Capítulo 51

Nuevamente Carlos apunta su pistola, pero Eleonora corre para abrazar el baúl en donde se encontraba su esposo.

—Carlos... te lo suplico... déjanos ir —lloraba Eleonora.

—Apártate de ahí. —dice Carlos bajando el arma.

—No quiero... no lo haré.

—¡Que te apartes!

—¿Por qué tienes tanto odio hijo mío? ¿Desde cuándo te has transformado de aquel niño sonriente de mejillas rojas, a alguien lleno de rencor y sin compasión? —pregunta su madre con voz calmada.

—No es odio madre. Pero nadie nos verá la cara de bobos. Somos los Fortunato, e imponemos respeto y admiración ¿Qué dirán de nosotros, sí saben que mi hermana se ha casado con ese delincuente y ahora está esperando un hijo de un matrimonio deshonroso?

—¿Crees Carlos que el nombre de nuestra familia se afectará por algo como eso? —cuestiona Sebastián de manera molesta —Primero, mírate a ti. Nuestra familia ha perdido su honor después de que saben que eres un marica.

—Eso ya lo sé padre, ya te he humillado lo suficiente y me arrepiento tanto de mi existencia, que no deseo que tú y mi madre se sigan avergonzando de nosotros, porque ya sé que tu alegría y orgullo... siempre será mi hermana —la voz de Carlos se quiebra, conteniendo su pena y tratando de secar sus ojos antes de que sus lágrimas se derramen.

—Hijo, nosotros no somos una familia intachable. —dice su madre con dulzura, tomando de su mano y quitándole con delicadeza la pistola, para pasársela a su esposo.

—Yo sé que soy quien más humilla a esta familia, por eso me dedicaré a salvaguardar el honor de todos ustedes.

—Te equivocas hijo mío, porque tú no has cometido ningún pecado, en cambio, yo... soy la que más avergüenza a esta familia, por eso con tu padre escapamos de España, y por eso tus abuelos me odiaban. —dice llorando Loreta.

Sebastián toma por el hombro a su esposa.

—Calla querida, no digas más.

—Pero quiero hacerlo, porque tu hijo sufre por nuestros pecados.

—Pero madre, ¿qué cosas dices? —pregunta Carlos sorprendido.

Ella da un suspiro y sonríe tímidamente.

—Yo era una prostituta...

—No madre, no digas aquellas cosas tan horribles de tu persona para hacerme sentir mejor.

Eleonora escuchaba atenta aquello que también le deja paralizada.

—No es mentira hijo mío, es toda la verdad. Mi familia era un grupo de delincuentes llamados «Los coyotes de camino». Mi padre me envió a trabajar al burdel para llevarle dinero. Conocí a tu padre el día que tu tío lo acompañó para celebrar la despedida de su soltería...

—No... mamá. Eso no es cierto —dice Carlos que ya no podía contener el llanto, mirando a su padre para que dijera algo, pero él solo mantenía la cabeza gacha.

—Ya saben la historia de que su padre se casaría en un inicio con su tía Emelina, pero no fue que ella cortara el compromiso para estar con su tío Sergio... la verdad de todo, es que yo me interpuse en su vida, arrebatándole a su prometido... porque soy una mala mujer —Loreta no podía seguir hablando por el llanto.

Eleonora se levanta y se acerca para abrazar a su madre, lo que Carlos ya se le había adelantado.

—Madre, tú eres una mujer maravillosa —dice Eleonora.

—No es verdad. Los Fortunato abrieron las puertas para mí, no vieron mi condición, inclusos tus abuelos me quisieron. Pero ¿Cómo les pagué? Abriéndole las puertas a mi familia para que entraran a saquear la mansión, golpeando a tu padre y a tu abuelo, e inclusive, trataron de violar a tu abuela Celenia... por eso ellos me odiaban y tenían razón de hacerlo.

—Loreta... ya todo ha quedado en el pasado. —Dice Sebastián, dándole consuelo a su mujer.

—Tu padre me amaba tanto, que decidió casarse conmigo a pesar de todo y escapar de las comodidades que tenía, solo para que la gente dejara de apuntarnos y burlándose de nosotros. —Loreta da una sonrisa triste a su hijo, mientras le acaricia una mejilla para secar sus lágrimas. —Tú no eres una vergüenza, ni has humillado a tu familia. Si quieres culpar a alguien, solo soy yo.

Madre he hijo se siguieron abrazando, llorando en el hombro del otro.

Aquella oportunidad la toma Sebastián, para hacerle un gesto a su hija, indicándole que suba al barco, mientras que él jala los baúles con el carro de carga, para que ingresen en la sección de bodegas, donde un hombre los recibe.

Ya por la mañana, el barco estaba a punto de zarpar. Le habían indicado a Eleonora, que no abra el baúl que había llegado a su cabina, hasta que se encuentren en alta mar, para evitar cualquier problema por si la guardia entraba para inspeccionar el navío.

Alguien toca a la puerta de su camarote de primera clase, así que con temor ella abre, respirando aliviada al ver que eran sus padres.

—Nos despediremos por ahora, pero en un par de meses te visitaremos, cuando estés próxima a dar a luz —dice su madre con alegría.

—El baúl caoba, es para tus tíos. Es parte del dinero que nos dieron por tu captura.

—Si papá, se los haré llegar. Les pido por favor que notifiquen a los Chahiwas por medio de los jesuitas, ellos saben en donde está la aldea.

—Si amor mío. Nos encargaremos de eso.

Carlos se asoma por la puerta, lo que paraliza a Eleonora, ya que le temía.

—Tranquila hija, viene en paz. —responde Sebastián al ver el miedo en los ojos de ella.

—Cuídate y envía cartas cuando llegues —dice Carlos con voz firme —Me desagrada que en lo poco que te hemos visto ya vuelvas a marcharte.

—Eventualmente regresaré. —responde Eleonora con una tímida sonrisa.

—He hecho subir un baúl adicional, son cosas útiles. Quiero que sepas, que te amo, y deseo que seas feliz.

—Lo aprecio muchísimo, gracias. —Eleonora le da un beso en la mejilla y un abrazo.

Sus padres le abrazan, ya que debían marcharse, dejándola nuevamente sola.

El buque zarpa, abandonando las costas de Puerto Blanco, viendo Eleonora, nuevamente como dejaba la vida que había formado atrás.

Cuando era la hora del almuerzo, la pelirroja abre el baúl, dejando libre a su esposo que tenía los músculos adormecidos por estar en aquella desagradable posición por tanto tiempo, dando una bocanada de aire, y sacando la cabeza apresuradamente de su escondite, ya que aquella había sido una aterradora experiencia claustrofóbica, pero eso no importaba, pues se había liberado de las garras de la muerte.

—Ahora ya comprendes por qué no deseaba venir —dice Ishku, tratando de salir de aquel baúl.

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