Capítulo 62
El retorno de Eleonora, Ishku y el pequeño Watsal, se había retrasado un par de días, ya que deseaban estar presentes en la boda de Danilo y Joaquina, que se celebraba en el gran palacio Fortunato.
Como toda celebración que organizaba la familia Fortunato, esta era glamurosa y llamativa, además de alegre al ver la felicidad de los nuevos esposos, lo que contagia a sus invitados, sacando varias carcajadas, cuando ambos se despiden para retirarse a la alcoba nupcias, tomándose de las manos como dos niños y caminado apresuradamente, para escapar de la vista de todos.
La alegría de aquella boda, solo dura por un corto momento, ya que, al día siguiente, los Fortunato despedían en la estación de ferrocarriles a aquellos que regresaban a Colombia, siendo motivo de tristeza para muchos.
Eleonora lloraba al abrazar a su abuela, tíos y primos, agradeciéndoles por todo lo que hicieron por ellos.
Ishku no podía más que estar en deuda con todos aquellos que dejaba en España, asegurando que ellos eran también su familia y que les extrañaría, dándole un afectuoso abrazo al Conde de Valcáliz, ya que él se había transformado en un verdadero amigo y sería, quizás, a quien más extrañaría.
—No tengo cómo agradecerle lo que ha hecho por mí, por sus atenciones y enseñanzas. Le escribiré, para que mantengamos el contacto —dice Ishku.
—Y yo te escribiré. Pero no estaremos distanciados, porque les visitaremos, y ustedes deben de venir.
—Claro que lo haremos, y espero que en un corto tiempo nos reencontremos, porque me han hecho sentir parte de ustedes.
El tren ya daba sus últimos silbatazos, así que se despiden por última vez de todos, para luego abordar, dejando tristemente a quienes les despedían en el andén, pero con una alegría especial, puesto que tenían emoción y esperanzas de un próspero futuro en el lugar que les esperaba.
***
El mar se mantuvo calmado y la brisa marina ayudaba a que el viaje se acortara por dos días.
A la llegada a Puerto Blanco, Ishku aún temía ser linchado en aquel lugar, pero para su sorpresa, nadie ponía especial atención en él, incluso algunos caballeros al verle, le saludaban con un leve levantamiento de sombrero, lo que le hizo comprender que, ya nadie le veía como un Chahiwa, ya que ahora, era solo un hombre moreno y adinerado que vestía muy bien, y eso, siempre daba respeto.
Fue muy poco el tiempo en que pudieron reponerse del viaje, puesto que Ishku, era llamado para dar cuenta de los nuevos terrenos que serían entregados a los nativos, nombrándose a él como embajador de paz, entre el gobierno colombiano y los pueblos originarios.
El trabajo de Ishku era pesado, por el hecho de que debía reunir a los Chahiwas y Nuamis, para informarles que debían abandonar los terrenos que estaban ocupando, y hacer posesión del lugar asignado como tierras indígenas.
La aldea Chahiwa se mantenía igual que siempre, con algunas casas nuevas y familias que estaban iniciando.
Para muchos fue motivo de alegría el ver a Ishku regresar, ya que temían lo peor por él y su familia.
Mishki y Piara corrieron a su encuentro, llorando a gritos por la angustia que fue todo ese tiempo de incertidumbres, cambiando la tristeza por alegría, al saber del nacimiento de Watsal.
Con dificultad Ishku convenció a los Chahiwas y luego a los Nuamis, de tomar posesión de las tierras, ya que era comenzar otra vez de la nada, pero al estar en los terrenos otorgados, les aseguraba protección, en vez de estar en la selva, bajo amenaza de ataques.
Al cabo de siete días, Ishku, en compañía de los Chahiwas y Naumis, viajan para conocer el lugar donde se les había indicado.
En la carretera le esperaban los Fortunato, con Eleonora y el pequeño Watsal, además de empleados del gobierno y un juez, para establecer los límites de los terrenos asignados, y colocar las señaleticas de que aquello, era tierra indígena protegida.
El camino era largo, puesto que este nuevo lugar, estaba alejado 75 kilómetros oeste de Puerto Blanco, y 80 kilómetros al este de Santa Luisa, otra ciudad comercial. Ambas estaban apartadas, con el propósito de distanciar a los nativos de los criollos que vivían en las ciudades.
Cuando se llegó al sitio, se dieron las especificaciones oficiales en cuanto a la extensión y límites, además de advertir de que la carretera que la cruza, siempre debía de estar expedita y no bloquear el libre tránsito de los viajeros, con el propósito de mantenerse bajo las leyes del gobierno de Colombia.
Al retirarse los oficiales, varios comenzaron a revisar la extensión de las tierras, buscando el espacio ideal para construir la aldea.
Luego de que los Fortunato se marcharan de regreso a Puerto Blanco, antes de que la noche les encuentre en la carretera, Ishku se mantuvo con su familia al borde del camino, armando una tienda en la que pasarían la noche, meditando al ver el camino donde constantemente aparecían carruajes de pasajeros y carretones de carga que se movían entre las ciudades.
—¡NOS DIERON BASURA! —Reclama un Naumi en lengua nativa.
Los Chahiwas y Naumis se habían reunido ese atardecer alrededor de una hoguera que habían encendido, manteniendo así sus tradiciones, para convocar a una reunión.
—¡AQUÍ NO HAY NADA! —Reclama un Chahiwa.
—Esto es solo selva, no hay lagos, ríos, ni siquiera el mar está cerca.
—Podemos crear pozos. —aconsejaba Ishku.
Los nativos estaban molestos, ya que sentían que aquel lugar no les daba ni lo más básico para sobrevivir, y sabían que los criollos le entregaron ese lugar baldío, solo para solucionar el conflicto y alejarlos, porque no valía nada.
—Mi familia y yo, regresaremos donde estábamos —dice otro Chahiwa.
—Nosotros también.
—Y nosotros.
—Todos deberíamos regresar. Esta gente cree que puede burlarse de nosotros.
Ishku trata de calmar el ambiente.
—Estas tierras están protegidas, si salimos de estos terrenos, estaremos expuestos a que nos vuelvan a desalojar y quizás otros crímenes. Debemos velar por la seguridad del pueblo.
—¿Y cómo mantendremos a nuestras familias? —pregunta el líder Nuami.
—Cultivar la tierra, criar al ganado. Además, tenemos la carretera.
Varios se miran entre ellos y comienzan a carcajear por escuchar el absurdo comentario de Ishku.
—Y ¿Para qué queremos un camino que atraviesa nuestras tierras?
—¿Cómo no lo ven? Ambas ciudades están muy alejadas, el camino es sinuoso y se tarda más de un día en recorrer desde Puerto Blanco hasta Santa Luisa, si no es que más. Podemos ofrecer comidas y bebidas, incluso dar hospedaje a los viajeros... ganaríamos mucho dinero y transformaría a nuestra aldea en una ciudad intermedia, una ciudad de un pueblo nativo...
Varios conversaban entre ellos, pero miraban con desagrado la propuesta de Ishku.
—Qué tonterías estás diciendo. ¿Crees que vamos a ser los sirvientes de esa gente? Alimentándolos y darles alojamiento... ¡JA! Faltaba más. —dice el líder de los Naumi de manera orgullosa.
—No somos sirvientes, estaremos ofreciendo un servicio que será remunerado...
—Somos cazadores, pescadores y vivimos en armonía con la tierra, no vamos a crear tiendas para ayudar a esos criollos. —Reclama una mujer.
—Quizás, deberíamos dejar de vivir de manera tan sencilla, eso hará que nos extingamos. Ahora podríamos ser más, ser respetados y tener nuestros propios emprendimientos.
Varios comenzaron a gritar furiosos a Ishku, puesto que sentían que les proponían dejar su forma de vida y tradiciones, para adoptar la cultura del hombre blanco.
Ishku miraba a Eleonora que acunaba a su hijo en los brazos, preocupado al ver cómo su gente rechazaba todo lo que él sugería, pero ella le regalaba una sonrisa, asintiendo con la cabeza a razón de lo que él decía.
—Admite Ishku que te has equivocado, nos has traído a este lugar que no vale nada y esperas que nos quedemos aquí, para no sentir que le has fallado a tu gente. —dice el líder Chahiwa.
—No es así, yo deseo lo mejor para todos, pero de los problemas podremos salir y ser fuertes.
—Tus ideas están mal, pero no te culpamos, porque te has contaminado con las ideas de los españoles, que creen que conseguir dinero y ser rico, lo es todo en esta vida.
Varios seguían discutiendo, encontrando razón a lo que el líder les decía.
A la mañana siguiente, Ishku se levanta temprano para delimitar cuál sería el terreno que ocuparía para la construcción de la casa al borde de la carretera, mientras que otros también se levantaban, pero para desarmar sus tiendas y marcharse de regreso a donde se encontraban inicialmente.
Solo unos cuantos se quedaron en los terrenos protegidos, puesto que ellos tenían esperanzas que las propuestas de Ishku les traería un mejor futuro.
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