Capítulo 9
Habían pasado unos días desde el matrimonio de Alberto, pero Luciana ya sentía su completo abandono, puesto que aun dentro de sus pensamientos más íntimos, esperaba que él le enviara una nota para decirle lo mucho que la amaba y que pronto vendrá por ella, pero aquello no ocurrió y con cada día que pasaba, más se llenaba de rencor, puesto que se lo imaginaba con su esposa disfrutando de una soñada vida de casado, en la cual, él se mantenía tan ocupado que se había olvidado de ella. Lo odiaba, lo odiaba como nunca había odiado a nadie en su vida, él había creado ilusiones en ella de una manera totalmente ruin, para que luego destrozaran su corazón, arruinando sus esperanzas, sueños y la dulzura que la caracterizaba, pasando a estar de mal humor la mayor parte del tiempo, descargando su frustración con quienes no lo merecían.
Era la tarde de un viernes de otoño y las clases ya habían terminado, pero no para Eleonora y Luciana, quienes estaban tomando una lección adicional con el Conde de Valcáliz, puesto que una a dos veces por semana acudía a la Escuela para dar consejos financieros a los estudiantes de los cursos más avanzados, como un pasatiempo que le agradó realizar en el periodo que estaba de luto por la muerte de su esposa.
Eleonora prestaba atención a lo que comentaba el Conde y tomaba algunos apuntes en su cuaderno, ya que le explicaba sobre cómo mantener las finanzas en orden al contratar trabajadores que sirven a una casa, además de otros asuntos legales relacionados con el empleador cuando tiene problemas para entregar los salarios y como recurrir a los beneficios bancarios sin pagar intereses. Luciana por su lado, estaba distraída mirando por la ventana, sin prestar atención, pero nuevamente una explosión de mal humor sin sentido se desata, cuando escucha decir al banquero que, "es un trabajo pesado para una dama mantener el funcionamiento de una gran mansión y tener a todos los criados felices".
— Por supuesto, porque una dama solo está destinada para atender una casa, como si no sirviera para nada más, y, aun así, ese es un trabajo muy pesado — comenta Luciana con sarcasmo.
Tanto como el Conde como Eleonora la miran sorprendidos.
— El mantener el funcionamiento de una mansión es un trabajo difícil, pero no creo que sea lo único que pueda hacer una dama — responde el Conde.
— Claro que lo piensa, puesto que a los varones le da clases sobre inversiones y mantención del capital para manejar grandes compañías, en cuanto que a las señoritas, solo nos habla sobre mantener en armonía el hogar y que los criados estén felices con sus remuneraciones. Eso únicamente lo hace señor, porque nos ve inferiores, unas pobres tontas que no podemos hacer nada más que hacer feliz a nuestros esposos, para que ellos no se preocupen de ese molesto tema al llegar a casa... — increpaba Luciana con tanta rabia, que sus mejillas se habían vuelto rojas.
Eleonora le miraba preocupada, puesto que sabía que ahora estaba descargando su enojo con aquel hombre que les hacía un favor en enseñarles temas bancarios y le habla en voz baja a su prima.
— Luciana, no seas grosera con el señor.
El Conde guarda un momento silencio, se notaba incómodo y tenía la mirada clavada en el piso, al igual que un niño pequeño después de ser reprendido, hasta que levanta nuevamente la vista y en ella se podía notar melancolía.
— Las mujeres son muy capaces, pueden hacer muchas cosas y no solo llevar las cuentas de una casa...
— Eso lo dice para no sentir que nos ha ofendido.
— No, señorita Luciana, es algo que yo sé, puesto que existen muchas mujeres que son las líderes de sus compañías y manejan grandes inversiones. Un ejemplo de ello, fue mi difunta esposa, quien administró por años el Banco Claramonte y me enseñó mucho de lo que ahora sé, fue una gran mujer y le admiro por eso.
El Conde se gira y toma asiento en un sofá, mientras revisaba su maletín y ordenaba en él algunas cosas, seguramente para marcharse.
Luciana se sentía mal consigo misma, se había olvidado de la Condesa de Valcáliz y había herido a su viudo. Mientras pensaba en eso y presionaba sus manos en señal de vergüenza, siente un fuerte golpe en el brazo que le había dado Eleonora, cuando se gira para mirarla, ella le devolvía una mirada de reproche por lo que había hecho.
— Señor Conde... — comienza a decir Luciana en voz baja para disculparse, pero él le interrumpe, ya que no le había escuchado.
— Debo disculparme con ambas, ya que les comencé a dar clases de finanzas, sin antes saber que era lo que deseaban aprender y les subestimé — responde el banquero con una leve inclinación de cabeza.
— No, yo fui grosera — comienza a decir Luciana.
— Creo que lo mejor para ustedes, si quieren ingresar en el mundo de los negocios y crear compañías lucrativas, es iniciar con lo principal...
El Conde esa tarde les explica sobre cómo poner en marcha una empresa, como mantener los ahorros en el banco y protegerla de posibles pérdidas económicas, e incluso, ser miembros importantes y recibir ganancias de compañías ya establecidas, mediante la compra de acciones. Esto último motiva a Luciana a conocer más sobre aquellas inversiones, ya que deseaba ser accionista mayoritaria en los aserraderos Burgos y tener poder sobre las decisiones que se tomen, de esa manera, Alberto perpetuamente debería tratar con ella y así vengarse de él al negarse a los acuerdos que tome para mejorar sus ganancias, puesto que, imaginarlo verlo sufrir le producía felicidad.
— En cualquier momento que lo deseen, pueden visitar el banco para que hablemos más sobre inversiones, créanme que será un agrado ayudarles — invitaba el Conde a las jóvenes que lo acompañaban por el pasillo hacia la salida.
— Muchas gracias, le cobraré la palabra, ya que me interesa saber más sobre ese nuevo sistema de inversión en empresas establecidas — comenta Luciana.
— Cuando lo desee, señorita Luciana, le estaré esperando, al igual que a usted, señorita Eleonora.
— Gracias, es usted muy amable — responde Eleonora con una sonrisa, pero realmente esos temas no le interesaban al nivel de asistir a un banco para ver números.
— ¡Maximiliano!, no me digas que te irás sin cenar con nosotros. — dice Sergio, acercándose a su amigo.
— No quiero ser molestia — responde el Conde.
— Tonterías — Sergio le invita a acompañarlo, charlándole alegremente al caminar en dirección a un salón.
Al ver cómo se alejaban, Luciana se gira para ver a su prima que le devolvía una mirada acusadora.
— ¿Qué pasa?
— ¿Así que ahora tienes interés en las inversiones?
— Son temas interesantes.
— No me creas tonta, ya sé que te interesa manejar los aserraderos Burgos al invertir en ellos.
— No pienso en eso, ya no pienso en Alberto.
— Hagas lo que hagas, no actúes por despecho, eso solo te lastimará más de lo que ya estás.
A pesar de lo que le decía Eleonora, por la mente de Luciana, solamente corría el majestuoso pensamiento de ver a Alberto destruido, no quería descansar hasta ser su tortura.
Al pasar un mes, llega una nota para Luciana, que es recibida por su criada personal, para ser entregada de manera discreta a manos de su destinataria. Luciana rápidamente lee aquella nota que era de Alberto:
Amada Luciana
Necesito hablarte.
Te espero en el cementerio esta tarde, en donde nos encontramos la última vez.
Siempre tuyo.
Alberto B.
Aquella nota enfurece a Luciana, puesto que no le explicaba su ausencia y solamente le pedían verse, como si ella estuviera dispuesta para atender su llamado. Pero a pesar de su rabia y resentimiento, ella deseaba verlo, quería perdonarlo y volver a disfrutar de aquel tierno amor que le entregaba, pero este pensamiento desaparece rápidamente, al recordar que él ya era un hombre casado. Aquello creaba un dilema en las emociones de Luciana, que se confrontaban entre hacer caso a su conciencia o a su corazón, lo que finalmente concluye en ser embargada por una tristeza amarga, debido a aquel amor traicionero.
Esa tarde, Luciana no acudió a aquella cita y se prometió que nunca aceptaría una invitación de parte de él, puesto que no se podía permitir que nuevamente Alberto la siga lastimando.
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