Capítulo 46
Mishki estaba ayudando a Eleonora a preparar pastel de carne, ya que le gustaba su cocina y ese día habían conseguido un buen trozo de vaca que habían intercambiado por liebres de su criadero.
Por esos días, la aldea se mantenía alegre, por el hecho de que dos jóvenes Chahiwas, habían comenzado la edificación de sus casas, lo que llenaba de ilusiones a la aldea, siendo ayudados por los varones, entre ellos Ishku, que dedicaba gran parte de su día en esa tarea.
— El olor de esos pasteles me tienen con el apetito abierto —comenta Mishki.
—Ya estarán listos. Avísale a tu madre que venga, yo los sacaré del horno.
Mishki, se marcha feliz, mientras que Eleonora, sale a la parte trasera de la casa y comienza a sacar los pasteles del horno, llevándolos al interior para colocarlos en la mesa, saliendo nuevamente para ir por un jarrón de agua que saborizaría con naranjas, cuando repentinamente siente un fuerte sonido, similar al de una explosión, lo que la altera.
El horno se había derrumbado, golpeando una de las paredes de la casa y arrojando los maderos incandescentes sobre el suelo, consumiendo rápidamente la pared y la mesa que estaba cerca.
Utilizando la jarra con agua, Eleonora comienza a lanzar el contenido a la pared, tratando de evitar de que consumiera la casa, buscando más baldes para detener el fuego que le hacía guerra por consumir su hogar.
Al ver que el incendio de la pared era más rápido de lo que ella podía mitigar, comienza a gritar pidiendo ayuda.
Rápidamente llegan corriendo Mishki y Piara, que sacan mantas para empaparlas con agua del barril que estaba afuera. Al cabo de un minuto, los vecinos habían llegado para ayudar a detener el incendio, logrando contener su avance rápidamente.
Debido a la veloz acción de Eleonora, los daños solo fueron en una de las paredes y parte de la mesa que estaba afuera.
Por la fatiga, la pelirroja necesitaba tomar asiento para descansar, ya que sus manos temblaban producto del nerviosismo y tosía por el humo inhalado, sintiendo un desagradable gusto a cenizas en la boca, lo que le provocaba arcadas con cada tos que daba.
—Eleonora, ¿Qué tienes? —pregunta Mishki preocupada al verla.
—Me siento muy mal, creo que es por el susto.
—Has respirado mucho humo. Mishki, acompáñala al humedal a refrescarse. —indica Piara.
—Vamos. —Mishki le jala para que se levante, pero Eleonora le detiene.
—No, solo quiero descansar.
Ishku había regresado apresuradamente al enterarse de lo que había ocurrido, mirando asombrado como se había destruido el horno, y como una de las paredes de la casa estaba quemada, mientras amigos y vecinos limpiaban el lugar.
Al ver a Eleonora en compañía de su madre y hermana, él corre en su dirección.
—¿Qué ha pasado? ¿Te has lastimado?
Eleonora negaba con la cabeza, pero deseaba vomitar, así que aparta a todos para correr a la letrina, mientras el resto le miraban preocupados.
—Llévala con el sabio. Ha respirado humo. —aconseja Piara a su hijo.
Ishku se dirige a la letrina, ya que Eleonora estaba temblorosa, para ayudar a levantarla entre sus brazos, y llevarla a casa del sabio.
—Me siento tan culpable, me has advertido sobre ese horno. Perdóname. —dice Ishku afligido.
—Solo fue un accidente.
—Pero has salido lastimada.
—Claro que no, lo que lamento es la pared. Pero, al menos saque los pasteles antes de que el horno colapse. —bromea Eleonora, afirmándose del cuello de su esposo y descansando su mejilla en el firme pecho de él, mientras era llevada.
—No te preocupes de esas cosas, te aseguro que en esta oportunidad crearé un horno firme. Solo fue mi descuido por tratar de tener lista esa casa apresuradamente.
Al llegar donde el sabio, Ishku explica lo ocurrido, dejando a Eleonora sobre una cama para ser examinada.
El sabio le pide que realice gárgaras con agua salada y que lo escupa, repitiendo esta acción varias veces, dejándola descansar por unos momentos, revisando su pulso y mirando el color de sus ojos.
La joven durmió por una hora, siendo vigilada cada tanto por el sabio, llamando a su mujer para que también vea a la muchacha. Al despertar, la mujer pide que le acompañe afuera, haciéndola orinar sobre un cuenco, para examinar esa muestra.
—Ya está bien, pero debe de continuar realizando gárgaras con agua salada, hasta que deje de sentir humo en la boca.
—Se lo agradezco mucho. —dice Ishku, inclinando la cabeza en forma de respeto.
—Yo quiero decir algo. —interviene la mujer del sabio, dirigiéndose a Eleonora —¿Cuándo ha sido la última vez que has sangrado?
Esa pregunta toma por sorpresa al joven matrimonio.
—Fue unos días antes de la ceremonia del hombre pájaro. —responde asombrada, ya que había pasado por alto aquellos detalles después de la boda.
—Entonces esto es de seguro. Ambos serán padres.
Aquella noticia aturde a ambos, sintiendo Eleonora como Ishku presionaba su mano con firmeza.
—Tu pulso es fuerte y firme, y tu orina es característica, seguramente ya tienes más de dos meses. —aseguraba la mujer. —Te visitaré con frecuencia. Debes beber abundante leche y comer hígado y corazón. La comunidad te los dará cada vez que maten un animal. Deberán anunciarlo pronto y realizar la ceremonia del «deseo cumplido».
Cuando salieron de la casa del sabio, ambos caminaron de regreso a su casa sin decir palabra, interrumpiendo el silencio una pequeña risita que daba Ishku, lo que contagia a Eleonora, para finalizar dando unas sonoras carcajadas, abrazándose muy felices.
—Es que no me lo puedo creer... un hijo. —dice alegre Ishku.
—Yo tampoco lo creo ¿Estás feliz?
—¿Cómo no estarlo? Tengo a una esposa maravillosa que me dará un hijo. ¡Ah! Mi tierna Eleonora, soy tan feliz.
—Yo también lo estoy, mi dulce esposo. —Ella se estira para darle un beso en los labios —¿Qué es esa ceremonia del deseo?
La sonrisa de Ishku desaparece, volviéndolo incómodo.
—Solo rituales aburridos, para que la aldea sepa que llegará un nuevo miembro.
—Tu expresión ha cambiado ¿Pasa algo malo con esa ceremonia?
—No pasa nada. —Ishku la levanta en brazos para volver a sonreír. —Ahora deberé cuidar a dos, y tú, tienes que descansar y alimentar a nuestro hijo muy bien. Mañana iré de cacería y no regresaré hasta traer un cerdo salvaje.
—No es necesario, ya sabes que no me gusta ese tipo de carne.
—No es para ti, es para mi hijo.
Ambos vuelven a reír a carcajadas, siendo tan felices al tener tantas expectativas sobre el futuro, preguntándose cómo sería aquel niño que venía en camino y dedicándose a escoger nombres para cuando nazca.
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