Capítulo 31
Las huellas habían desaparecido, y Stefano volvía a sentir la angustia y la desesperación arrancarle la calma. La idea de Jackie en manos de sus secuestradores le hacía sentir tal miedo que casi temblaba. Habían dado vueltas por la zona durante más de dos horas intentando en vano encontrar alguna pista que los llevara de vuelta al camino correcto. Sólo sabían que a juzgar por el hundimiento de un par de huellas, el portador llevaba a otra persona a cuestas. Indicio de que era a Jackie a quien llevaban. No solo él y su personal estaban buscando en la zona, la policía les había seguido y también habían puesto gente a buscar allí, dos helicópteros, uno de él y otro de la policía sobrevolaban intentando en vano avistar algo que les indicara donde tenían a Jackie, a su Jackie. Le habían informado que debido a la tormenta que se avecinaba los aparatos tomarían tierra, había maldecido sonoramente al verse cada vez más impotente en su búsqueda. Habían pasado dos horas, ¡dos! Era un tiempo demasiado largo en lo cual podían haber sucedido demasiadas cosas.
- Nada. – Le dijo uno de sus hombres, sin añadir nada más al ver el rostro sombrío y furico de su jefe al darle el nuevo reporte de la búsqueda.
- Hemos buscado en absolutamente todos los lugares posibles en el área. No es posible que hayan abandonado esta zona, tendrían que haber escalado el acantilado. – Agregó su jefe de seguridad. – Cosa imposible a menos que hayan contado con un helicóptero, pero ninguno de los pescadores que habitan aquí cerca escuchó ninguno.
- ¿Hemos estado en absolutamente todos los sitios habidos y por haber de este lugar? – Preguntó Stefano mirando hacia el mar y formando puños con sus manos.
- Bordeando el acantilado solo hay mar hasta llegar a un área de rocas, pero no hay casas ni nada allí, es un sitio demasiado inhóspito.
- ¿Cómo se llega allí? – Fue la rápida pregunta de Stefano.
- Por mar, es peligroso y lo es más ahora que el mar empieza a embravecerse. Solo un loco hubiera escogido semejante sitio y no hemos visto avistamiento alguno que indique que se ha usado algún bote.
- Todo indica que un loco es quien tiene a mi esposa. Iremos a esa zona.
- Es casi un suicidio, señor. – La voz de su jefe de seguridad reflejó que lo decía muy en serio.
- ¿No has dicho que solo por mar se puede llegar allí?
- Los helicópteros no pueden aterrizar, además no han visto nada allí.
- Está muy oscuro, hay demasiado viento, esos aparatos no nos sirven de mucho en estas condiciones. – Confirmó uno de los policías.
- Iré a esa zona de rocas. – La contundencia de sus palabras logró que nadie tratara de disuadirlo. El mar pareció elegir ese momento para enfurecerse, la lluvia incrementó y las olas golpeaban la playa y el acantilado con fuerza. – Entenderé si nadie quiere acompañarme, necesito un bote.
- Iré con usted. – dijo quien le había dicho que aquello era un suicidio. Dos hombres más, uno de los suyos y un policía se les unieron. A pesar de que todos pensaban que era una locura, ver la decisión en los ojos de Stefano había acallado a los espectadores.
- Te encontraré amor, lo haré. – Susurró para si Stefano, mientras la lluvia le golpeaba en el rostro. El bote parecía de papel llevado de acá para allá en el gigantesco océano. No podían pegarse demasiado al acantilado o corrían el riesgo de ser azotados contra la dura piedra.
Estuvieron a punto de ser volteados al intentar adentrarse en el mar. Las olas llenaban la embarcación mientras ellos se comunicaban a gritos intentando no naufragar. Una vez logrado el objetivo de entrar en ese torbellino, se dirigieron a la zona de rocas. Todo era negrura, las potentes lámparas que llevaban no parecían servir de mucho, los rayos y relámpagos fueron los que les dieron la luz suficiente para poder guiarse a las rocas.
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Jackie aparentaba beber de su copa, llevaba más de una hora allí sentada viéndolo comer como un cerdo y beber sin parar, convenientemente la tenía atada por el cuello con una soga que él controlaba con su mano. Había ráfagas de lluvia que no les daban de lleno por el resguardo de las palmeras y arbustos salvajes, todo parecía indicar que la tormenta llegaría con todo su poder en poco tiempo, había relámpagos y rayos, estar tan cerca de las palmeras le hacía pensar a Jaquie que bien podían morir todos si un rayo les daba. Escuchó pasos y Oscar levantó la cabeza abruptamente de su plato de comida.
- Hay demasiada gente buscándola. – Dijo William acercándose.
- Jamás buscarán aquí.
- ¿Acaso no oíste los helicópteros? Hay como un centenar de personas siguiéndonos el rastro, lo he oído en la radio. – Insistió el hombre visiblemente nervioso. - Vámonos de aquí, vamos por Allyson y nos largamos de este lugar.
- ¿Y como se supone que nos iremos? ¿Escalando el acantilado? – Preguntó Oscar con la voz algo pastosa por el alcohol.
Ella sintió un ligero alivio, al saber que Stefano no estaba demasiado lejos. Pero la zona era de difícil acceso a juzgar por lo dicho por Oscar ¿escalar un acantilado para huir? La lluvia era ya un hecho, cosa que no parecía haberle importado a su secuestrador quien había seguido comiendo y bebiendo como si estuviera en un día soleado.
- Regresemos por donde hemos venido. – Sugirió William.
- No estoy tan loco, gracias. No quiero morir ahora que he logrado por fin mi objetivo. Por eso te digo que nadie vendrá, la única ruta aparente es por ahí, nadie lo intentará. –Bordear el acantilado era de locos sin tormentas de por medio.
- ¡Yo me iré! – Anunció William.
- ¡Haz lo que quieras!
- ¡Prometiste ayudarme con Allyson! – Explotó el otro.
- Sí, pero no quedamos que lo haríamos hoy mismo.
- Iré por ella. – Insistió el otro. – ¡Me largo!
- No se te ocurra traicionarme, yo mismo te mataré si lo haces. – Advirtió Oscar. El otro hombre se alejó furioso. – No será necesario matarlo – Rió estrepitosamente Oscar. – Se matara solito intentando salir de aquí. Precioso lugar ¿verdad? Casi nadie sabe que después de las rocas hay playa y un tramo algo grande más que suficiente para una pequeña cabaña, y casi nadie lo sabe por que es arriesgado venir a este lugar, la marea, la bravura del mar, todo eso lo hace casi inaccesible incluso para los pocos pescadores del área.
- ¿Cómo supiste de este lugar? – Preguntó ella.
- Un hombre como yo siempre buscará y encontrará esta clase de sitios. – Fue la respuesta. – Ahora, tú y yo tendremos nuestra noche. – Le anunció levantándose y jalando la cuerda hasta que ella cayó de rodillas frente a él. – Oh, sí... esto será perfecto.
- ¿Y después de esta noche... que más pretendes? – Preguntó Jackie desde el suelo e imprimiendo a su voz una sumisión que distaba mucho de tener, moriría antes de permitir que él la violara.
- Pues, lo lógico, tú y yo para siempre. – Le contestó y elevando la mano con la que tenía la cuerda y levantándola del suelo. – Aún en estas condiciones conservas el porte de una reina. Pero conmigo, harás lo que yo diga. Vámonos. – Tensó la cuerda para arrastrarla, pero lo pensó mejor y la tomó del brazo con fuerza haciéndola caminar de nuevo hacia la casucha.
La lluvia arreció y en segundos quedó empapada de los pies a la cabeza, lo mismo que él que parecía ajeno a todo. Los truenos empezaron a caer con más frecuencia y con horror vio como uno daba justo contra la palmera en la que habían estado, Oscar al verlo rió como poseído, como si la tormenta le diera una fuerza haciéndolo parecer drogado. Jackie se descubrió con lágrimas en los ojos, sintiendo que no podría hacer mucho contra él. Era fuerte, grande y ella cada vez se sentía más débil gracias al golpe de la cabeza y la situación en conjunto. Todo quedaba resumido al hecho de que sería ultrajada por el único hombre que había odiado en su vida. O más bien el primero de los dos que odiaba, deseó que William no lograra llegar a Allison, era imposible que lo consiguiera y trató de tranquilizarse con la idea, pero su corazón no parecía quitar el dedo del renglón advirtiéndole que Ally estaba en peligro y eso también significaba que su pequeña sobrina lo estaría, pues Allison casi no se despegaba de la niña y conociendo como la conocía, su amiga estaría ya en Atenas haciéndose cargo también de Maddie. Están a salvo, se repitió pero aún así el terror se apoderó de su cuerpo y se le doblaron las rodillas.
- ¡Espera! – Le gritó a Oscar con fuerza para hacerse oír a través de los ruidos del viento y del agua. Se dejó caer de rodillas en la arena.
- ¡Maldita seas! ¡Levántate! – Rugió él.
- No puedo. - ¿Cómo salir? ¿Cómo irme de aquí? Pensaba con frenesí... si lograba correr ¿adonde iría? Nadar no parecía ser una opción y en cuanto a escalar... ¡No eres una mujer cobarde! Le dijo una voz interior. Había pasado por situaciones peligrosas en aras de su trabajo, esta vez se trataba del bienestar, de la vida de personas a las que amaba ¡De su hija! Y ella era buena nadando y escalando y Oscar... ¿Qué era lo que no sabía? Su mente le dio el dato con algo de retraso: ¡Él no sabía nadar! Se levantó justo para recibir una bofetada en el rostro. La furia vino en su ayuda y le propinó una patada en los genitales haciéndolo doblarse del dolor y caer en la arena justo como ella había estado hacía segundos. Tomó la cuerda de sus manos se quitó los tacones y corrió oyendo los improperios que le eran lanzados y que llegaban hasta ella a pesar del ruido de la tormenta.
- ¡Maldita, zorra... te mataré!
Pero ella corría como podía, desgarró el vestido con sus manos en un intento por correr más rápido y volteó el rostro para ver si Oscar seguía tirado. No lo vio y eso significaba que ibas tras ella y probablemente estaba cerca corriendo entre las palmera y usándolas de tal manera que ella no pudiera divisarlo.
Vio hacia el mar, las olas chocaban con fuerza sobre las rocas que había a unos metros de ella. Correr entre las rocas le desgarraría seguramente los pies, pero no pensó en ello cuando se lanzó en esa dirección, sabía que ir por esa zona significaría no tener que nadar tanto para rodear el acantilado y llegar a la playa que había detrás. Vio unas luces que provenían del mar y que luego parecieron apagarse. Creyó alucinar. Una piedra afilada le cortó el talón y el dolor la hizo disminuir el ritmo, vio como manaba sangre de la herida. Miró hacia atrás de nuevo justo a tiempo para ver a Oscar salir de las sombras. Corrió cojeando, lista para tirarse al mar. No quería morir, pero quedarse allí esperando no era una opción.
La cojera la hizo caer llevándose rasguños y heridas por todo el cuerpo. Desde el suelo vio las luces de nuevo. Se levantó con dificultad pero con toda la rapidez de la que pudo disponer, él estaba demasiado cerca, era como si pudiera oír sus pisadas, una enorme ola la bañó por completo y ella que ya había llegado por fin empezó a avanzar en el agua a fin de llegar a más profundidad para poder nadar, cosa que no era fácil pues el agua salada le provocó ardor en todo el cuerpo por las heridas, se le metía en los ojos el agua de la lluvia y la del mar dejándole una muy mala visibilidad, pero era lo de menos, el mar estaba tan embravecido que ella contempló regresar y ver si podía esquivar a Oscar y escalar en lugar de nadar, el aventarse parecía un suicidio. Esa duda fue su perdición, él la alcanzó y empezó a arrastrarla fuera del agua. Luchó con todas sus fuerzas, sabía que perdería si la sacaba del agua. Escuchaba toda una sarta de groserías dirigidas a ella, que le venían valiendo muy poco. Luchó como una tigresa y en cierta medida resultaba pues él no podía sacarla del agua que les llegaba casi a la cintura. Otra gran ola los desestabilizó, pero más a ella, cosa que Oscar aprovechó para propinarle un puñetazo. El puño de Oscar hacia su cara fue lo último que Jackie vio.
Iban a fracasar pensó Stefano, no lograrían llegar a la orilla sin volcarse. Llevaban demasiado tiempo intentando llegar a las rocas y era una batalla pérdida, en realidad era un milagro que aún estuvieran todos dentro del bote que parecía barquito de papel en medio del enfurecido océano. Habían alcanzado a vislumbrar las rocas, para luego perderlas de vista de nuevo. Se gritaban para escucharse, habían logrado mantenerse a flote, pero era imposible seguir así.
- Tendremos que nadar hasta la orilla. – Les gritó a los demás.
- Intentemos acercarnos una vez más. – Dijo otro de los hombres. Todos estaban rendidos por su embate contra el mar, pero reunieron fuerzas para intentarlo de nuevo, esta vez las rocas se hicieron más visibles para alegría de Stefano. Alegría que se convirtió en horror cuando vio la silueta de una mujer corriendo hacia el mar, aun en la oscuridad y con la tenue luz que proporcionaban sus lámparas que por muy potentes que fueran no parecían ser de mucha ayuda, reconoció a Jackie corriendo hacia el mar y siendo seguida de cerca por un hombre que la alcanzó y forcejeó con ella. Stefano gritó como un loco dando órdenes para que el bote llegara al lugar, al ver que ese maldito la había noqueado se lanzó sin más al mar ante la mirada atónita de los demás.
- Trata con la radio de nuevo, me importa un carajo que la situación sea horrible para que despegue un helicóptero. – Dijo el jefe de seguridad de Stefano a uno de los policías cuando vio a su Jefe tirarse al agua.
- No vendrá nadie. – Le respondió el otro a los gritos.
- Que llamen a los nuestros, no importa como esté la situación, ellos si vendrán. Y más vale que logremos llegar a tierra por que lo contrario será perecer aquí.
El agua estaba helada. Nadar entre olas enormes era una tarea casi imposible, Stefano era experto nadador y creyó por unos instantes no poder llegar a tierra. Sacó fuerzas de la nada, pensaba que estaba agotado tras la lucha por hacer llegar el bote a tierra, pero el contemplar la posibilidad de que algo terrible le sucediera a ella, le había hecho renovar las energías. ¡Mataría al maldito que le había puesto una mano encima! ¡Lo haría! Llegó a la playa y atravesó las rocas, corrió por la playa intentando ver por donde se la habían llevado.
A lo lejos vio una casa casi derrumbada y luz, avanzó hacia ella como un poseso. Iba a matar al maldito que tenía a su esposa, de eso no cabía la menor duda...
¿Quién dijo que la cárcel no servía de algo? William Se había entrenado duramente en el gimnasio durante todo ese maldito tiempo que se la había pasado allí. Sus planes habían tenido un revés, pues el cretino de Oscar no había querido ayudarlo hasta el final por estar con la maldita de Jacqueline. No había insistido demasiado en que Oscar le acompañara aunque claro que le había molestado, pero al fin esa estúpida tendría su merecido... ultrajada por el cruel Oscar. Había visto como trataba a las mujeres, era un maníaco en toda regla. Y en cuanto a llegar a su bella Allison no era tan difícil.
Escalar para salir de esa playa rocosa era una tarea titánica, pero no por el lugar que él ya había explorado con anterioridad, al parecer antes había existido quienes si usaban esa zona pese a su alta dificultad para acceder, quizás igual de locos como Oscar, porque él no lo era, él solo reclamaría lo suyo. Eran como doce metros y con apoyo de rocas que parecían haberse puesto para tal fin. Con la lluvia causada por la tormenta y el viento, le había llevado algo de tiempo pero al fin salía de allí. Siguiente parada: Allison. Sería toda suya al fin, una vez que matara a su marido, no habría nada que nunca jamás pudiera separarlos. Gracias a lo mucho que la conocía, no dudaba en que Allison estaba por aterrizar, no había sido un secreto la desaparición de Jacqueline y por lo tanto sabía que Allison volaría de inmediato a Atenas, fue cuestión de estar al pendiente de los vuelos en jets privados, él era un genio, su IQ superaba por mucho a cualquiera, lo habían subestimado. Tenía que capturarla antes de que entraran a la mansión Troyanos pues una vez allí sería sumamente difícil accesar a ella. Subió al auto que habían rentado y estaba oculto a un lado de un viejo camino. Arrancó y se dirigió a toda velocidad rumbo al aeropuerto, estaba muy cerca de lograr su anhelado sueño.
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