Capítulo 10

Al llegar a la mansión, los señores Fortunato hablan a puertas cerradas con su hija.

-¿Por qué hiciste eso? -Pregunta Loreta de manera afligida.

-Perdón, no quería defraudarlos -respondía llorando Eleonora, cubriendo sus labios con las manos de manera nerviosa.

-Actuaste como una desvergonzada, una mujer libertina -dice su padre, tomando una regla de madera que estaba en la mesa.

-Pero papá, solo fueron besos... nada más que besos -gimoteaba Eleonora asustada, al prever que su padre le golpearía.

-¿Crees que eso está bien? Solo lo realizan los esposos -responde Sebastián, tomando a su hija de la mano para acercarla y dándole con la regla en las posaderas -Y no solo fueron besos, permitiste que ese indio te manoseara.

Eleonora lloraba con cada golpe que recibía por parte de su padre, hasta que este se detuvo.

-Perdóname papá...

-Vete, no quiero verte hoy. Me has decepcionado.

Ocultando su llanto, Eleonora sale del despacho de su padre y se dirige a su habitación en el segundo piso, pero antes de entrar en ella, siente unas manos que le toman delicadamente por los hombros, para girarla y llevarla a otro lugar.

-Hermanito -vuelve a llorar Eleonora.

-Ven, si papá te golpeó, debes colocarte paños fríos o no podrás dormir por la noche.

Carlos lleva a su hermana a su habitación, sacando un pequeño botiquín de un armario, que estaba bien surtido de apósitos y pomadas para lesiones.

El ver todas esas cosas, le hacen comprender a Eleonora, que su padre castigaba con frecuencia a su hermano, pero aún no sabía el motivo de su crimen.

El señor Fortunato estaba notoriamente afectado, sacando una botella de licor desde uno de los cajones de su escritorio, lo que sobresalta a su esposa, puesto que él jamás bebía y solo lo hacía cuando la amargura o preocupaciones le abatían.

-Amor mío, no sufras. Eleonora sabe que cometió una imprudencia y no lo volverá a hacer -dice de manera cariñosa Loreta, acercándose a su esposo para tomar de su mano.

El escucharla justificar a sus hijos, hace que nuevamente Sebastián enfurezca, lanzando una mirada de desagrado.

-Lo que me preocupa y me quita el sueño Loreta, es que todas estas situaciones se están volviendo más cotidianas.

-Nuestra hija está enamorada, ella quiere a ese muchacho, no lo hizo por simple lujuria. Además que, nosotros hacíamos mucho más que eso antes de casarnos -lanza una pequeña risita Loreta, pero se detiene al ver la mirada fría de su esposo.

-El gran problema aquí, es que cada vez estoy viendo más comportamientos de tu familia en ellos, aunque no quiera y lo niegue, la sangre es fuerte -Sebastián bebe un sorbo de su vaso.

-¿Qué estás diciendo? ¿Crees que Carlos será un delincuente y Eleonora una prostituta?

-Me encantaría que Carlos fuera un delincuente, en vez de lo que se está transformando. ¿Sabías que le están diciendo los del puerto "Mariposilla"?

-Pero eso no ocurrirá. Son solo habladurías de la gente, y Eleonora jamás será una libertina, lo puedo jurar por madre que ya está con nuestro señor.

-Por favor Loreta, vete, déjame solo.

Con gran pesar Loreta se retira del despacho, puesto que su esposo ya tenía una idea establecida en la mente, que ella ya no le podía arrebatar.

En la soledad de su despacho, Sebastián seguía sufriendo al pensar en sus hijos. Estaba seguro de que los hijos de Sergio en España, no debían de estar dándole todos estos problemas. Ya no podía solo, su esposa Loreta no era de ayuda y por su trabajo no podía estar más tiempo en casa para mantener el orden, debía pedir ayuda a su familia, debía hacerlo ahora, antes de que sea demasiado tarde.

A la mañana siguiente, el señor Fortunato se mantuvo atareado haciendo algunos trabajos, en los que no habló con su familia, ni siquiera durante la noche al ir a dormir en la habitación con su esposa.

En el desayuno, la mesa en la que se encontraban los Fortunato se mantenía en silencio, que es interrumpido cuando don Sebastián manda a llamar al ama de llaves, para solicitar que preparen el equipaje de la familia.

-¿Para qué es eso Sebastián? -pregunta preocupada Loreta.

De manera calmada y con seriedad, el señor Fortunato deja la servilleta que estaba usando sobre la mesa y mira a su familia.

-Nos vamos a España. Carlos y Eleonora estudiarán con sus tíos en la Escuela que crearon para sus primos.

-Pero ¿Cuándo nos vamos? -dice preocupado Carlos, que se había levantado de la mesa.

-Siéntate y termina de desayunar -ordena Sebastián -Nos vamos esta tarde, así que preparen lo que quieran llevarse.

-Papá... por favor -suplica Eleonora que se había puesto a llorar.

-Amor mío, es muy apresurado todo esto... -comienza a decir Loreta, pero es interrumpida por la mirada fría de su esposo.

-Ya hablamos de esto, así que espero, cumplas tu palabra y me apoyes.

Un vacío en el estómago se formó en los que estaban sentados en esa mesa, que dejaron de comer.

Al salir del comedor, cada quien de manera apresurada realiza alguna actividad, puesto que ya no les quedaba tiempo.

Eleonora de manera rápida escribía una carta para Aarón, pero le era difícil hacerlo, pues sus lágrimas se derramaban sobre el papel y corría la tinta de sus escritos, debiendo hacerlo varias veces. Al tener lista la carta, le solicita a una criada que la haga llegar a su destinatario, pero esta se niega, ya que no deseaba ingresar en la aldea de los indios, así que se lo pide a otra sirvienta, pero recibe la misma respuesta.

-Mamá, necesito hablarle -dice Eleonora, al ingresar al cuarto en el que su madre se encontraba y que acomodaba algunas pertenencias en un baúl.

-Mi querida, si vienes a pedirme que hable con tu padre para que no nos vayamos, pierdes tu tiempo.

-No mamá, ya sé que de igual forma nos marcharemos, y sé también que fue mi culpa, pero... -Eleonora comienza a llorar -Solo te pido que hagas llegar esta carta a Aarón. Las criadas no quieren llevarlas... necesito despedirme de él y de mis amigos.

Loreta toma la carta de su hija y le seca las lágrimas con la mano.

-Yo la llevaré, no te preocupes. Ahora ve a tu habitación y sigue empacando tus cosas.

La joven pelirroja se gira para salir y obedientemente realiza lo que su madre indicó.

Durante la tarde y antes de que deban salir en dirección al puerto, Loreta lleva la carta a la aldea Chahiwa, visitando a su amiga Esther, para despedirse de ella de manera secreta, entregándole la carta, para que se la haga llegar a su destinatario.

Los Fortunato acudieron al puerto, mientras el sol cada vez se volvía más a anaranjado en señal del atardecer. Todos se mantenían tranquilos cuando debían abordar y Eleonora ya había aceptado su destino, puesto que era su castigo por su irresponsabilidad.

De la lejanía se escuchaba cómo alguien gritaba su nombre, antes de que ella ingrese al barco, girándose para ver que Aarón estaba en el puerto, cerca de las pasarelas de embarque.

-¡ELEONORA! NO TE VAYAS... NO TE VAYAS...

La compostura de la joven se derrumba, tratando de regresar por la pasarela, empujando al pasajero que estaba detrás de ella, en su intento de llegar hasta su enamorado.

-¿Qué crees que estás haciendo?

El señor Fortunato toma del brazo de su hija de manera rabiosa al ver cómo había perdido la compostura. Ella baja la vista al ser jalada nuevamente para que siga su camino por la pasarela, dando pequeños gimoteos al llorar.

-Ya para el lloriqueo, deja de avergonzarnos -le reprende su padre con severidad.

Eleonora oculta con dificultad el llanto, pero las lágrimas escapaban de sus ojos, mordiendo sus labios para no hace ruido.

-NO POR FAVOR... SE LO RUEGO SEÑOR, NO SE LA LLEVE...

Los gritos del joven Chahiwa, eran interrumpidos por las personas que estaban despidiendo a sus familiares, haciéndolo callar o arrojándose objetos para que se marche.

Quizás lo mejor era no verlo antes de zarpar, ya que el rostro lloroso de Aarón, dejó en Eleonora una profunda herida en el corazón, sintiendo cómo este se le partía. Al llegar a su camarote, abre la ventana para despedirse agitando un pañuelo, viendo cómo él se subía arriba de un barril para distinguirse en la multitud, conteniendo su pena y despidiéndose, hasta la partida del navío y perderse de vista, preguntándose cuanto deberían esperar para volverse a ver y que ocurrirá con ellos hasta que eso ocurra, quizás la distancia los termine separando, para ser un simple recuerdo de su juventud.

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