Capítulo 42

Era la última noche que los Condes de Valcáliz pasarían en el hotel de Navacerrada, ya que mañana viajarían hasta una ciudad ganadera, para disfrutar un par de días en el campo, antes de regresar a su ciudad de origen.

Esa noche, bailaron en la pequeña fiesta del hotel, como una forma de despedirse de aquel lugar que había cobijado su naciente romance, y que siempre recordarán como su primer viaje juntos.

Ambos duermen tranquilamente, pero Luciana se despierta súbitamente, al sentir que su esposo respiraba agitado.

— Maximiliano, ¿Qué te pasa? — pregunta preocupada.

Él tenía los ojos clavados en el techo y jadeaba, apretándose el pecho con fuerza.

— No Maximiliano... ¡AYUDA! — Grita Luciana, saltando de la cama y corriendo a la puerta, para salir al pasillo y seguir pidiendo auxilio — ¡Por favor, un médico! ¡LLAMEN A UN MÉDICO!

Luciana regresa a la habitación y enciende las lámparas, para volver donde su esposo, que ya no respiraba y había dejado de moverse.

— No Maximiliano, no me asustes...

El rostro de su esposo comienza a envejecer rápidamente, hasta volverse en el de un anciano. Aquella imagen cadavérica asusta a Luciana que comienza a gritar.

Nuevamente vuelve a abrir los ojos, se encontraba en la habitación del hotel y mira rápidamente a Maximiliano que dormía a su lado. Toca de su pecho para sentir como este se expandía y contraía por su respiración, dando un suspiro de alivio. Había tenido un mal sueño, ya sus miedos a perderlo, le habían enviado su primera pesadilla con él. A pesar de saber que solo fue una pesadilla, no podía evitar llorar, trata de calmar su pena para no hacer ruido y no despertar a su esposo, haciendo que se preocupe de manera innecesaria, así que se acerca para abrazarlo y volver a dormir, a lo que él murmura algo entre sueños, se gira para abrazarla y seguir durmiendo.

Temprano por la mañana, abandonan la montaña, ya que deseaban llegar antes de la hora del almuerzo a su próximo destino.

Ya era medio día, cuando llegan a Villa de los Toros, así que buscan un hotel a donde hospedarse por dos días, encontrando uno bastante glamuroso, ubicado en el centro de la ciudad.

Mientras esperaban en la recepción para ser atendidos, Luciana miraba los pequeños toros de metal que decoraban sus estanterías.

— Podríamos contratar monturas y cabalgar por el campo de manzanos — comenta Maximiliano.

— Si, eso me gustaría.

Una mujer de mediana edad se acerca y saluda sonriente a sus nuevos huéspedes.

— Buenos días.

— Buenos días, queremos una habitación por dos días. — responde Maximiliano sacando su cartera para pagar la estadía por adelantado.

— Una para usted y ¿otra habitación para su hija? Tenemos cuartos comunicados, son bastante espaciosos y de alta categoría.

El comentario de la mujer, avergüenza a Maximiliano, que baja la mirada, pero enfurece a Luciana, que habla de manera rabiosa.

— Soy su esposa.

— Disculpe señora — Realiza una inclinación de cabeza la recepcionista, que tenía las mejillas rojas por la vergüenza.

— Pero me ha ofendido a mí y a mi esposo. Acaso, ¿me parezco a él para que crea que es mi padre?

— No señora, solo cometí un error. En nombre del hotel y por la ofensa causada, la cena de esta noche corre por cuenta de la casa.

— Claro que no. No nos quedaremos en este lugar.

Luciana se gira y apresura el paso para salir de aquel hotel, mientras que Maximiliano la sigue hasta la salida. Afuera del hotel, él toma de su mano y la gira para abrazarla y poder calmarla.

— No te enfades por lo que dijo la mujer.

— Claro que lo hago. Qué mujer tan estúpida para decir algo como eso.

— Mi amor, lo que dijo ella, lo deben de pensar muchos otros. No negaremos lo evidente, nuestra diferencia de edad es notoria, y hace suponer que somos padre e hija, no será la primera vez que esto ocurra.

— Pero, no eres mi padre.

— Pero no hace mucho tiempo, decías que me querías como tal y por eso no podías verme de manera romántica.

Luciana da un suspiro y levanta la vista para ver a su esposo, quien le regalaba esa calidad sonrisa que le reconfortaba.

— Tienes razón. Pero aun así, no regresaré a ese hotel.

— No lo haremos, buscaremos otro lugar.

Ambos volvieron al carruaje y se dirigieron a las zonas de los campos, donde existía un hospedaje rural, que era una gran casona de estilo medieval, que tenía sus propios cultivos y un criadero de animales. Su habitación era algo más pequeña y modesta a lo que ofrecía un hotel, pero eso no les incomodaba, porque lo más importante era estar juntos.

Después de cenar una comida campestre de carnes y verduras asadas, regresaron a su habitación a leer algún un libro antes de ir a dormir.

Nuevamente, Luciana miraba a su esposo que estaba absorto en su lectura, creyendo que él era perfecto, amaba su forma de ser y la ternura que impregnada todo lo que hacía, preguntándose ¿qué haría si él ya no estuviera?, si la vejez o la enfermedad lo alejaban de su lado. Aquello nuevamente le preocupa y se levanta de su silla para ir a donde se encontraba Maximiliano y sentarse en sus piernas, a lo que él deja su lectura, para abrazarla por la cintura, elevando la vista y recibiendo un cálido beso de su parte.

— ¿Qué pasa? Tienes los ojos tristes — comenta Maximiliano, mientras ella le abrazaba la cabeza, escuchando los latidos de su corazón a través de su pecho.

— Anoche tuve un mal sueño.

— Cuéntamelo

— Soñé que morías — Luciana lanza un suspiro y vuelve a besar a su esposo — Siempre tengo alegres sueños contigo, pero este fue el primero en el que se refleja mi temor.

— ¿Temes que muera?

— Temo perderte, independiente de cuál sea la forma.

— Pero no moriré y no iré a ningún lado. ¿Cómo hacerlo? Si me tienes en tus manos.

Maximiliano abraza con fuerza el cuerpo de su esposa, clavando el rostro en su pecho, sin dejar de sonreír por el gusto de saber que él era tan importante en su vida.

— Pero si falleces ¿Qué sería de mí? Preferiría morir también. — dice Luciana a punto de hacharse a llorar.

Maximiliano le mira con dulzura y sonríe, tratando de hacer una broma para que ella deje de pensar en eso.

— Si muero, entonces deberás buscar un esposo joven, para perpetuar la tradición de los Valcáliz.

— Eso no me parece gracioso Maximiliano — responde Luciana molesta, levantándose y caminando hacia la ventana.

— Perdóname, solo traté de hacer una broma para levantar tu ánimo.

Maximiliano escucha un pequeño chillido de su esposa que seguía en la misma posición mirando por la ventana, girándola para verla, puesto que estaba llorando.

— Fui insensible ante lo que te preocupaba. Perdóname por favor.

Luciana lo abraza para poder calmar su pena en su pecho.

— Nunca había reflexionado en algo como eso... pero después de ese sueño, sé cuán importante eres para mí.

— Luciana, yo no moriré... aún nos queda mucho por delante. Así que calma.

— Yo no volveré a casarme, lo prometo...

— Mírame... quiero que me mires y escuches — él le levanta el rostro — Sé que eso te asusta porque soy mayor que tú, pero no me siento viejo, ni ahora, ni cuando cumpla ochenta años. Pero si el curso natural de la vida es la muerte, tenemos la esperanza de encontrarnos en el otro mundo, y si parto primero, estaré ahí esperándote.

Luciana se limpia las lágrimas.

— Discúlpame tú a mí, solo es un temor que todos los enamorados devén tener. Además que, nuestra vida será larga y el futuro es incierto. Quizás yo muera primero que tú.

— Claro que no, tú deberás enterrarme primero. No tendría las fuerzas para seguir si me dejas.

Ella comienza a reír, al ver esa preocupación que nacía en él.

— Lo mejor, es dejar de pensar en eso, o nos pondremos tristes por suposiciones absurdas. — Luciana comienza a empujar a Maximiliano hasta la cama para sentarlo en el borde, mientras ella se desprendía de su camisón de dormir. — En vez de eso, prefiero que juguemos un poco, para que así tengamos bellos sueños.

Ella vuelve a empujarlo para que se recueste en la cama, posicionándose encima, sintiendo como él pasaba sus manos por su cuerpo desnudo.

— Eres una preciosa tentación. Si haces esto, ¿Cómo puedo resistirme?

— Nunca he pedido que lo hagas, al contrario. ¿Sabes cuánto me ha costado a que lleguemos a esto? Te resististe tanto, que tuve que pedírtelo como un regalo de cumpleaños.

— ¿Tanto me deseas? ¿Desde cuándo comenzaste a pensar así en mí?

— No estoy segura. Creo que desde la apertura de Malva.

— Eso es mucho tiempo. Eres perversa... no tienes idea de lo difícil que fue para mí combatir el impulso de hacerte mi mujer.

— Pero ahora lo soy, así que ya no necesitas seguir sufriendo por contenerte.

— Debo castigarte por hacerme sufrir por tanto tiempo.

— Si, por favor... castígame hasta que aprenda la lección...

Los esposos comienzan a reír de manera juguetona, para luego abrazarse y regocijarse en los brazos de quien amaban.

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top