Capítulo 48
Ishku y Eleonora viajan esa mañana de regreso a Puerto Blanco, despidiéndose de Piara y Mishki al salir.
Eleonora le había comentado a su esposo, que no era necesario que se presente ante sus padres, solo que le espere en las cercanías, ya que estaría con ellos solo un par de horas.
Al medio día, habían llegado hasta la ajetreada ciudad de Puerto Blanco, cubriéndose Eleonora con una larga capa, para ocultar su vestimenta, caminando con naturalidad por las calles, mirando cada tanto los cambios en ella.
Ishku se había quedado a las afueras, esperando por ella, pero le era difícil estar ahí esperando, ya que su corazón latía agitadamente por el temor de perder a su esposa e hijo que se estaba gestando.
Cuando finalmente Eleonora llega a la mansión Fortunato, los sirvientes que estaban en los patios arreglando el jardín, se sorprenden y hasta algunos se acercan para verificar que efectivamente era la señorita, lo que una de las criadas corre apresuradamente al interior de la mansión, gritando y alertando a todos.
—SEÑORA, SU HIJA ESTÁ AQUÍ...
Loreta no entendía qué ocurría, hasta que ve a Eleonora ingresar al hall, lo que le hizo explotar en llanto y correr a abrazarla.
—Mamá, no llores, he regresado.
—Yo lo sabía, sabía que estabas bien... —dice entre lágrimas Loreta, abrazándola y presionando a su hija con fuerza.
Aquel reencuentro hizo llorar a ambas mujeres, quienes no cortaban el abrazo. Cuando ya estaban más calmadas, se dirigieron juntas al salón, a lo que la señora Fortunato le indica a un criado que vaya lo más rápido posible por su esposo en la oficina naviera, sin que se le diga el motivo de su llamado urgente.
No pasó mucho tiempo, cuando Sebastián llega apresuradamente a la mansión, cayendo de rodillas al ver a su hija que estaba sentada en la sala, realizando una mueca de amargura, y llorando como un niño pequeño, cuando ella se acerca para abrazarlo.
Eleonora sentía que ese día sería muy corto para tratar de decir todo lo que deseaba, pero le había prometido a Ishku que regresaría al atardecer.
—Ahora que ya estás en casa, te quedarás con nosotros. Tu habitación está como la has dejado. —dice Loreta.
—Tu madre tenía razón, ella siempre dijo que no estabas muerta y que regresarías con nosotros. Ese maldito indio mentiroso —comenta su padre, tomando de su mano y acariciándola con ternura.
—Padres, no me quedaré, me marcharé al atardecer.
—¿Qué estás diciendo? ¿No supondrán que regresarás con esa gente? Ahora que ya estás con nosotros, no tienes de qué temer.
—Papá. Me he casado... con ese maldito indio mentiroso.
El silencio se hizo en ese momento al escuchar esa noticia. Sebastián mira a su esposa, y ella le hace un gesto para indicar un "te lo dije".
—Pero, ¿por qué no volviste antes? Si querías casarte, ¿por qué no nos hiciste partícipe de ese acontecimiento?
—Mi esposo les teme, al igual que los Chahiwas. La primera vez escapé y me lesioné, perdí mi vestido celeste de Navidad.
—Ese debe de ser el momento en el que Aarón nos trajo esa noticia. —comenta su madre.
—Yo no sabía nada de eso, ni de la recompensa descomunal que había pedido por mi rescate. Él me llevó a la aldea de los Chahiwas, para que aprendiera de ellos, porque su propósito siempre fue el hacerme su esposa. Cuando insistí en regresar para decirles que estoy bien, entonces él me propuso matrimonio, con la ceremonia del hombre pájaro ¿Lo recuerdan?
Sus padres asintieron con la cabeza, pero Sebastián seguía molesto.
—Aun así, es un cobarde. Debimos pedirles a tus tíos en España ayuda económica para pagar aquella barbaridad de dinero. Dinero que aún no se los he devuelto, ya que no sabía cómo decirles sobre tu falso fallecimiento.
—Ha cometido muchos errores, pero lo ha hecho por mí y ahora tiene miedo de que nos separen.
—Y ¿Por qué ahora estás aquí?
Eleonora sonríe.
—Los Chahiwas son personas de tradiciones y profundas creencias. Las futuras madres deben pedir un deseo a su esposo al estar encinta, la que se debe de cumplir para evitar perder al bebé y que este nazca sano.
—¿Encinta? ¿Estás esperando un niño? —pregunta Loreta.
—Si mamá, tengo casi tres meses de embarazo.
Las mujeres se vuelven a abrazar emocionadas por la alegría de aquella noticia, una reacción muy distinta en Sebastián, que sentía haber perdido todas las posibilidades de traer de regreso a su hija con ellos, además de odiar la idea de que esté casada con aquel nativo que ahora le hará abuelo.
—Amor mío, ¿Qué ocurre? ¿No te alegra la noticia de tu hija? —pregunta Loreta al ver la expresión de su esposo.
—Sí. Es solo que hemos perdido tantos momentos en tu vida mi pequeña niña, que siento que cada vez te alejas más de nosotros.
—Ya no será así, mi intención es seguir visitándolos. Es solo que mi esposo teme la reacción de ustedes.
—Que no lo haga, ahora es nuestro yerno y debe de venir a vernos, porque nos da tanto gusto que nos den un nieto —sonreía Loreta muy feliz.
—Quiero pedirles además que, cesen la búsqueda de la aldea Chahiwa, ellos están preocupados de que puedan volver a ser atacados.
—Nosotros no somos los que han contratado cazarrecompensas.
—¿Entonces?
—Es tu hermano. Él enloqueció de furia cuando creyó que habías muerto.
—Entonces hay que decirle que estoy bien. Pobre Carlos, lamento todo lo que tuvieron que sufrir por mi causa.
—No fue tu culpa, sino la del indio... —refunfuña Sebastián.
—Querido. —advierte con severidad Loreta, para que tenga cuidado con sus palabras.
—No me quedaré callado. Ese maldito hombre ha jugado con nosotros, traicionó nuestra confianza, te ha desposado sin pedir nuestra autorización y ¿Ahora debemos dejar todo en el pasado porque esperan familia?
—Papá, perdona... —responde triste Eleonora
—Tú no tienes por qué disculparte, es él que tiene que venir a pedir perdón. Quiero que venga con la cabeza gacha y de rodillas a suplicar. Cuando lo vea, lo golpearé en el rostro lo más duro que pueda y luego le obligaré a jurarme que vendrán todos los mese a visitarnos, tal vez así, le perdone.
—Papá, no te enfades tanto.
—Exacto. Tu hija ha llegado y nos ha dado tanta felicidad verla. Es mejor perdonar y olvidar. —dice Loreta calmando a su esposo.
—Claro que no, fueron meses que lloramos por nuestra niña, pensando que la perdimos. Lo que pido es muy poco en comparación al daño que nos ha causado. No dejaré que te marches, hasta que él toque a nuestra puerta.
Las mujeres le miraban sorprendidas, pero nadie podía criticar su actuar, porque tenía razón y solo esperaba unas disculpas sinceras por aquel hombre que les hizo sufrir por todo ese año.
Eleonora había convencido a sus padres de acompañarla cuando se marche, para que así puedan hablar con Ishku que les esperaba a las afueras.
La tarde avanzaba sin notarlo los Fortunato. Las criadas habían regresado sin noticias de Carlos, ya que no lo encontraron en su casa, ni en la oficina o el puerto.
Ya el sol se estaba ocultado, pero Eleonora aún no regresaba, lo que le preocupaba a Ishku, así que decide ir a la mansión Fortunato, oculto por una capa con capucha.
Al estar por la cercanía, se escabulle por las casas, de la misma manera en que lo hacía cuando realizaba disturbios para incendiar los edificios que fueron construidos en las tierras arrebatadas de los Chahiwas, hasta lograr llegar a los patios trasero de la gran mansión, tratando de mirar por los grandes ventanales, esperando ver u oír a su esposa.
Carlos había estado casi todo el día con los hombres que exploraban la selva en busca de la aldea Chahiwa, puesto que le daban sus informes de lo que habían logrado descubrir de su localización, regresando con ellos a los establos de la mansión de sus padres, para poder pagarles el salario de ese mes.
Mientras el hijo mayor de los Fortunato le entregaba el cuidado de su caballo a un muchacho, mira cómo alguien cubierto de negro se ocultaba entre los arbustos, que observaba en dirección a la mansión.
De manera discreta, Carlos les hace una seña a los hombres, para que le acompañen a atrapar a aquel delincuente que intentaba robar en la casa de sus padres.
Un ruido alerta a Ishku, sobresaltándose al ver que el hermano de Eleonora, estaba detrás de él y le miraba con actitud triunfal.
—Así te quería encontrar, indio mal parido.
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