Capítulo 3

La familia de Eleonora había llegado después de tres meses del fallecimiento de Agustín, enterándose de la triste noticia cuando ya el resto de la familia había abandonado el luto y ya habían superado su partida, por lo cual, pudieron ayudar a superar esta noticia a Sebastián y su familia.

Lo bueno de la llegada de los tíos y primo de Luciana a España, es que ellos habían decidido quedarse una temporada en el Palacio Fortunato, así que Eleonora, no tendría que regresar ese año que le correspondía a Colombia, puesto que viajaba cada dos años para visitar a sus padres, debido a lo extensos que eran los viajes en barco hasta América. A pesar de que Luciana creía que esto las haría felices a las dos, notaba angustia en los ojos de Eleonora, una que ocultaba detrás de una falsa felicidad, tal vez porque extrañaba su tierra o a alguien de quien no quería hablar.

El verano de ese año era fresco y gratificante, regalando hermosos días que inspiraban en efectuar actividades al aire libre. Esta era una buena oportunidad para Luciana de encontrarse con Alberto en algún parque público, acompañada de su prima y hermano, como si fuera una reunión de amigos. La única persona que conocía su relación secreta, era Eleonora, pero su hermano Danilo sospechaba de ellos, aunque no decía nada y lo agradecía, puesto que al no tenerla rondando cerca, le permitía cortejar de manera discreta a su prima.

— Mis padres dicen que sería una buena idea que asistamos a algunas fiestas de sociedad con Ely — comenta Luciana en voz baja, mirando de reojo a Alberto, puesto que esta era una forma de presionarlo para que su relación deje de ser un secreto y deba cortejarla formalmente.

Él da un suspiro y mira las aguas calmadas del lago en donde estaban dando un paseo en un pequeño bote a remos.

— Por favor, no asistas a fiestas sociales aún — suplica Alberto, preocupado — si inicias tu vida en círculos sociales, tendrás pretendientes y podrás encontrar un mejor partido que yo.

— Nadie podría ser mejor para mí que tú — sonríe al notar aquella preocupación en los ojos de su enamorado.

A Luciana le cautivaban los hombres con apariencia y personalidad inocente, pero definitivamente Alberto lo era y por eso lo consideraba el hombre de sus sueños.

— Ya sabes que mis padres aún no logran salir completamente de la crisis financiera en la que nos encontramos, aún no soy digno de ti.

— A mi familia no le importa aquello, ya sabes que los Fortunato nos guiamos por nuestros sentimientos, ya que el dinero no es un problema para nosotros.

— Pero mi orgullo no me lo permitiría. Quiero que por siempre seas mía y deseo darte una vida prospera.

El corazón de Luciana latía con fuerza, puesto que Alberto le estaba diciendo su intención de siempre estar juntos.

— Si esa es tu decisión, entonces esperaré.

— Dame solo un par de años, ya mi familia se está recuperando de su pérdida y pronto saldrán de las deudas con sus acreedores.

— Sí, esperaré por ti todo lo que necesites...

— Eso quiere decir que ¿Aún no iniciarás tu vida social? — sonreía Alberto tomando las manos de ella y acariciándoselas delicadamente.

— Por aquella promesa... pospondré mi debut.

Los Burgos eran propietarios de aserraderos que se ubicaban cerca de la frontera con Portugal. Debido a malos consejos, decidieron invertir en la producción de ladrillos, creando una gran fábrica para ampliar sus ganancias, pero la mala calidad de sus productos, hizo que sus ventas fueran nulas y perdieran la inversión. Ante la imposibilidad de pagar sus préstamos, la quiebra financiera era inminente, pero gracias al apoyo de sus amigos, los terratenientes de Astorga, pudieron salvar sus propiedades y mantener el funcionamiento de los aserraderos, ya de eso han pasado casi 8 años, y aunque se han recuperado de los problemas económicos, aun la familia de Alberto no volvía a tener las riquezas que en alguna oportunidad ostentaron.

— Aún no logro entender por qué jovencitas tan hermosas no quieren ir a fiestas glamurosas — reía la abuela Amelia, mientras tomaba una taza de té con naranja sentada en el salón donde se reunían las damas.

— Porque no estoy interesada en atraer pretendientes, casarme y tener muchos niños, dedicándome solo a mantener el bienestar de mi nueva familia, cuando aún quiero vivir sin preocupaciones — responde de manera picaresca Eleonora.

— Supongo que tú piensas lo mismo Luciana o ¿me equivoco? — pregunta Emelina a su hija.

— Las fiestas son hasta muy tarde, ya saben que me gusta dormir temprano.

— Yo quiero ir a una fiesta, a mí no me da sueño.

— Tu no Carlota, aún tienes 13 años, sigues siendo una niña — Responde Emelina.

— Claro que no, ya soy mayor.

— Tan mayor que aún pregunta si puedes venir a dormir con nosotras cuando la lluvia golpea muy fuerte — se burla su hermana.

— Yo creo que estas jovencitas no quieren ir a una fiesta, porque ya deben de ser pretendidas por algún apuesto varón — responde Loreta, la madre de Eleonora, riendo de manera discreta.

— Yo también lo creo, pero nos gustaría saber quiénes son aquellos distinguidos caballeros — Emelina vuelve a mirar de manera cómplice a las jovencitas.

— Si es así, entonces se debe de respetar el que las niñas no deseen ir a fiestas sociales, para que así no estén en aprietos con sus enamorados — sonríe de manera dulce abuela Amelia mirando a las jóvenes.

— Pero de igual manera nos podrían decir quiénes son. No entiendo para que tantos secretos, si de todas formas respetaremos la elección que hagan — dice la bisabuela Celenia.

— Pero mamá Celenia, ya todos sabemos que el pretendiente de Eleonora es Da...

Con un manotazo en la cara, Luciana calla a su hermana Carlota. La joven quería reclamar ante el acto de agresión, pero su madre Emelina la mira de manera enojada por estar a punto de comentar algo en lo que debía de guardar silencio, a lo que Carlota baja la mirada y presiona los puños en su falda.

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