Capítulo 57
La noticia del embarazo de Luciana había sido recibida con gran efusividad por los Fortunato, ya que todos compartían la alegría del matrimonio.
El Conde de Valcáliz no cabía en sí de la dicha de saber que sería padre, que había organizado una celebración en nombre de su primogénito, invitándose a los nobles y clase burgués a una fiesta de jardín.
La atención de Danilo había sido captada por Joaquina, que había acudido en compañía de sus padres y hermanos, pero lamentablemente, también estaba presente uno de sus pretendientes, por lo cual, no pudieron charlar tanto como deseaba.
En aquel tiempo, cada vez las reuniones con Joaquina eran más escasas, ya que se mantenía ocupada en citas, dándole a Danilo, la desagradable sensación de que la estaba perdiendo.
Próximamente se celebraría una fiesta en el Palacio de sus majestades, siendo un evento de gran importancia social, ya que era para celebrar el compromiso del príncipe Francisco, con una noble de un país extranjero.
Danilo sabía que Joaquina y su familia asistirían a aquel baile, puesto que ella había solicitado a su hermana, un traje personalizado para la ocasión, enterándose por medio de esta, cuando su amiga visitaría la Boutique, con el propósito de encontrársela de manera casual.
Como presupuestada, aquel día Joaquina se encontraba en Malva junto con Luciana, quien colocaba algunos adornos en la falda, preguntándole si eran del gusto de su clienta.
Danilo ante de ingresar, miraba silenciosamente como la joven de cabello negro, posaba sobre un escabel sin moverse. El vestido que usaba era exquisito, de color verde jade con decorados dorados sin mangas, y con un escote sensual, pero sin caer en la vulgaridad, viéndose tan hermosa, a lo que él asemejaba como una linda muñeca de porcelana.
Luego de tocar a la puerta, Danilo ingresa, actuando sorprendido de ver a Joaquina ahí.
—Pero qué maravillosa sorpresa.
—Oh. La sorpresa me la has dado tú —comenta Joaquina, ruborizándose y cubriendo su escote con las manos. —Creo que este vestido es demasiado revelador.
—Te queda hermoso. Bueno, todo lo que utilices, siempre se te ve bien.
—Se debe de colocar un collar amplio que haga juego con el vestido. —interviene Luciana, haciéndole un gesto a su hermano para que deje de ver a Joaquina tan fijamente.
—Supongo que buscaré alguno que tenga en casa. —responde la joven, manteniendo el rubor al sentir la mirada de Danilo sobre ella.
Luciana termina de ajustar los últimos detalles, para dejar libre a Joaquina, informándole que el vestido se lo haría llegar la mañana del evento, junto con la factura, a lo que Danilo interviene, alegando que él pagaría el costo del vestido.
Luego de salir de la Boutique, el joven Fortunato acompaña a Joaquina hasta la mansión Santander, solicitando hablar con el padre de ella, lo que sorprende a la jovencita de ojos tímidos, siendo un completo enigma lo que ellos hablaron en privado.
Durante la noche de la festividad del compromiso real, Danilo había aparecido en la mansión Santander, vestido de gala, con su cabello rubio perfectamente peinado hacia atrás y con un estuche de terciopelo en la mano.
La llegada de su amigo toma por sorpresa a Joaquina, ya que estaban por salir para acudir al palacio real en compañía de sus padres y hermanos, encontrándose todos en el hall de entrada.
—Querido amigo, qué dichosa soy al verle aquí —comenta la joven con una sonrisa en los labios.
—Me tomé el atrevimiento de venir, antes de que se marchen a su cita de esta noche, para traerle este pequeño obsequio. Claro está, que si su padre me permite dárselo. —Danilo mira al señor Santander, quien hace un gesto afirmativo con la cabeza.
—Tiene mi permiso joven Fortunato.
Danilo en el acto, abre la caja que tenía en las manos, para enseñar su contenido, lo que deja sin aliento a Joaquina, acercándose su madre y hermanos para ver de qué se trataba.
Un hermoso collar de esmeraldas brillaba reluciente sobre un colchón de satín, lo que se reflejaba sobre los ojos de Joaquina.
—No puedo aceptar algo como eso. Es demasiado —responde la joven con voz entrecortada.
—Por favor, acéptelo. Lo compré pensando en usted, por lo cual, nada es demasiado si se trata del anhelo de mi corazón.
El rostro de Joaquina estaba rojo, que incluso sentía que sus mejillas irradiaban calor.
Danilo había ofrecido el collar a la señora Santander, para que fuera ella quien ayudara a colocárselo a su hija, lo que le hacía juego de manera gloriosa con su vestido nuevo.
—Señor Santander, deseo humildemente hacerle una atrevida petición. —Dice Danilo.
—Diga usted joven —contesta aquel hombre con una gustosa sonrisa por el regalo que había recibido su hija.
—Permítame escoltar a la señorita Joaquina hasta la fiesta de sus majestades. Le prometo que mis intenciones son honorables y no existe maldad en ello.
—Tiene mi autorización. Les veremos en el Palacio.
Danilo ofrece el brazo a la joven que mantenía las mejillas sonrojadas y con la mirada clavada en el piso, tomando del brazo de aquel joven que tenía un delicioso aroma a lavanda.
Joaquina le comentaba a Danilo, que su regalo era demasiado para ella, puesto jamás había lucido una joya tan magnífica, asegurando que ahora, muchos ojos se posarían en el pecho que trataba de ocultar.
El carruaje se detiene al borde de un camino distinto del que se dirigía al palacio.
—¿Dónde estamos?
—En ningún sitio, pero me gustaría que me acompañases. —invita Danilo, abriendo la puerta del carruaje.
Sin comprender muy bien, Joaquina le acompaña, maravillándose al estar en un mirador con vista a la ciudad, donde se veía las tenues luces del interior de las casas, como si fueran pequeñas joyas brillantes, decorado con la magnífica luna llena que alumbraba la oscuridad de la noche como un gran faro.
—Qué lugar tan bonito —dice Joaquina juntando sus manos, mirando gustosa el paisaje.
—El hablar con tu padre y presentarle mis respetos, el darte ese collar y pedir escoltarte hasta la fiesta, solo lo hice con el único propósito de tener un minuto a solas contigo.
Joaquina se gira para ver el rostro de Danilo, quien tenía una mirada tierna y una ligera sonrisa en los labios.
—¿Por qué lo harías?
—Porque necesito que sepas que, desde que me has rechazado, solo he pensado en ti y no quiero que te alejes, por ser yo solo un cobarde.
Él estira su mano para alcanzar la mejilla de Joaquina, acariciándosela con el pulgar y aproximándose a ella.
—Ay Danilo —dice Joaquina conteniendo el aliento.
—Es verdad. Soy un cobarde, me es difícil expresar lo que siento, aunque mi rostro me delata. Pero ya no quiero serlo, quiero ser lo que tú esperas de un hombre, quiero que me des la dicha de tener otra oportunidad para cortejarte.
—Pero, yo... no sé... —responde bajando la vista, a lo que Danilo le toma por el mentón para que le vea a los ojos.
—Necesitabas que no tuviera dudas. Ahora no las tengo, perdona por tardarme tanto en darme cuenta. —Danilo pasaba su pulgar por los labios de ella, sin dejar de verle con ojos cálidos. —quisiera besarte ¿Puedo?
Joaquina tenía su respiración agitada y sus sentidos aturdidos, asintiendo levemente con la cabeza, logrando rozar los labios de Danilo que eran tan cálidos y húmedos, siendo una experiencia gloriosa aquel primer beso, que le hizo temblar las rodillas, debiendo apoyarse delicadamente sobre su pecho, a lo que él le rodea por la cintura, sin dejar de acariciar una de sus mejillas con su mano libre.
Cuando se separan para volver a verse, Danilo sonríe, mientras sus ojos brillaban.
—Es gracioso.
—¿Qué cosa? —pregunta en susurro Joaquina.
—Que me has rechazado, porque yo no sentía deseos o emoción, y es lo que más me provocas, porque te deseo con desesperación.
Danilo nuevamente se aproxima para besar los labios de joven, siento correspondido, sintiendo las caricias que ella le daba detrás de la nuca, al mantenerlo abrazado por el cuello.
No permanecieron por mucho en aquel lugar, ya que debían dirigirse a toda velocidad al palacio real, por el hecho de que levantarían sospecha sobre su retraso.
Aquella velada, Danilo no se despegó del lado de Joaquina, y ella había rechazado todas las invitaciones para bailar, siendo todos sus bailes solo para Danilo, puesto que esa noche, no deseaba estar lejos de él.
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