Capítulo 16
Luciana le solicita a su madre que asistan nuevamente a alguna fiesta, ya que deseaba tener un mayor número de pretendientes de donde escoger un buen esposo, puesto que se había decidido a contraer nupcias para escapar del recuerdo de Alberto que le producía tanto resentimiento por jugar con sus ilusiones.
Ante la urgencia de su hija, deciden que una buena opción es la fiesta trimestral del Club de Inversionistas que, se llevaría a cabo al finalizar el mes, lo único malo de esto, es que llegarían muchas personas, debido a que no era una fiesta de exclusividad y obviamente estarían presente los Burgos.
Eleonora le aconsejaba que no tome decisiones apresuradas solo por sentimientos errados, ya que eso le traerá más penas y solo le pronosticaba una vida de amarguras, en donde escaparía de un amor traicionero, para pasar quizás a una vida que podía ser mucho peor, debido a que Luciana no tenía interés en formar una familia, ni siquiera en volver a buscar el amor.
El día de la fiesta del Club de Inversionistas había llegado, y a pesar de los consejos de su prima, Luciana estaba decidida a encontrar un futuro esposo, así que esa noche sería amable con todos y un completo encanto con los varones que lleguen a solicitar un turno de baile.
Realmente estos eran eventos muy grandes en donde se encontraban presentes los burgueses de la ciudad, también estaban sus abuelos y además de su hermano Sebastián en compañía de su esposa, que habían viajado desde San Fermín en donde residían.
La fiesta concurría con tranquilidad, y Luciana ya había bailado con varios varones, además del Conde de Valcáliz que también estaba presente. Ella sabía que los Burgos estaban en algún lugar de la fiesta, pero eso no le importaba, ya que, en esta oportunidad, era ella el centro de las miradas, debido a que Eleonora no asistió, para no tener pretendientes al día siguiente.
La tranquilidad se desvanece, cuando aparece Alberto en compañía de Ana María para saludarla.
— Querida amiga, me da tanto gusto que estés aquí — dice de manera alegre Ana María.
— Para mí también señora Burgos, espero que estén disfrutando de la fiesta — Saluda alegremente Luciana.
— Por supuesto, y podemos ver que tiene a varios interesados en bailar con usted — daba una pequeña risita la joven.
— Sí, es verdad. Es mi intención contraer nupcias con algún buen hombre antes de terminar este verano.
— Esa sería una decisión muy apresurada, ¿no le parece? — comenta Alberto molesto.
— No lo creo así, ya que distinguidos caballeros me han mostrado amabilidad y un cariño que logra cautivar a una dama, además de ser buenos partidos. No deseo perder esta maravillosa oportunidad de ser amada y formar una familia. — responde Luciana con una sonrisa que se veía sincera y despreocupada, como si aquello le ilusionara.
Aquello sorprende a Alberto y lo enfurece, a un punto tal, que se olvida del lugar en el que estaban y comienza a hablar en voz alta, malhumorado.
— Considero que solo lo hace por un simple capricho y no lo está pensando bien...
— Es solamente un deseo, todos queremos encontrar a alguien especial en esta vida — responde sorprendida y asustada Luciana, debido a la reacción de Alberto.
— Pero no con un matrimonio apresurado, con quizás qué patán.
Un caballero se había aproximado para solicitar un baile a Luciana, pero Alberto intervenía.
— La dama bailará conmigo ahora.
— Pero deseo que la señorita me conceda algún turno de baile. — insiste el hombre y vuelve a mirar a Luciana, pero es interrumpido nuevamente.
— Bailará conmigo, no sea imprudente señor, ¿qué no se ha dado cuenta, que está incomodado a la dama? — Alberto hablaba rabioso, que hasta tenía las orejas coloradas.
El hombre que estaba en el lugar miraba sorprendido por la actitud de quien le estaba hablando, así que se retira sin comprender muy bien por qué le estaban prohibiendo un baile.
— Alberto... — Llama Ana María asustada y toma de la manga de su esposo por aquel descontrol que estaba mostrando, ya que varias personas se habían girado para ver que estaba pasando.
Alberto hace caso omiso y continúa reprochado a Luciana.
— Acaso, ¿te casaría con ese hombre que te ha pedido un baile? ¿Realmente lo estás pensando bien?
— Por favor, señor Burgos, baje la voz, es mejor que se calme — pide Luciana agachado la cabeza y retrocediendo para marcharse.
— No escape, como habitualmente lo hace cuando le hablamos ¿Tanto rechazo tiene por nosotros? — Alberto toma de la muñeca de Luciana para impedir que se aleje.
— No siento rechazo por ustedes, son mis amigos y los aprecio...
— Entonces, si nos aprecia, me concederá este baile — contesta Alberto apretando los dientes.
— Es mejor no molestar a la señorita Fortunato, vamos otro lado Alberto — suplica Ana María jalando de la camisa de él.
— Ya basta Ana María, deja de intervenir en mis asuntos de una vez. — grita Alberto a su esposa.
Los padres de Alberto, que estaban cerca, se dirigen donde su hijo para reprenderle ante la escena de celos que estaba haciendo y de la que ya se estaba murmurando.
— Que te pasa chiquillo estúpido — dice entre dientes el señor Burgos y se dirige a la joven rubia que se notaba asustada — discúlpenos Señorita Fortunato, todos estamos muy cansados y ya no retiramos.
Alberto seguía sin soltar la muñeca de Luciana.
— Padre, solo estamos charlando como buenos amigos, pero aquí existe mucho bullicio como para hablar calmadamente, por eso vamos a salir a los patios — Alberto le da un tirón a la manga de Luciana para que le acompañe, pero ella casi cae por la fuerza que empleó.
— Ya basta Alberto, por favor... deja de hacer esto — Ana María comienza a llorar asustada, mientras presionaba el brazo de su esposo para sacarlo de ahí.
— Suéltala, si sabes lo que te conviene — amenaza en voz baja el señor Burgos, con una mirada asesina.
Inmediatamente, Alberto suelta a Luciana, pero sin dejarla de verla con reproche y una rabia que no se podía ocultar.
Sergio Fortunato, en compañía de su hijo Sebastián, llegan para saber qué estaba ocurriendo, enfureciendo al ver que Luciana estaba con los ojos rojos a punto de llorar.
— ¿Qué pasa aquí Burgos? — Pregunta el señor Fortunato de manera molesta.
— Solo pasamos a saludar, pero ya nos retiramos — dice rápidamente el padre de Alberto, realizando una inclinación de cabeza.
— Luci, dime ¿qué te hicieron? — pregunta Sebastián al acercarse a su hermana para tomarla por los hombros.
Ella nada más negaba con la cabeza, sin despegar la mirada del suelo. La actitud de Luciana enfurece a Sergio, quien habla en voz baja a los Burgos.
— Mañana le esperó a usted y a su hijo en mi palacio, esto no lo dejaré pasar por alto.
Aquellas palabras de Sergio asustan al señor Burgos, puesto que los Fortunato fueron los fundadores del Club de Inversionistas, y aquella ofensa de su hijo podrías costarle muy caro. Nuevamente, los Burgos hacen una reverencia y se marchan de la celebración.
Rápidamente, llega el Conde de Valcáliz, al enterarse de lo ocurrido.
— Señorita Luciana, ¿está bien?
— Deseo retirarme — responde al ver que muchas personas le miraban y cuchicheaban entre ellas.
— Nos vamos a casa — responde Sergio de manera tierna, acompañando a su hija junto con su esposa, que también se había acercado, para salir de aquel lugar.
Mientras los Fortunato viajaban en el carruaje de regreso al palacio, Luciana meditaba sobre lo ocurrido. Alberto se había vuelto imprudente e impulsivo, hizo una escena de celos delante de todos, ya no cabía duda que él estaba interesado en ella y lo demostró ante los burgueses de la ciudad, aquello traería consecuencias, definitivamente debía de alejarse de los Burgos, puesto que Alberto ahora pasó de ser un secreto enamorado, a alguien nefasto que arruinaría su reputación en sociedad.
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