Capítulo 46

Llegaron a un gran teatro de eventos, muy iluminado y con muchos carruajes aparcados, algo completamente distinto a lo que imaginaba Luciana.

— Le recomiendo mi señora, que no baje aún, iré a ver en que turno le toca a su esposo y le vengo a buscar.

— En que turno le toca ¿Qué?

— Solo espéreme aquí y ya regreso.

El cochero se marcha al interior del lugar, perdiéndose de vista.

Luciana se queda sentada en el carro, mirando por la ventanilla, como hombres salían eufóricos por haber ganado en las apuestas.

Al pasar el tiempo, ella miraba a los otros coches que estaban aparcados, y descubre que estaba uno de los carros del palacio de sus padres, se preguntaba si a este sitio era donde venía su padre y esposo a divertirse.

El tiempo pasaba y ya prácticamente se estaba quedando dormida dentro del carruaje, cuando el cochero abre súbitamente la puerta.

— Señora, venga ahora.

Luciana toma la mano del hombre que la invitaba a bajar para salir del coche y adentrarse a ese lugar tan misterioso.

Adentro, había muchas personas haciendo filas en las taquillas para hacer apuestas en la ronda final. Luciana mira un gran reloj de pared que estaba colgado en la entrada principal, prácticamente sería la media noche, por eso estaba tan cansada, y si Maximiliano estaba en aquel sitio a esa hora, eso justificaba porque llegaba tan tarde.

Al llegar a la taquilla, un hombre desde la interior pregunta sin mirarlos

— ¿Valcáliz o Céspedes?

— Valcáliz — Responde Pedro, entregándole el dinero que le había pasado su señora.

Cuando el hombre le entrega un tique, se marchan en dirección a la entrada e ingresan a una gran zona con butacas, lo que le hacía imaginar a Luciana que era un coliseo.

— ¿Valcáliz? ¿En qué está metido mi marido? — le mira con sospecha Luciana.

— No me pregunte, ya lo verá.

— Quiero que me digas.

— No puedo ahora, si lo hago, ira a buscar a su esposo y no quiero más problemas. Solo, tome asiento y espere.

Luciana hizo caso, pues sabía que el hombre estaba preocupado por haberla llevado hasta ese lugar.

No pasa mucho, cuando ve que un hombre de prácticamente su edad, ingresa al escenario que estaba enfrente, recibido con vítores y aplausos. Al minuto, ingresa Maximiliano acompañado de Ismael, quien traía unas toallas y una sillita, dejándola en una esquina de ese extraño escenario cuadrado delimitado por cuerdas, también siendo recibido por aplausos y gritos del público.

Luciana estaba expectante al ver que ocurriría, ya que sospechaba, puesto que alguna vez escuchó hablar de aquello, pero esperaba que su esposo no participe de aquel deporte barbárico. Sus esperanzas se desploman, cuando ambos hombres que estaban en el cuadrilátero se desprenden de sus camisas, para quedar solo con pantalones y unos vendajes en las manos. Al sonar una campana, ambos comienzan a mover sus puños, hasta que el muchacho le lanza un golpe a su esposo, a lo que los asistentes comienzan a gritar en las gradas por comenzar la pelea.

— AH NOO... LO VA A LASTIMAR — grita Luciana viendo como Maximiliano recibía golpes, pero que no le inmutaban.

Pedro que estaba a su lado, comienza a reír.

— Claro que no señora, el Conde ya es veterano. ¿Nunca había visto boxeo?

— Por supuesto que no.

— Por eso le dije que no muchas mujeres vienen a estos eventos.

Suena nuevamente la campanilla y cada contendiente regresa a su silla. Luciana podía ver como su padre se acercaba a Maximiliano y le hablaba sonriente, dándole palmadas en el hombro.

— Iré hasta ahí — informa la Condesa.

— No señora, espere que termine.

— Acaso, ¿Siempre acudió aquí a boxear por las noches?

— Si señora, él está aquí hace muchos años, incluso antes de que yo parta a trabajar en la mansión.

— Pero eso es terrible.

— Quizás por eso el Conde no quería que usted lo supiera. Cada vez que el señor está furioso por algo, viene aquí a desquitarse con algún pobre diablo — vuelve a reír el cochero.

Nuevamente suena la campana y los contrincantes se enfrentan. Luciana cubría sus ojos, y solo escuchaba los gritos de los asistentes y como Pedro a su lado gritaba emocionado, cosas como "Eso, dale" o "En la quijada" entre tantas otras cosas.

Ya había sonado la campana en varias oportunidades marcando los rounds, pero ella seguía con la vista clavada en el piso, no podía ver como golpeaban a Maximiliano, hasta que Pedro se levanta de su silla, al igual que el resto de asistentes gritando con más fuerza.

— Señora, mire.

— No puedo, estoy nerviosa. No puedo ver cómo le lastiman.

— Señora, su esposo le está dando una paliza a ese muchacho.

Luciana levanta la vista y ve como Maximiliano estaba empapado de sudor, y como el joven lanzaba golpes que él esquiva, respondiendo con un golpe en la mejilla, haciendo que el joven se vuelva a cubrir el rostro.

Ya estando más calmada, comienza a ver la pelea. Era la primera vez que Luciana veía aquella mirada en Maximiliano, una en la que se mantenía concentrado y serio, pero a su vez calmado y relajado, disfrutando de ese momento.

Ahora todo tenía sentido para ella, por eso visitaba a Ismael cada dos días, probablemente acudía a entrenar por las tardes, por eso tenía un cuerpo fuerte y ejercitado y por eso aparecía con golpes en el rostro en aquellas salidas nocturnas y que desde niña se preguntaba como aparecían.

— ¿Cree que gane? — dice Luciana a Pedro que estaba eufórico dando manotazos al aire, simulando también una pelea.

— Claro que si Señora. Es muy difícil ganarle al Conde, ya le conté que es un veterano en el ring de boxeo. A estas alturas de su carrera, pocas veces pierde y por eso el pago de las apuestas por él es tan baja.

Pedro tenía razón, ya que el contrincante se notaba cansado y abatido, lanzando golpes débiles, en cambio Maximiliano, se mantenía sereno e inmutable, como si los golpes que daba el muchacho, fueran solo toquecitos.

En el septimo asalto, Maximiliano aprovecha un tambaleó de su contrincante que baja la guardia, lanzándose tres golpes de lleno en el rostro, lo que le hace caer, pero el joven se afirmaba de las cuerdas con la mirada pérdida, levantándose nuevamente, pero el referí realiza un gesto con las manos, haciendo que suene la campana, y con eso, se escucha el grito de los espectadores y algunos abucheos.

— ¿Qué pasó? — pregunta Luciana.

— Ya termino, fue una buena pelea.

— Quiere decir que, ¿Ganó?

— Claro que ganó. Le dije que no tenía que temer, además que es una apuesta segura y a mí me hizo ganar un dinero extra — dice sonriente, mostrando su boleto de apuesta. — Es una lástima que no participe tanto como antes.

En las mesas de apuestas, se encontraban los asistentes recibiendo sus ganancias. Luciana decide dejar al cochero que estaba feliz contando el dinero que le había pagado la Condesa por llevarla hasta ahí, y que ahora había duplicado por apostar al Conde.

Camina por un corredor en dirección a donde se encontraban los camerinos. Al pasar por una puerta, escucha como el entrenador del muchacho que estaba en la pelea, le comentaba en todo lo que había fallado. Sigue caminado, hasta que en otra habitación, lograba escuchar desde afuera como Ismael habla sobre el combate, exponiendo sus errores y como su padre reía y hacía bromas al respecto.

Luciana abre la puerta de manera súbita, haciendo saltar de la impresión a los hombres que estaban adentro ahí dentro.

— ¿Así que era esto tu gran secreto? ¿Un Boxeador?. Acaso ¿Existe algo más de lo que daba enterarme?

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