Capítulo 9
Los señores Fortunato habían sido llamados con extremar urgencia a la escuela de las Carmelitas de la Caridad, debido a la infracción de su hija. Rápidamente, se hacen presente el señor y señora Fortunato en las dependencias de la escuela, en donde también se encontraba María, la madre de Aarón.
Al estar los padres presentes, fueron llevados a la dirección, en donde son recibidos por la madre superiora, quien manda a llamar a los jóvenes que estaban realizando penitencia en la Capilla central, para que esperen afuera, hasta que termine la reunión.
Eleonora y Aarón, estaban arrodillados sobre arena gruesa, mientras rezaban el segundo rosario, guiado por una de las religiosas que les vigilaba, hasta que son llamados a presentarse en la dirección. Cuando los jóvenes tratan de levantarse, ambos caen hacia delante, ayudándose de sus manos para no golpearse, puesto que sus piernas no les sostenían y el dolor de las rodillas hacía que fuera un desafío ponerse en pie y caminar.
Fue una gran tortura marchar por el pasillo, pero al fin lograron llegar fuera de la dirección y tomar asiento en las bancas que se encontraban ahí. Eleonora deseaba regresar a casa para poder limpiar sus rodillas y sacar las piedrecillas que se le habían incrustado, pero ahora su preocupación era otra, al escuchar los gritos histéricos que provenían del interior de la sala de la dirección, en donde la monja que les había descubierto, debía de estar contando con ahínco lo que sucedió.
—... manoseándole un pecho y gimiendo de forma lujuriosa, mientras la muchacha le incitaba a que lo siga haciendo. Si no les descubro de manera oportuna, quizás estarían tocándole debajo del vestido o tal vez algo peor, que ni quiero imaginar...
—Está bien hermana Catalina, ya nos ha quedado claro los acontecimientos. —le corta la Madre superiora.
La religiosa hace una inclinación de cabeza y guarda silencio, retrocediendo para quedar al lado de la subdirectora que estaba encargada de la coordinación de la escuela y que tenía un rostro severo.
Las madres de los jóvenes al escuchar el relato, lanzan un suspiro para lograr liberar la angustia que se les acumulaba en el pecho, pero don Sebastián, presionaba sus manos en la manga de la silla, para contener su enojo.
—Señores, la situación que se nos presenta es difícil de tratar, pues, nos coloca en un dilema, que es separar a varones y damas en las salas, que de por sí, ya son pequeñas —comenta la madre superiora.
—Siempre hemos sido cuidadosas con el comportamiento de los jóvenes, para que sean personas de bien, pero jamás nos había ocurrido algo como esto, así que es mejor eliminar las manzanas podridas, antes de que infecten al resto —comenta de manera severa la subdirectora de rostro enojado.
—Debido a lo sucedido, debemos expulsar a Aarón de la escuela. Lo lamento en lo más profundo, señora María, ya que sabemos el sacrificio que realiza para que sus hijos puedan estudiar.
María sorprendida y con los ojos llorosos, junta sus manos en forma de súplica.
—Por favor, no lo hagan, perdonen al muchacho. Les aseguro que algo como esto jamás volverá a ocurrir.
—No, debe abandonar la escuela...
—Al menos, permítanle terminar el año.
—No insista, la decisión es irrevocable. —responde la religiosa de carácter severo.
María guarda silencio, sintiéndose tan sola y pequeña.
—Entonces, les agradezco el haberle dado educación a mi hijo por estos años, y perdóneme por no haberle enseñado de mejor manera.
—Señora María, le solicitamos a nombre de la muchacha y de sus padres, que guarden discreción con lo que ha sucedido, para no afectar la reputación de la joven. —pide la madre superiora.
—No diremos nada.
—Se lo agradecemos. Ahora le pediré que se retire y se lleve a su hijo que se encuentra afuera. Decirle, además, que nosotras, el convento y los servicios religiosos, siempre estarán a su disposición.
La mujer Chahiwa se levanta y mira a Loreta que le devolvía una mirada triste, bajando la cabeza para retirarse.
Afuera de la sala, Aarón se levanta al ver a su madre que estaba llorando, a lo que ella le dice algo en el idioma Chahiwa, bajando la cabeza para retirarse junto con ella, despidiéndose con un gesto de mano de Eleonora, quien hizo lo mismo, dejándole una gran preocupación por lo que debieron hablar al interior de la dirección.
Los señores Fortunato estaban expectantes a lo que las religiosas les dirían, puesto que ahora le correspondía su turno.
—De hace mucho tiempo nos ha preocupado su hija, debido a que llama la atención de los jovencitos, quienes se esfuerzan por captar su simpatía, haciendo que siempre esté rodeada de varones.
—Lo comprendemos, pero eso es algo que no podemos controlar —se excusa Loreta.
—Es verdad señora Fortunato y por eso queríamos tocar este asunto con ustedes, ya que estamos segura de que su hija fue influenciada por aquel joven a hacer lo que ha hecho, situación que puede repetirse, si no se toman medidas oportunas.
—Entonces, ¿la expulsarán?
—No lo haremos, debido a que eso puede dañar su reputación y la comunidad se terminaría enterando cuál fue motivo de su expulsión.
—Lo que les proponemos, es que ingrese al convento como novicia y siga un camino virtuoso por las sendas de nuestro señor. —comenta la subdirectora.
—Pero aún es una jovencita, solo tiene 14 años. —se apresura a decir Loreta de forma alarmada, a lo que su esposo toma su mano para que guarde la compostura.
—Evaluaremos las posibilidades, hermanas. —responde el señor Fortunato.
—Nuestra escuela es modesta y con gran esfuerzo le damos clases a los jóvenes hasta los 15 años. Si no desean que su hija ingrese al convento, seguramente querrán que continúe sus estudios en otro lugar, tal vez sea una buena idea enviarla en este momento a algún internado para señoritas. —recomienda la madre superiora.
—Esta jovencita se debe alejar de los varones, puesto que tiene un rostro agraciado, con el cuerpo de una mujer, haciendo que los muchachitos tengas pensamientos pecaminosos y caigan en la tentación. Es un bien para ella y para el resto que consagre su vida a nuestro señor. —intervenía la hermana Catalina.
—Gracias por sus consejos, los tendremos en cuenta —el señor Fortunato se levanta de su silla —Estamos muy apenados por lo ocurrido y les informamos que Eleonora, ya no regresará a esta escuela.
—Nuestras puertas siempre estarán abiertas para ella y para ustedes —Se levanta también la madre superiora para despedir a los Fortunato que estaban por marcharse.
Eleonora se levanta al ver salir a sus padres, aguardando con gran expectación por lo que le dirían, pero su padre pasa delante de ella sin siquiera mirarla, con una actitud fría y caminando con paso firme por el pasillo, en cuanto a su madre, le toma una mano para retirarse del lugar, realizando un gesto de que guarde silencio y expresando por la mirada algo que era fácilmente descifrable "Como pudiste ser tan imprudente".
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