Capítulo 24
Ahora que Luciana vivía en la mansión Valcáliz, se sentía sola y aburrida, el lugar era muy grande y silencioso, que hasta en ocasiones tenía miedo y solo esperaba la llegada de su esposo para tener con quién charlar.
Por lo general, Luciana visitaba a sus abuelos y padres, pero debía de abstenerse de verles tan seguido, ya que le preguntaban si todo estaba bien en casa, puesto que solamente tenía una semana de matrimonio y ya les visitaba con frecuencia, algo raro para una joven que debería estar disfrutando de su luna de miel.
Una tarde, mientras leía un libro, un criado le anuncia que tenía una visita de un familiar. Aquello alegraba la monotonía de sus días, y que pide que le hagan pasar, además de solicitar algunos aperitivos y té.
La sonrisa de la joven escapa de su rostro, cuando en vez de ingresar sus padres o hermanos, aparece Alberto por la puerta.
— ¿Qué haces aquí? No tienes permitido verme.
— No podía verte en el Palacio de tus padres, pero ahora vives aquí, y no se me ha negado la entrada.
Alberto se notaba afligido, con una expresión melancólica, debido a que sus ojos no ocultaban su tristeza, así que Luciana da un suspiro antes de hablar.
— ¿Qué quieres? Ya no somos amigos, así que no comprendo el propósito de tu visita.
— Te has casado ¿Por qué? Solo te pedía tiempo, lo has arruinado.
— Arruinar ¿Qué?
— La posibilidad de estar juntos, ahora todo se ha complicado, será más difícil poder hacer una vida juntos.
— ¿Aún crees que tengo intenciones románticas contigo?
— Sí. Sé que en el fondo me amas, pero quieres verme sufrir para vengarte de mí — la voz de Alberto se apaga tratando de contener su pesar — Dime... ¿Ya fuiste de él?
— No te atrevas a pedirme explicaciones.
— Por favor, responde.
— Deberías preocuparte de tu matrimonio y no del mío.
Él se acerca sin poder contenerse y toma de sus manos, lo que asusta a Luciana, retrocediendo apresuradamente, tropezando con el sofá que estaba detrás y cayendo sentada sobre él, oportunidad que aprovechó Alberto para sentarse a su lado, quedando muy cerca.
— Apiádate de mí, necesito que al menos me des una señal de que me esperas, de que me amas y de que lloras por mí, lo necesito para poder vivir, me duele tu rechazo y dudo el de seguir.
Luciana trata de levantarse para alejarse, pero Alberto le detiene y presiona con más fuerza sus manos.
— Ya basta, deja de hablarme como si tuviéramos algo.
— Sé que no amas a ese hombre, no permitas que te toque... no consumes el matrimonio. Nunca perdonaré que por tu rabia hacia mí, cometas el error de entregarle a otro el cariño que me pertenece, porque tu corazón es completamente mío.
— Por favor, quiero que te retires.
— Dame tiempo, estoy solucionado el problema de los aserraderos, me falta poco e iniciaré el divorcio de mi matrimonio. Podemos encontrarnos en privado a las afuera de la ciudad, tengo una casa en campo Roca, nadie tendría por qué enterarse...
— ¿Me estás pidiendo que seas tú amante?
— Quiero que seas mi mujer, mi pasión por ti crece y los celos me están matando, no puedo tolerar saber que compartes cama con otro.
Luciana se suelta y se levanta de la silla rápidamente, mirando a Alberto con reproche.
— No me ofendas con tus propuestas indecorosas y vulgares. Ahora tengo un esposo, y solo soy de él.
— Un esposo con el cual no has tenido una luna de miel, con un matrimonio tan aburrido que te obliga a visitar a tus familiares, puesto que él siempre está en el banco sin detener sus funciones.
— ¿Estás espiándome?
— No lo necesito, todos se dan cuenta de eso y ya se murmura de tu matrimonio por conveniencia — Alberto se levanta del sofá y da un suspiro calmado — Te has casado por despecho, todos se dan cuenta de eso y me tranquiliza. Pero Luci, ya me has castigado suficiente y también he sentido tu abandono, dije que sería fuerte por los dos, pero ya no lo soporto. Ven el domingo por la tarde a la casa de capo Roca, te estaré esperando... si me sigues amando, entonces alivia mi sufrimiento.
Al terminar de decir eso, se abre la puerta del salón e ingresa el Conde de Valcáliz, quien abre mucho los ojos por la sorpresa que es ver a Alberto en el lugar.
— Señor Burgos. Qué sorpresa es su visita.
Luciana camina rápidamente donde se encontraba su esposo, ya que estaba preocupada de que él pueda crear suposiciones erradas al estar a solas en aquel salón con su ex pareja.
— Ha venido a saludar, pero ya se marcha.
— Mi querida esposa, no se sientan incómodos por mi presencia, puesto que solo vine a pasar a saludar — dice de manera cariñosa Maximiliano y despidiéndose de manera cortés de Alberto.
Cuando sale el Conde, inmediatamente ingresa una sirvienta con los aperitivos que había solicitado Luciana.
— Por favor, hágame el favor de acompañar al señor Burgos hacia la puerta, ya se retira. — solicita Luciana a la sirvienta.
— Deseo compartir un momento más con usted Condesa — insiste Alberto.
— Que tenga una buena tarde y llegue con bien a su hogar, Señor Burgos.
Luciana sale rápidamente fuera del salón para ir a buscar a su esposo, ya que era justo explicarle por qué se encontraba Alberto en el lugar. Llega al despacho del Conde, toca y abre cuando le invitan a ingresar.
— Señorita Luciana, pensé que estaría con su invitado — dice Maximiliano al verla en el lugar.
— Él ya se ha marchado — se acerca en donde estaba el Conde y toma asiento en una butaca que estaba cerca — Quiero que sepa, que no era mi intención encontrarme a solas con el Señor Burgos y menos en su hogar. Es solo que, los criados lo anunciaron como un familiar... supuse que era alguno de mis hermanos...
Maximiliano le detiene para calmarla, ya que se podía percibir su angustia.
— No es necesario que me dé explicaciones, yo le creo.
— Pero es necesario que se las dé. No quiero que se creen malos entendidos.
— Señorita Luciana, puede ver en privado a quien desee, no debe darme una justificación. Si quiere hablar con el señor Burgos en privado y eso le alivia, está bien para mí, puesto que no me haré el desentendido ante esa situación, y sé que deben de tener asuntos de los cuales hablar.
— Eso ya ha quedado en el pasado, no tengo nada que ver con él.
— Pero debido al señor Burgos, usted ahora es mi esposa, así que no tengo el derecho de intervenir en aquel asunto. No se preocupe por mí, yo le comprendo.
Al hablar con el Conde, Luciana podía notar el disgusto que sentía por la presencia de Alberto en el lugar, y sabía que no le creía sobre el término de su relación con él, a pesar de que ocultaba su sentir detrás de aquella sonrisa amable.
— Usted no me cree, no cree que ya no tenga una relación con él.
— Le creo, pero a su vez, él no le es indiferente, ya que es el motivo por el que se ha negado al amor, puesto que no le olvida, y es por eso que le preocupa lo que yo pueda pensar y necesita justificarse — Se levanta de la silla y se aproxima para tocar el hombro de ella y darle unas suaves palmaditas de forma amistosa — No se avergüence por lo que le he dicho, ya que deseo ser su amigo y que pueda abrirse conmigo. Ahora que su prima se ha marchado, puede confiar en mí.
— Pero si hablamos de sinceridad, entonces ¿me negará que le ha molestado la presencia del señor Burgos?
— Como ya se lo he explicado, le comprendo y tiene mi apoyo.
Luego de eso, Maximiliano guardó silencio y se sentó a leer el periódico, lo que Luciana entiende que era para dejar de hablar del asunto.
Era evidente que el Conde de Valcáliz estaba enojado y celosos, ya que durante la cena de esa noche, no era el mismo de siempre y había dejado de sonreír, volviéndose distante. Luciana, en ese momento, deseaba volver a tener al Maximiliano amable y cariñoso, pero debía respetar aquel silencioso enfado de él.
Al día siguiente, el Conde seguía con aquella actitud molesta y cortante, lo que preocupaba a su esposa, pensando que había arruinado su buena relación debido al fantasma de su romance con Alberto Burgos.
— Saldré esta noche, no es necesario que me espere despierta. Regresaré tarde. — Avisa Maximiliano durante la cena.
— Sí, le comprendo — sonríe de manera triste Luciana, bajando la cabeza.
Diciendo lo último, él se levanta de la mesa y sale del comedor. Solo había comido una ensalada fresca y unos cortes de queso, seguramente cenaría en otro lugar.
Al verlo marchar en un carruaje, desde las ventanas del segundo piso, Luciana sabía que su esposo fue a visitar un burdel y por eso llegaría tarde. No le molestaba que lo hiciera, puesto que, como varón, debía de tener sus necesidades, que ella no podía y no quería complacer, solamente esperaba que, a la mañana siguiente, él vuelva a ser el hombre amable que conocía, puesto que extrañaba su simpatía.
Luciana se había dormido, pero despierta cuando siente que Maximiliano se acuesta en la cama y se gira para darle la espalda. Olía bien, había tomado una ducha antes de ir a dormir, seguramente para quitar la esencia que había dejado el cuerpo de otra mujer sobre el suyo. Pensar en eso, incomodaba a Luciana, ya que le era desagradable la imagen de compartir la cama con un hombre que recientemente había tenido sexualidad, pero debería de acostumbrarse a eso, puesto que esa sería la vida que compartiría con su esposo desde ahora.
Por la mañana, Luciana se sorprende al ver el rostro de Maximiliano, debido a que tenía una mejilla hinchada y un corte en la ceja derecha. Él le explicaba que aquello fue un descuido, puesto que se había emborrachado al visitar a sus amigos y cayó por las escaleras.
Ese día, el Conde no debía de acudir al Banco, así que paso ese tiempo con su esposa, volviendo a ser gracioso y gentil, como siempre lo había sido, lo que da un respiro de alivio a Luciana, seguramente la visita al burdel le había relajado y ahora estaba agradecida de que acudiera.
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