –Hace una pausa y la expresión que bañan su rostro me da a entender que esto le está costando más de lo que pensaba.–
¿Por qué le cuesta tanto hablarme de esto? ¿Qué tan malo puede ser como para que esté en una batalla interna constante sobre lo que debo y no debo saber?
–Por que ES malo. –Dice alzando la voz y enfatizando el "es", como si la idea de pensar en lo que se esconde detrás del verbo le produjera arcadas.–
–No tienes porque contarme si no qui...
Y me interrumpe, cogiendo mis manos y entrelazándolas con las suyas. Las yemas de mis pulgares trazan círculos invisibles en su piel ardiente y me estremezco por el contraste de temperaturas.
–¿Qué es lo primero que pensaste cuando empezaste a saber de mí? –Sus ojos están en los míos y me encuentro nerviosa, más no los aparto.–
–Pensé... pensé que no eras normal. –Digo, sin ser capaz de mirarle a los ojos más tiempo.–
–¿Qué es para ti lo normal, Abi? –Mi apodo entre sus labios suena tan malditamente íntimo que quiero pegarme en la cabeza por estar pensando esto en momentos tan complicados.–
–Nada de demonios, ni brujas. Nada de ángeles que se cuelan en mis sueños ni profesores que se ponen malos de la noche a la mañana, siendo remplazado por un tutor que se llama Mikael y que enseña teología. –Harry gruño ante eso pero sigo, porque necesito sacar el nudo de sentimientos acumulados en el pecho durante este mes.– Nada de tobillos rotos, ni de excursiones a tientas a la salida de una discoteca; nada de callejeros oscuros dónde alguien grita y luego desaparece de repente. Nada de... de... nada de lo que ha estado pasando estas últimas semanas porque todo es demasiado y yo... yo no sé qué hacer y... –Y no me doy cuenta de que estoy sollozando hasta que Isaías me atrae hacia él y me sienta en el hueco entre sus piernas, mi espalda con su torso y mis manos en la suya.–
Todo es tan abrumador, que aún parece que mi mente no logra acostumbrarse a todo lo que ha cambiado para mí durante este mes. Y como más lo pienso, más pienso que tal vez me esté volviendo loca; o que nada de lo que esté viviendo esté pasando realmente.
Con su mano libre acaricia mi brazo de arriba abajo, tratando de darme el confort que necesito y que sólo él parece poder lograr.
–Shhh. –Dice, intentado acallar la lluvia de mis ojos y los jadeos de cada sentimiento que mi pecho expulsa.– Está bien, caelum. Todo va a estar bien.
Me giro hasta poner mis dos piernas flexionadas por encima de su izquierda y me recuesta de lado en su pecho, escondiendo mi rostro bañado de lágrimas en el hueco caliente de su cuello.
Deja un beso en mi cabello, reconfortándome con sus manos al bajar y subir por mi espalda, y poco a poco me laxo en sus brazos. Todo se siente tan natural con él, como si sus brazos fueran el lugar en el que yo estaba destinada a estar. ¿Qué está pasando?
–No sé por lo que estás pasando porque yo nací sabiendo todo esto, pero te prometo que voy a intentar hacerlo lo más liviano posible para ti. –Asiento con la cabeza, incapaz de articular nada con sentido.– Pero tienes que prometerme algo. –Vuelvo a asentir y el toma mi gesto como animo para continuar.– La razón por la que todo te está costando tanto es porque lo estás negando. Tu mente te dice que esto no es cierto porque es lo más alejado de la realidad que siempre has conocido, pero es real. Tienes que prometerme que vas a intentar deshacerte de tu definición de normalidad, sólo así vas a conseguir ver más allá de lo que tus ojos de humana te permiten ver.
Salgo de la comodidad de sus brazos y me pongo erguida, permitiéndome estar al mismo nivel que su cara para poder mirarle a los ojos.
–Te lo prometo. –Algunas lágrimas aún se deslizan por mis mejillas pero sé que mi pulso ha vuelto a la normalidad.–
Él recoge un mechón de pelo con el dorso de su ardiente mano y lo deja reposar tras mi oreja, acariciándola antes de retirarse. Cierro los ojos y cuando los abro él se encuentra cerca, mucho más cerca que hace sólo dos segundos.
Mi pulso está frenético y sé que debe hasta sentirlo porque una sonrisa tira de la comisura de su boca. Enseguida el rubor llega a mis mejillas y me abofeteo mentalmente por siempre permitir que esto me pase con él.
–Entonces... ¿sin prejuicios? –Su rostro no se ha alejado ni un centímetro y hasta creo que los ha reducido un poco más, el calor de su sistema nadando en olas hacia todas las zonas de mi cuerpo.–
–Sin prejuicios.
Y mis ojos se cierran cuando sus labios reducen la distancia hasta posarse en mi frente, sellando una promesa de algo que no ha hecho más que empezar.
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top