Gadrel
Siempre he pensado que morir no iba a doler, que iba a ser la ausencia de toda sensación y que probablemente lo haría a los mucho-tantos años, rodeada de nietos y gatos, muchos gatos. Así es como a mi me habría gustado que fuera; no frente a alguien a quién le deleita hacer daño y que sus motivos son incomprensibles en el mundo en el que vivo.
He cerrado los ojos en el momento en el que me he dado cuenta de que todo aquello que crees poder planear, ya no existe y se limita a ser sin condiciones. He cerrado los ojos porque no quiero que la última imagen que se proyecte en mi cabeza sea la de un chico que está dispuesto a matarme sin saber si lo merezco o no; y probablemente él crea que lo hago por alguna extraña razón.
Suspiro con fuerza y trato de vivir por última vez toda la información que logro recopilar por los oídos y la nariz.
Oigo el pasar de algún coche, el cerrar de una persiana y el ladrido de un perro que debe estar bastante lejos de aquí. El olor a basura y lluvia, a suciedad y a rancio, a recién pintado también... Probablemente me habría quejado en otro momento de todo esto, pero en ese instante todo se siente bien, porque sé que es justo ahora cuando puedo sentirlo y luego ya no; luego ya no habrá nada más que el recuerdo de lo que he sido y sé irá con el pasar de los años.
Pero algo rompe mis pensamientos: una voz.
Una sensación extraña me hace respirar como si llevara tiempo sin hacerlo y se siente como si alguien hubiera accedido a mi mente.
"Vete, Abi. Vete, por favor." Las palabras se proyectan en mi mente y me resulta extremadamente fácil leerlas, tan fácil y automático como cuando alguien pregunta tu nombre.
Isaías. Él es quién está parado de espaldas a mí cuando abro los ojos y intento entender por qué no estoy muerta aún.
–Gadrel. –Gruñe.–
Su postura es firme y su espalda luce tensa a pesar de la ropa, dándome a entender que está preparado para atacar en cualquier momento.
Y todo parece cambiar tan rápido que antes de que quiera darme cuenta ambos están peleando, lanzando puñetazos de una manera tan elegante que casi parece que bailen.
Entonces alguien me agarra y me pone de pie, arrastrándome hacia el exterior del callejón. Y antes de que pueda quejarme, la persona tras de mí pone una mano en mi boca y otra en mi hombro. Me gira mostrándome que es Mikael quién me ha sacado de allí y quiero agradecerle, pero sé que las palabras no han salido de mi boca porque aún estoy en shock.
– Voy a llevarte a casa, ¿vale?
–Isaías... –Comento preocupada.–
–Él va a estar bien, pero tú no.
Hace una pausa y mira hacia el interior del callejón con horror, pero antes de que pueda ver el porqué me coge de la mano y me saca de ahí.
Quiero pensar que el nudo que se instala en la boca de mi estómago es a causa de todo lo que ha pasado esta noche, pero sé que por encima de todo, no puedo evitar estar desesperada por saber que Isaías está bien.
Por favor que lo esté.
Han pasado tres horas des de que Mikael me trajo a casa y no se ha despegado de la ventana ni un instante, como si lo que fuera a aparecer por ella le diera la respuesta a todas sus preguntas; o a las mías.
Me he duchado con la poca fuerza que he logrado reunir y me he puesto lo más cómodo que tenía en el armario; no quiero sentir nada apretándome las heridas.
Miro el reloj y a Mikael en alterne porque estoy nerviosa. Quiero saber qué es lo que está pasando y por encima de todo quiero saber que Isaías está bien, que va a volver para perturbarme un poco más con su presencia.
Mikael se gira y me mira, dándome a entender que le ha hecho gracia que me esté preocupando por el joven.
–Él va a estar bien. –Sentencia.– No queda mucho para que vuelva.
Y es cuando lo dice que Isaías aparece, surgido de la penumbra de la esquina más alejada a mí y andando a duras penas. Su mano se encuentra en un lateral de su cuerpo y se agarra con fuerza la prenda que cubre su torso, como si así evitara que el dolor siguiera. Y sé que le está doliendo porque su semblante se encuentra totalmente desencajado.
–Ese hijo de puta... –Brama.–
Y sin poder evitarlo me pongo de pie de un bote y corro hacia él, enrollando mis brazos en su cuello cuando llego y acercándolo a mí, sin ser consciente de que probablemente le esté dañando más no se queja.
Cuando creo que está esperando a que me separe de él, acerca sus brazos a mí y los coloca alrededor de mi cuerpo tembloroso, hundiendo su cabeza en el hueco de mi cuello. El suspiro que suelta mientras lo hace me eriza la piel y cierro los ojos tratando de disfrutar de la sensación.
Hay un olor a hierro en el ambiente y sé que debo estar manchándome con ella pero no me importa; él está bien, eso es todo lo que merece la pena.
Se separa sin soltarme y me mira a los ojos, buscando algo que no logro entender y su mano viaja hasta mi mejilla, dejando una caricia que me hace temblar de nuevo.
Es extraño. Esto lo es. Debería pedirle que se aleje, debería pedirle que se vaya de aquí porque sólo me he visto envuelta en problemas des de que lo vi por primera vez en aquella calle transitada, corriendo hacia Dios sabe qué; pero no. Más bien es todo lo contrario, porque en cuanto lo he visto aparecer el alivio más absoluto me ha llenado y todas las horas de espera han valido la pena.
Siento que tengo un lazo emocional con él inexplicable, algo que no hemos construido nosotros si no que lo ha hecho sólo. Ni siquiera sé en que momento he empezado a preocuparme por él o en que instante he permitido que dejara de ser "alguien más" en mi vida.
Mikael carraspea y nos separamos por completo, acercándose a Isaías y levantándole la camisa ensangrentada. La herida que tiene me hace ahogar un gemido, haciendo que me tape la boca cuando veo la magnitud del problema.
Su herida se encuentra en el lateral izquierdo de su abdomen, un poco más abajo de dónde acaba su caja torácica. La piel tatuada de su torso se encuentra manchada de sangre de diferentes tonalidades de rojo según lo seca que se encuentra y la forma de la herida me hacen preguntarme con qué exactamente se lo ha hecho.
–Es una garra. –Dice Mikael mientras se agacha para examinarla.–
–Ese hijo de puta sabe que en este momento del cambio aún va a dolerme lo suficiente como para dejarme indispuesto unas horas. –Achina sus ojos cuando Mikael pasa el dedo por la herida, examinando sus dedos después.–
¿En este momento del cambio? Y las palabras de la pagina web vuelven a proyectarse en mi cabeza; metamorfosis del mal.
Isaías vuelve a dirigir su mirada verde hacia mí, con una expresión que me da a entender que odia que sepa esto.
–No hay veneno, eso es bueno. –Dice Mikael aún examinándose la mano.–
–Claro que no, sabes que no buscaba matarme.
–Estírate hasta que sane.
–¿Qué? No. –Niego rotundamente con la cabeza.– Hay que llevarte a un hospital.
Esto me parece indignante, y aún más cuando se giran y ambos explotan en carcajadas. Me cruzo de brazos y sé que luzco enfadada, o patética, o ambas.
– Tan bonita e ingenua... –Susurra Isaías mirándome.–
Ruedo los ojos y me dejo caer en la cama con un suspiro. Isaías se acerca a mí y se estira a mi lado, aún sin camiseta y con el torso manchado; pero no me importa, después de todo ya nada lo hace.
–Nos vemos pronto. –Dice Mikael.– Tienes que cuidarte.
–No te preocupes, yo lo cuidaré. –Digo sonriéndole.–
–No hablaba de él. –Carcajea brevemente y desaparece, dejando un humo blanco que se evapora instantes después.–
Y entonces pasan las horas, y permanezco tumbada a su lado, pensando... o más bien intentando no hacerlo y así evitar que me lea la mente. Todo se siente bien ahora pero aún así no puedo dormir, porque la adrenalina está haciendo estragos en mi sistema cansado pero no abatido.
Y ya no hay duda de que no importa en qué momento mi vida empezó a convertirse en el caos que es ahora, porque mientras yo esté dispuesta a luchar todo estará bien. Isaías agarra mi mano, acariciando con su pulgar el dorso de la mía y sin saberlo, se suma a la corta lista de las cosas por las que vale la pena seguir con vida.
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